Por Michael Penfold / Tomado de
PRODAVINCI
Venezuela entró en una etapa política que pareciera no tener
retorno. El resultado de las elecciones del domingo se puede resumir en una
sola frase: un presidente sin un claro mandato constitucional.
Tanto la
comunidad internacional, como los actores políticos nacionales relevantes, incluyendo a quien
decidió participar como el principal
contrincante del gobierno, han desconocido los resultados presentados por el Consejo Nacional
Electoral, resultados que tal como fueron presentados guardan para el análisis
una referencia cualitativa más que cuantitativa.
La profunda crisis de gobernabilidad que enfrenta Venezuela
se ha terminado de acelerar de una forma definitiva con unos resultados que
carecen de legalidad, sobre todo a partir de la instalación de la Asamblea
Nacional Constituyente y la usurpación de los poderes constitucionales de la Asamblea
Nacional. La pregunta ya no es si existen las condiciones objetivas que
pudiesen derivar en un potencial quiebre de la coalición oficialista, sino cuál
puede ser la contingencia sobrevenida que dé inicio a un cambio político para
Venezuela.
Es el comienzo del fin del madurismo.
Todos estos objetivos se evaporaron. El deslave abstencionista hizo ver la debilidad de la
figura de Nicolás Maduro frente a una maquinaria chavista que decidió
sublevarse sigilosamente. La hiperinflación pulverizó el carnet de la patria y
los puntos rojos. Maduro redujo su votación en prácticamente 2 millones de
votos, comparado con su cuestionado triunfo en 2013 y un nivel de participación
que ha sido el más bajo comparado con cualquiera de las contiendas
presidenciales de las últimas décadas. Si el objetivo era, frente a la presión
internacional, ganar legitimidad en el plano nacional producto de una votación
masiva, esta posibilidad quedó totalmente abortada frente a los resultados de
las votaciones. La idea de una oposición leal también fue pulverizada ante la
decisión correcta de Henri Falcón de desconocer los escrutinios, como
consecuencia de la violación flagrante de los acuerdos electorales a los que
había llegado con el gobierno. Con ello, la esperanza oficialista de una
oposición dividida con la que se pudiese negociar fue definitivamente
derrotada.
El chavismo también se sublevó frente a la posibilidad de
personalizar el poder completamente en la Presidencia. Somos Venezuela, la
plataforma electoral alternativa que Maduro diseñó para ese propósito, no
obtuvo ni 5% del total de la votación del chavismo. La dependencia de Maduro de
la estructura partidista del PSUV sigue siendo una realidad política, así como
también lo es su mayor dependencia del sector castrense. Esta es quizás una de
las mayores frustraciones para el madurismo derivada del 20M: va a tener que
seguir compartiendo el poder, sin estar en una posición claramente dominante. Y
una potencial negociación, con Zapatero nuevamente como un mediador poco
confiable, centrada en la reconstrucción económica y social, quedó en el
tintero ante el agravamiento de la crisis político-institucional y la ausencia
de un interlocutor más light para el gobierno en el mundo
opositor. Esa negociación, tal como ha insistido la comunidad
internacional, tendrá ahora que pasar inevitablemente por un nuevo proceso
electoral con garantías políticas, así como por el restablecimiento del Estado
de Derecho.
En teoría, el chavismo tiene siete meses antes de la
culminación del mandato constitucional de Maduro en enero de 2019 para barajar
sus opciones: negociar un cambio o radicalizarse. Es imposible descartar que
Maduro logre permanecer en el poder más allá de esa fecha, pero si esto ocurre,
incluso para los mismos actores que lo rodean, será más una situación de
facto que de jure. Es evidente que el chavismo también
tiene ese periodo de tiempo para ver cómo aborda la realidad política ante la
profundización de una crisis, tanto nacional como internacional, de un
presidente que no posee un claro mandato para su reelección y que mientras
permanezca en el poder será un obstáculo para enfrentar la hiperinflación, el
colapso de la producción petrolera, la remoción de las sanciones
internacionales, la emergencia social y la reactivación productiva. Las
contradicciones que esta situación va a generar, y los riesgos de implosión, no
son menores. Aunque es muy difícil predecir el futuro venezolano, es un hecho
cierto que hemos entrado en un periodo de alta incertidumbre e inestabilidad.