Trabajar en un área hospitalaria siempre será una experiencia
excitante; nunca sabes lo que puede pasar, desde disfrutar una amena charla con
tus compañeros mientras el ojo visor vigila los monitores hasta correr en la
oscuridad buscando una bolsa resucitadora. Anoche fue de esas noches. Anoche
cuando falló la electricidad se encendieron las luces. Y es que no puedo
explicarles el gozo que sentí cuando vi, en medio de la penumbra, tanta alma
irradiada. Anoche vi enfermeras con temple corriendo a abrigar bebés como si
fuesen sus hijos para protegerlos del frío de una incubadora apagada.
Vi a mis
adjuntos; médicos subespecialistas de alto calibre y de bajo sueldo,
convertirse en los pulmones y corazón de ángeles en agonía. Los vi elevarse por
encima de las absurdas jerarquías y latirles como fieras a los responsables del
desastre. Vi a una frágil portera hecha un muro impenetrable protegiendo una
reja para que la vorágine momentánea no se transformara en caos. Vi a
camilleros y faeneros puestos a disposición inmediata como soldados en guerra.
Vi a madres y padres llorar desesperados, mientras que el llanto de sus hijos,
único sonido audible en la intrépida noche, los hacia tomar la determinación de
ponerse de pie, hombro a hombro con nosotros, para ventilar y ser toda esa
energía que no había. Vi a las autoridades palidecer. Vi tantas cosas en medio
de la oscuridad que me di cuenta que el alma y el corazón refulgen en medio de
las más cruentas realidades. Vi a los niños dormir, los vi sufrir, los vi
resistir y al final de todo estaban mil oraciones juntas pidiendo al unísono
que fuesen fuertes; ellos y nosotros. Así es la vida: en medio de las tinieblas
es donde irrumpe la Luz de Dios y allá donde quiso conquistar la ansiedad fue
vencida por la ESPERANZA, donde puso pie el caos fue barrido por la FE. Donde
se pierde la fuerza, nos levanta el AMOR. Fuerza para todos!
*Narrativa de lo ocurrido en Mérida
al quedar sin luz, por del Dr. Luis Alberto Zerpa, residente II año pediatría
en Mérida.