Por Martin
Granovsky /
Tomado de Página 12-Argentina
Pase lo que pase con el fallo de segunda instancia en Porto
Alegre, Luiz Inácio Lula da Silva y el Partido de los Trabajadores no tienen
Plan B. Dirigentes del PT explicaron a PáginaI12 que hay un único plan: Lula
candidato a presidente en las elecciones del 7 octubre. El Plan L.
Si no hay variantes de último momento se abren dos
posibilidades. Una es que los camaristas de Porto Alegre confirmen la sentencia
del juez Sergio Moro, que ya condenó a Lula a nueve años y medio de prisión por
el presunto cobro de coimas mediante un departamento en la playa de Guarujá.
Lula y sus abogados dijeron que es mentira, y que además en el proceso hay
rumores pero no pruebas. La otra posibilidad es que desechen la sentencia de
primera instancia. Si la desechan, al menos en esta causa queda el camino libre
para que Lula inscriba su candidatura. Si la confirman, la jurisprudencia
brasileña indica, contra todo principio constitucional, que Lula será
inhabilitado para ser candidato y para ejercer cargos públicos.
En ninguna encuesta el tornero mecánico que asumió la
Presidencia el 1° de enero de 2003 gana por menos del 32 por ciento en primera
vuelta. Ninguna encuesta lo da perdedor en el ballottage. Si los comicios
fueran hoy, Lula sería electo presidente por tercera vez en su vida.
¿Y si no? La mayor apuesta de Lula y el PT se orienta hacia
una gran movilización de indignados por la proscripción de hecho del político
más popular de Brasil. Pero eso, al menos por el momento, no ocurrió. Lula
convocó brasileños emocionados en el Nordeste, en Minas Gerais y aun en San
Pablo, pero no tantos como para asustar al establishment y hacerlo torcer el
rumbo que concretó con el golpe parlamentario de 2016.
Encerrarse en el Plan L, y solo en el Plan L, se entiende a
través de un cálculo realista. Los dirigentes del PT aseguran en privado que
bastaría con lanzar un nombre ya mismo para que reciba el bombardeo del bloque
de poder integrado por una parte del Poder Judicial, la gran banca nacional e
internacional, los megamedios y los superindustriales.
Por otra parte, en las encuestas no aparece ningún candidato
petista con alto nivel de conocimiento e intención de voto.
Especulaciones sobran en Brasil. Una hasta da como postulante
posible a Roberto Requiao, el senador que encarnó una posición ultraminoritaria
en su partido, el PMDB, y pronunció el mejor discurso de apoyo a Dilma Rousseff
contra el golpe.
Nadie puede saber hoy, si es que de verdad Lula quedara
inhabilitado, cuál sería su poder exacto de transferencia. Cuánta popularidad
podría transmitirle a otro candidato o candidata como hizo con Dilma en 2010.
Si los golpistas avanzaran en Porto Alegre con la nueva fase
de aniquilación política del líder que ayudó a que, por primera vez en la
historia de Brasil, los sectores populares accedieran a la autoestima, el PT se
vería ante un desafío de tiempos y movidas. Por un lado debería mantener
presente a Lula todo lo posible. Por otro lado debería construir a su lado una
figura popular que, eventualmente, sea el candidato.
Es un desafío complejo. Pero si el escenario fuese inevitable
no hay duda de que Lula no dejará cosa por hacer para mantener el proyecto
vivo. No es un dirigente testimonial. Desde que empezó su militancia sindical,
pasando por la fundación del PT en 1980 y la inauguración de un ciclo
presidencial popular entre 2003 y 2016, siempre fue un constructor que peleó
por torcer la correlación de fuerzas en cada momento.
O Lula es candidato y sigue en aumento su propio caudal de
votos o, en una campaña histórica, transmite a otro el porcentaje más alto posible.
Las dos variantes empiezan con L. La L de Lula.