Desde agosto, más de
655.000 musulmanes birmanos han tenido que huir a Bangladés. Allí la gallega
Patricia Trigales trabaja para devolverles la salud y la dignidad.
Por LAURA G. DEL VALLE / Tomado de La Voz de
Galicia
«Nos golpeaban, quemaban nuestras casas y nos arrebataban el
ganado. Pero ahora tampoco tenemos comida porque por las noches vienen y nos la
roban. No sé lo que tenemos que hacer, si quedarnos o irnos, pero haremos lo
que haga falta para sobrevivir». Fatia acaba de cumplir 18 años, y ha pasado
más penurias de las que la mayoría de personas van a vivir en toda su vida. Y
todo por ser rohinyá. Fatia forma parte de esos más de 655.000
musulmanes apátridas en Birmania que
desde el 25 de agosto, día en el que estalló la oleada de violencia en Rajine
entre los rebeldes rohinyás y el Ejército del país, han huido a Bangladés en
busca de un futuro que en la actualidad se vislumbra muy negro.
No les quieren. Más bien no existen. Y a la angustia de saber
que dejan atrás una vida que probablemente nunca van a recuperar se le añade la
total indiferencia de la Nobel de la Paz y líder de facto de
Birmania, Aung
San Suu Kyi, que no solo niega la limpieza étnica, sino que ha defendido la
implicación militar en la ejecución de los rohinyás. Escapar es la única
solución para la mayoría, aunque al otro lado de la frontera la situación se
presente apocalíptica a corto plazo.
El clima, en contra
En este terreno hostil por la falta de recursos para asistir
a los cientos de miles de refugiados, por las condiciones climatológicas y por
la incapacidad para ofrecer información a los recién llegados sobre cómo están
sus familias se encuentra Patricia Trigales. Esta compostelana es coordinadora
de emergencias de Médicos Sin
Fronteras y trabaja en varios asentamientos donde la entidad tiene
proyectos.
Lleva más de quince años prestando su ayuda y conocimientos
en Haití, Angola,
la India o Yemen, pero desde hace un
mes trabaja «24/7» por devolver la dignidad a estos grandes olvidados. Reconoce
que nunca había visto una situación parecida a la que, desde hace un mes,
comparte con otras dos compañeras gallegas en Bangladés. «Hemos tenido que hacer
frente a un brote de difteria, una enfermedad olvidada a la que no sabíamos
enfrentarnos pero en la que ahora somos un referente; a graves problemas de
salud mental propios de quienes lo han perdido todo; a casos de violaciones
que, por desgracia, creo que conocemos menos de los que existen; y a los
horribles testimonios de mujeres embarazadas que pierden a su marido y no
podrán trabajar porque aquí no tienen trato de refugiados, así que solo viven
de lo que les damos las organizaciones», explica Trigales. Pero añade: «Lo peor
está por llegar».
Restricción al otro lado
«Los rohinyás tienen el reloj parado. El tiempo
congelado. No saben cuándo van a poder volver a Birmania y, en
caso de hacerlo, saben que no tendrán nada de lo que dejaron. Por otro lado,
aquí se esperan fuertes lluvias, y las casas que han construido con plástico y
bambú no van a poder resistir». A esta preocupación Trigales le suma el hecho
de que, desde agosto, el Gobierno birmano les ha prohibido trabajar al otro
lado de la frontera. «Sabemos lo que pasa por lo que nos cuentan cuando llegan
aquí», comenta. No obstante, esta gallega que no se considera más que el
vínculo de una sociedad solidaria, no pierde la ilusión ni le flaquean las
fuerzas a la hora de agradecer la colaboración de los gallegos: «Podemos tratar
brotes de sarampión o construir pozos gracias a los fondos privados de mucha de
la gente que está leyendo esta página. Y quiero decirlo desde aquí».