El fuerte crecimiento
del turismo ruso en Cuba, un 40% en un año, obliga a los hoteles a redefinir
sus servicios
ZUNILDA MATA, La Habana / TOMADO DE 14 Y MEDIO.
El animador brama por el micrófono alrededor de la piscina. "¡Arriba
las manos, muevan esas cinturas!", grita en español, italiano y ruso. Un
grupo de moscovitas le sigue la corriente bajo el sol de agosto en el complejo
hotelero Bellevue Puntarena Playa Caleta, en Varadero. Los camaradas han vuelto
a Cuba, pero esta vez como turistas.
Según datos oficiales, más de 52.000 turistas rusos visitaron la Isla entre
enero y junio de este año, un crecimiento del 40% respecto al mismo período de
2016. El aumento de clientes provenientes de ese país ha empujado a redefinir
desde el menú, hasta los idiomas que deberían dominar los trabajadores de los
hoteles.
Las mesas de buffet de los alojamientos en los que se ha disparado la
presencia de los antiguos camaradas priorizan las ensaladas, las salsas de
yogurt, crema o balsámicos, la fruta de estación y el ron en gran cantidad.
"Varios de nuestros chefs han pasado cursos en Rusia", cuenta
orgullosa a 14ymedio una empleada del Puntarena.
Más de 52.000 turistas rusos visitaron
la Isla entre enero y junio de este año, un crecimiento del 40% respecto al
mismo período de 2016
Así, abundan la carne de res, el borsch (sopa de verduras basada en la
remolacha), los varényky ucranianos (pasta rellena), los pelmenis (bolas
rellenas de carne), los blinís (arepa dulce o salada), la crema agria, el
eneldo y, por supuesto, el vodka.
Cerca de la puerta de entrada al salón del desayuno, tres botellones de
cristal muestran en su interior una mezcla de agua con trozos de guayaba,
naranja o melón. "Esto es nuevo y obedece a pedidos de los clientes rusos
que quieren tomar algo frío pero que no sean refrescos gaseados o jugos con
demasiada azúcar", asegura la trabajadora.
Rodney, un empleado que repone el contenido de las bandejas cuando se
vacían, explica lo distintas que son las preferencias gastronómicas entre estos
clientes y los nacionales. "Este agosto hemos tenido fundamentalmente
turistas rusos y familias cubanas, que tienen gustos muy diferentes a la hora
de comer. En el desayuno los cubanos prefieren café con leche, pan, jamón y
queso, pero los rusos van a por las frutas y los cereales". También
prefieren el pan integral, frente al blanco que quieren los nacionales.
Los gritos del animador se cuelan a través de las ventanas del comedor
donde varios grupos de jóvenes mantienen una larga sobremesa. La mayoría tiene
menos de 30 años y trata de sacar el máximo partido a la diversión durante su
estancia en el balneario más famoso de la Isla. Los contactos con los huéspedes
nacionales son pocos y, a veces, tirantes.
"He ido a quejarme porque el café que están sirviendo en el desayuno
está aguado y me han dicho que así le gusta a los rusos", lamenta María
del Carmen, una habanera de 43 años que reservó por cuatro noches durante el
mes de agosto y a quien resulta "incómodo" que todo el alojamiento
esté centrado en complacer a estos turistas sin tener en cuenta las
preferencias de los nacionales. "Me he sentido un huésped de segunda
categoría", reprocha.
Cuando cae la noche empieza la fiesta. Los pasillos del hotel se llenan de
gritos y bromas hasta la madrugada. El ron corre a raudales entre los rusos
mientras los nacionales optan por la cerveza. El destape y la algarabía llenan
el lugar. Para quienes recuerdan a los sobrios soviéticos que antaño
aterrizaban en la Isla, esta imagen de rotunda diversión y desparpajo resulta
novedosa.
La vestimenta y las expectativas con que llegan también chocan con el
estereotipo creado en el siglo XX. Antes vestían con un aburrido patrón de
camisas y pantalones subsidiados por el Estado. Sin embargo, los nuevos rusos
llevan ropa de marca y se muestran atónitos cuando los empleados del hotel les
explican que en Cuba "no hay Starbucks, ni McDonald´s, y mucho menos
internet en los móviles".
Galina, de 26 años, llegó este agosto a Varadero por una semana. Habla algo
de español por un curso que pasó en Sevilla el pasado año. Este verano decidió
escaparse al Caribe con un grupo de amigas en busca de sol. "Antes veraneé
en Egipto pero después del atentado de 2015 ya no me atrevo", cuenta a
este diario.
Hace dos años, el ISIS acabó con la vida de 224 ciudadanos rusos que
sobrevolaban la península del Sinaí en un Airbus 321. El 30% del turismo que
recibía Egipto era ruso y tras el estallido de aquel artefacto explosivo la
mayoría de los viajeros optó por otros lugares para vacacionar. Cuba se ha
beneficiado de esa búsqueda de nuevos destinos.
En la Isla se sienten seguros y "lo más peligroso que te puede pasar
es que te estafen algo de dinero", asegura con una sonrisa Galina. En una
noche de discoteca conoció a un joven cubano que le prometió venderle
"unos tabacos de los buenos". Le dio parte del dinero por adelantado
y esperó al día siguiente durante horas en el lobby, pero el vendedor nunca
regresó.
Los 'nuevos' rusos llevan ropa de marca
y se muestran atónitos cuando los empleados del hotel les explican que en Cuba
"no hay Starbucks, ni McDonald´s, y mucho menos internet en los
móviles"
"Fuera de eso, es un sitio tranquilo y quiero conocer muchos lugares
que me recomendó mi papá, que estuvo designado aquí como militar",
asegura. De aquellos años, el padre se llevó en la memoria algunas canciones
que cantaba junto a soldados cubanos de tropas coheteriles antiaéreas en las
largas noches de guardia para no aburrirse.
"Quiéreme mucho, dulce amor mío", improvisa Galina con un acento
que recuerda los festivales de la canción que se organizaban entre los países
socialistas y donde era común escuchar a rusos cantar los clásicos del
cancionero nacional. "Mi padre vive enamorado de Cuba, pero creo que este
país es muy diferente a aquel donde el estuvo", opina la joven.
Los rusos del siglo XXI sienten curiosidad por conocer los vestigios del
pasado que impregnan la realidad cubana. En la capital se los ve curiosear
alrededor de las insignias coloniales y republicanas como el bar Floridita, la
Bodeguita del Medio o la Plaza de Armas. Pocos van a visitar las huellas que
dejó el contacto soviético al estilo de la fea barriada de Alamar, con bloques
de concreto pensados para el proletariado.
Por lo general, los turistas rusos prefieren hoteles con todo incluido, de
cuatro o cinco estrellas y cercanos a la playa. Demandan fundamentalmente
"excursiones en La Habana y en los alrededores de Varadero, que incluyen
safaris, paseos por el mar y espectáculos", explicó recientemente Yana
Kuchegura, directora de relaciones públicas de la compañía Anex
Tur.
El negocio de los 'tovarich' por la izquierda
Daniel Rubio se ufana de su "ruso casi perfecto". Lo aprendió en
sus cinco años de estudiante en Georgia, donde se licenció en lo que llama
"una profesión que no se puede ejercer en Cuba", ingeniería económica
en transporte ferroviario. Cuando regresó a la Isla no encontró trabajo en su
especialidad y saltó durante décadas de un puesto burocrático a otro.
Ahora, con 71 años y una casa de dos plantas en la barriada del Casino
Deportivo que necesita una urgente reparación, Rubio siente que encontró algo
que le gusta hacer. "Monté junto a mi mujer y mi hija una pequeña agencia
privada para traer turistas rusos a La Habana, con un programa que incluye
mucha diversión y también actividades para que conozcan la historia del
país", asegura.
Cercano a la comunidad rusa que se instaló en la Isla en los tiempos de la
Unión Soviética, el ingeniero reconvertido en turoperador ve muchas diferencias
entre los visitantes de aquellos y estos momentos. "Aquellos eran en su
mayoría técnicos, militares y colaboradores que pasaban un tiempo aquí para
trabajar y estaban muy controlados por ambos Gobiernos", precisa.
"He tenido en el programa a muchos
jóvenes que nacieron después de que la URSS se desintegró y saben muy poco de
la antigua relación entre el Kremlin y la Plaza de la Revolución"
"Ahora vienen a divertirse, tomar mucho ron y buscando el sol que les
falta por allá", agrega Rubio. "La mayoría de los clientes que
atiendo no están interesados en hablar de política. He tenido en el programa a
muchos jóvenes que nacieron después de que la URSS se desintegró y saben muy
poco de la antigua relación entre el Kremlin y la Plaza de la Revolución".
Para Rubio el boom de turismo ruso es algo muy positivo
para su familia y el país porque "traen dinero pero ya no quieren
controlarnos". En su cartera tiene, junto a las fotos de su hija y su
mujer, un pequeño almanaque con el rostro de Vladimir Putin. "Este hombre
sí sabe gobernar", asegura sin tapujos, y reclama: "Que vengan más
rusos, que en fin de cuentas son gente conocida y una vez fuimos como
hermanos".
Para cuando concluya el año y más de 70.000 rusos hayan llegado a la Isla,
el antiguo ingeniero planea reparar el techo de su chalet deteriorado.
"Eso será gracias a la madrastra patria", ironiza.