La semana que viene estaré en Italia en el evento "XXXVIII Meeting for
friendship amongst peoples" que organiza la fraternidad católica de
Comunión y Liberación, específicamente en el foro "THE EXAMPLE OF A
CIVILIZED SOCIETY: TESTIMONIES FROM VENEZUELA". Copio mi conferencia:
Amigos,
Me piden que hable de testimonios de
civilización en un país que todos perciben al borde del abismo, pero vengo a
contarles una historia sencilla. Una historia poco intelectual. Una historia de
conversión. La historia de alguien que no fue criado con rituales, que no los
heredó; pero que heredó una experiencia humana que lo invitó a vivir
humanamente. La historia de un hombre que llegó a la adultez sin muchos
prejuicios y rituales impuestos. Y así, en Cristo, descubrió la respuesta.
Mi historia.
A mediados del 2009 mi esposa y yo, luego
de una larga y fructífera vida profesional en Caracas, capital de Venezuela,
decidimos mudarnos a la isla de Margarita. Lo hicimos por amor al mar y por la
certeza de que éste, que no era el primer matrimonio para ambos, nos iba a
agarrar viejitos; y es más bonito ser viejito frente al mar. No huíamos de
nada.
Cuando llegamos a la isla yo era muy
famoso en Venezuela. Para ese momento tenía 6 años saliendo todos los días en
televisión con mi programa de cocina, tenía un programa de radio nacional y
escribía una columna en el principal diario del país.
La isla era la posibilidad de hacer las
cosas en solitario, sin tanta fama alrededor. Mi esposa y yo somos tímidos y
podemos pasar semanas solos en casa. Hablamos mucho entre nosotros, jugamos
scrabble, vemos películas, vamos solos a la playa. No somos antisociales, sino
retraídos y nos va bien como compañía.
¡La isla resultó una bendición en ese
sentido! Casi no conocíamos gente y, por no ser capital, la vida social es
menor. Habíamos llegado a un lugar perfecto para una pareja solitaria con poco
entrenamiento gregario.
Somos emprendedores Sylvia y yo, así que
en diciembre de 2010 culminamos la construcción de nuestra escuela de cocina en
un terreno precioso que compramos en la montaña de la isla. Estábamos a un mes
de inaugurar cuando una terrible inundación hizo que quedara bajo barro tanto
esfuerzo.
Ese amanecer de barro nos agarró a Sylvia
y a mi sentados solitos en la puerta de la escuela. Silenciosos. Impotentes.
Y de repente comenzaron a llegar vecinos.
Vecinos que no conocía. Y comenzaron a ayudar a sacar barro. Eran no menos de
20. Mi esposa salió a buscar comida para ellos y yo no entendía nada ¿Por qué
ayudarnos si no éramos amigos y tampoco es que habíamos perdido la casa y
estábamos damnificados? Atardeció y luego de sacar baldes y baldes de barro, se
marcharon. Les dije que esperaran porque mi esposa venía con comida (ella tardó
horas porque la isla estaba muy afectada) y me dijeron que aún tenían que
ayudar a otros. Y se fueron. Así como vinieron, se fueron.
Ese día mi escuela no quedó como nueva
(pasaría un año antes de poder inaugurarla), pero ese día cambié. Cambié para
siempre.
Ese día, quizás no con la consciencia que
hoy tengo, me di cuenta que era mentira que quería ser un solitario.
Estaba lejos de imaginar que un 22 de
octubre, años después, habría de ser bautizado en la fe católica ¡Y todo
comenzó el día que desconocidos me ayudaron a recoger barro!
Muchos nombres acumulo desde entonces.
Mucho entrenamiento. Mucho encuentro. El tiempo que tengo para hablar en este
foro es corto, permítanme resumirlo entonces con cuatro nombres. Porque lo
importante es que desde ese día en que nací del barro más nunca fui sordo al
encuentro con el otro.
Ya abierta la escuela, y ya absolutamente
involucrados con nuestra comunidad, mi esposa y yo organizamos una feria
gastronómica de calle. Por cierto inspirados en una que habíamos visto aquí en
Italia. Quien era nuestro jardinero me fue a buscar al aeropuerto con mi auto y
allí me dijo que había estado cocinando y experimentando en mi ausencia. Él
concursó y me sorprendió no por su sazón sino por su manejo técnico. Alberto,
que es como se llama, comenzó a formarse y trabajar más en cocina. Un día mi
esposa y yo le dijimos que lo despedíamos porque estaba listo para emprender y
la rutina del trabajo con nosotros era un freno. Lo peor que podía pasarle era
tener que volver al trabajo con nosotros. Hoy Alberto ha ganado un montón de
premios, es famoso, aquella primera feria es hoy parte de un movimiento
de festivales de calle en la isla, y nosotros desde una fundación que hicimos
llamada Fogones y Bandera tenemos un Diplomado de Emprendimiento Gastronómico
de alcance nacional para formar familias en sus casas y generar micro empleo.
Esa Fundación nació porque fui al encuentro de un jardinero y quise oírlo de
verdad y no por cortesía.
La otra historia es la de Oscar. Él vivía
en un pueblo montañoso a 1000 kilómetros de la isla y escribió una carta
hermosa explicando que no tenía dinero para estudiar. Recibo decenas de cartas
preguntando si doy becas. Pero el no me pedía la beca. Solo explicaba el amor
que tenía por la cocina y me deseaba bendiciones. Mi esposa lo llamó y le dijo
que se viniera. Le dimos trabajo en mi restaurante y lo becamos. Hoy Oscar es
un pastelero importante en Ciudad de México. Oscar fue nuestro primer becado,
pero hoy tenemos el Sistema Nacional de Becas Rubén Santiago desde la Fundación
y hemos logrado que cerca de 100 muchachos sean becados por padrinos en el
exterior y estén estudiando en varios lugares del país. Oscar hoy apadrina a
otros y jamás hubiésemos hecho el esfuerzo de estructurar un sistema de becas
de no haber buscado un encuentro con él.
Para ese momento ya intuía que pertenecer
a una comunidad y buscar el encuentro es un recorrido que otros han hecho. Que
sumar se hace desde el ejemplo. Era eso: una intuición.
Llega la tercera historia. La de los
Palmeros. Los Palmeros suben cada jueves previo a Domingo de Ramos a la alta
montaña a recoger palma. Bajan el viernes en peregrinación y el domingo se hace
la bendición de esa palma, dando inicio a la Semana Santa que en mi pueblo es
muy importante. Un día los veía bajar y me reconocieron por famoso, no por
vecino. Me invitaron a ver como una semana después, el Viernes Santo, hacen una
sopa que se llama frijolada para alimentar a quienes cargan el Santo Sepulcro.
No fui. Olvidé el encuentro. Dos años después volvía a estar en la calle
viéndolos bajar. Uno de ellos me dijo que me habían estado esperando. Sentí
vergüenza. Fui a todas las procesiones que hace la comunidad esa semana. Estuve
con mi comunidad. Y una semana después fui en la madrugada a ayudar a hacer la
sopa y descubrí que no sólo la hacen para los cargadores del Sepulcro sino para
cualquiera de la comunidad que pase por su casa el Viernes Santo. La historia
es larga, pero hoy soy palmero y este año me invitaron a cargar el Santo
Sepulcro. Ser nombrado palmero es un honor inmensurable. Dormir en la montaña
en hamaca con mis compañeros es una experiencia de comunión indescriptible.
Todo empezó porque me atreví a pelar ajo con ellos para una sopa.
Esta historia va terminando, pero déjenme
hablarles del Padre Irineo. Meche, mi suegra, murió en casa. Sus meses finales
fueron muy dolorosos y yo veía permanentemente en su cara la sonrisa forzada de
quien sufre y no quiere angustiar a su familia. Una tarde llegué a casa y
Sylvia me pidió que buscara a un cura. Yo no era católico así que no sabía dónde
se busca a un cura. Fui a una iglesia cercana pero obvio, los curas no viven en
las iglesias. Llamé a una amiga (que luego pasaría a ser mi madrina de
bautismo) pidiendo ayuda y ya anocheciendo entró a mi casa el Padre Irineo. Fui
testigo de una unción. No tenía idea de lo que es un sacramento y mucho menos
que eran siete. Ese día vi al padre Irineo llorar y tomarle la mano a Meche y
darle las gracias a ella por haberle permitido vivir a él ese momento. Ese día
vi como entró en paz la sonrisa de Meche. Meche murió 5 horas después. En
ningún momento cambió su cara de paz en esas horas.
Para ese momento no lo sabía, pero todas
las personas que me habían impresionado, marcado, enseñado, en los últimos
años, incluyendo mi esposa Sylvia, lo habían hecho convenciéndome desde su
ejemplo. No habían sido ni libros, ni ritos, ni respeto a autoridades (eso
habría de venir luego como consecuencia y no como fin), sino el permitirme ser
testigo de una manera de vivir la vida. Una manera cristiana.
Pasó un año más. Ya intuía que el camino para
aplacar mis fantasmas estaba en Cristo y en su ejemplo. Estaba un día en una
procesión y pasó la virgen del Valle. Mejor dicho, para los de la isla es
nuestra virgencita del Valle. Cuando pasó comencé a llorar. Sin razón. Al día
siguiente fui a buscar a aquel padre Irineo de la unción y le pedí que me
convirtiera. Estudié un año y el 22 de Octubre de 2015, el día que cumplí 50
años de edad, me bautizó en la Iglesia del Cristo del buen viaje de Pampatar.
Cuando Irineo lloró frente a mi suegra pudo haberme parecido hasta ridículo.
Pero ese día me puse en sus zapatos y fui a su encuentro.
Yo no me convertí a los 50 años ni por
miedo a la vejez, ni por enfermedad, ni por tristeza, ni por vicioso redimido.
Me convertí porque tenía años viendo gente cristiana ser cristiana.
Recientemente en mi país un soldado mató
salvajemente a quemarropa a un estudiante en una manifestación. Toda Venezuela
fue testigo y podría decirse que fue un punto de inflexión en medio de meses de
represión y muertes. Al día siguiente la madre del muchacho fue entrevistada en
la morgue y dijo que pedía justicia pero perdonaba al asesino. Automáticamente
comenzó a ser despedazada en las redes sociales porque solo una madre
degenerada es capaz de perdonar al asesino de su hijo. Quienes escribían en una
especie de asesinato virtual colectivo eran en su inmensa mayoría jóvenes.
Jóvenes que no creen que el perdón con justicia es posible aunque lo haya dicho
el mismo Juan Pablo II. Jóvenes que saben que el perdón cristiano está escrito
en algún lado, pero no creen en él. Jóvenes que van a misa. Que tienen
ritos. Jóvenes que han dejado de ver un ejemplo pero que en misa se agarran de
las manos y repiten mecánicamente perdona nuestras ofensas, como también
nosotros perdonamos. Jóvenes a quienes hay que comenzar a llamar y mostrarles
que es partiendo del encuentro con la persona que se genera una cultura para
sumar voluntades a través de un recorrido. Un recorrido de vida cristiana.
Es cierto que ahora leo a Don Giussani y a
Carrón. Que me formo. Lo hago desde el intelecto porque en sus palabras y en el
accionar cotidiano de amigos de Comunión y Liberación he comenzado a encontrar
como darle forma a una intuición gestada a fuerza de calle y sobresaltos. Pero
sobre todo porque necesito un método. Estoy metido de lleno en eso que ahora
llaman Emprendimiento Social y podría mostrarles bastantes ejemplos y
testimonios concretos de como una Venezuela civil logra espacios civilizados, o
podría hablarles de cómo hemos hecho el trabajo desde nuestra fundación Fogones
y Bandera. De hecho mis dos compañeros de foro, Ana Cristina Vargas y Alejandro
Marius, son un ejemplo brillante de porque en medio del caos mi país se erige
como un ejemplo; pero hoy quiero contarles otra cosa. Quiero decirles que hoy tengo
una certeza y no es otra que una vida cristiana como la que nos enseñó Cristo,
sencilla, con parábolas en donde entendernos todos y sobre todo con coherencia
entre la palabra y la acción, es el camino que me ha servido. Seguramente
seguiré formándome, construyendo redes, entrenándome para el emprendimiento
social, contribuyendo a la reconstrucción de un país fraccionado, dudando,
teniendo miedo, huyendo, regresando… pero amigos, desde que soy cristiano me ha
resultado más fácil.
Muchas Gracias.