CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- La
situación de Venezuela es de los problemas más graves que tienen lugar en
América Latina. El desgarramiento económico y político del país ha llegado a un
momento de tensión que, de romperse, puede dar lugar a una franca guerra civil.
Las consecuencias en pérdidas de vida y empeoramiento de las condiciones para
la supervivencia de los sectores más numerosos y desfavorecidos del país será
enorme.
Los actores externos han contribuido
poco a detener el escalamiento de los problemas. ¿Cuáles son los motivos para
la ineficiencia de las presiones externas? En primer lugar podemos referirnos
al papel ambivalente desempeñado por los medios de comunicación
internacionales. Dominados por la indignación ante las torpezas de Maduro y sus
ataques a las instituciones democráticas, han pasado a sobre-enfatizar las
posibilidades de los grupos opositores, sin mayor reflexión sobre las numerosas
debilidades de que adolecen. La Mesa de Unidad Democrática está compuesta por
diversas facciones aglutinadas por el odio contra el chavismo, pero carentes de
un liderazgo unificado así como de un programa de gobierno para la
reconstrucción de un país tan polarizado políticamente y tan destruido en sus
bases económicas.
Los titulares de periódicos influyentes
sobre las élites de habla hispana, como El País, dejan la impresión de que la
movilización callejera de la oposición podría llegar al Palacio de Miraflores,
ocupar la silla presidencial y comenzar a gobernar. Alentar tales expectativas,
además de poco realista, es irresponsable. Recomponer el tejido social de Venezuela
es cuestión de largo plazo. Empieza por reconocer que los sectores chavistas o
“de izquierda” –como se les llama con ánimo despectivo– son muy numerosos.
Es cierto que el voto para elegir a los
miembros de la Asamblea Constituyente fue manipulado y anticonstitucional. Está
lejos de ser una elección genuina y transparente. Pero eso no equivale a creer
que no podrían existir 8 millones de venezolanos que acudieron a las urnas. En
parte, por la persistencia cultural de los mitos chavistas; en parte, porque
son varios millones los que obtienen su salario del gobierno, y también varios
millones, aunque bastante menos, los que reciben asistencia alimentaria. Para
ellos, la oposición no ofrece nada. Encarna a la tradicional oligarquía
venezolana que en el discurso bolivariano ha sido presentada, junto con el
imperialismo yanqui, como el verdadero enemigo.
A lo anterior hay que sumar la
importancia de la Guardia Nacional, el ejército y la policía. Mantener a raya
movilizaciones callejeras durante cuatro meses exige un cierto profesionalismo.
No podría decirse lo mismo de las fuerzas del orden en varios otros países de
América Latina.
Entrenados por asesores cubanos, el
ejército, la Guardia Nacional y en general los encargados del orden público
pueden ser bastante más letales de lo que han sido hasta ahora. De allí la
urgencia de buscar el camino para un entendimiento con representantes del
gobierno y la oposición. Ambos bandos están llegando a una situación de
desgaste y al mismo tiempo de tensión que obliga a pensar en un gobierno de
transición.
Desafortunadamente la acción externa ha
tomado otros caminos que exacerban las diferencias. Un caso preocupante es el
papel de la OEA. Su secretario general ha perdido de vista las normas que
tradicionalmente rigen la conducción de organismos multilaterales de carácter
político. Almagro es servidor de todos los Estados miembros de la OEA, entre
los que se encuentran aquellos que no permitieron la adopción de una resolución
sobre Venezuela en la Asamblea General de Cancún. Es decir, los países
caribeños, Bolivia, El Salvador y Nicaragua.
Encuentro particularmente condenables
las voces oficiales en América Latina que aludieron a las dimensiones del PIB y
el tamaño de la población para afirmar que su opinión es la que cuenta. Si
generalizamos esas opiniones podría desaparecer la ONU y quedarnos con su
Consejo de Seguridad, integrado por países que poseen armamento nuclear.
La igualdad jurídica de los Estados es
piedra angular de los organismos multilaterales regionales y universales. Sin
embargo, se está poniendo en duda, en parte como resultado de la consternación
que produce no encontrar las vías para presionar con resultados concretos en el
caso de Venezuela.
La diplomacia en foros multilaterales y
las condenas reiterativas contra el gobierno de Maduro no producirán mayores
efectos en la etapa que se inicia con la puesta en marcha de la Asamblea
Constituyente. La acción internacional debe pasar a las negociaciones discretas
fuera de los reflectores oficiales, que permitan identificar voces moderadas en
el lado de la oposición y del gobierno para explorar la posibilidad de un
gobierno de transición que incorpore a representantes de las dos partes. Ignoro
si el gobierno mexicano está empeñado en buscar esa vía. Ojalá así sea. Es la
única esperanza desde mi punto de vista. Basta hacer notar que en esa mesa de
negociación deben estar sentados actores que hasta ahora no han ocupado mayor
atención en los análisis sobre la situación venezolana, como China, el
principal socio comercial, y Cuba, el principal asesor político.
Ahora bien, al igual que siempre en
momentos críticos, las posiciones de política exterior se vinculan con los
intereses de la política interna. En el caso particular de México hay dos
motivos poderosos que limitan sus posibilidades de influir sobre la situación
venezolana.
De una parte, atravesamos momentos
difíciles en las negociaciones con el impredecible gobierno de Estados Unidos.
Para la élite dirigente, salvar el TLCAN está por encima de cualquier
compromiso para ayudar a Venezuela. De la otra parte, ya estamos en la dinámica
electoral de 2018. Para el PRI y el PAN el enemigo a vencer es Andrés Manuel
López Obrador. Un ataque efectivo para debilitarlo, sobre todo entre sectores
medios y altos, es afirmar que AMLO haría de México otra Venezuela. Por
descabellada que sea esa acusación, tiene repercusiones en la opinión pública.
México es un botón de muestra de las
múltiples circunstancias que acotan la eficiencia de la acción externa para
influir en la trágica situación venezolana.