Son tres rutas hacia el acantilado. Y aunque
sospechemos que pueda devolverse al visualizar el inminente peligro, su
ineptitud para afrontar virajes y negociar su despedida pacífica sin más
traumas que los inevitables, impedirá respirar a nuestro atormentado
país y agravará hasta lo indecible la tragedia
No
da señales de cambio, no sabe, no puede, no lo dejan. Sus recientes
medidas, incluso el letal decreto-ley Nro. 2849 (GO13-05-17) prorrogando
y agravando el Estado de Excepción y Emergencia Económica, reflejan
adicción totalitaria y vocación suicida. Es como quitarse la vida por
miedo a que se la quite otro.
El PSUV aparentemente ha desechado el
sufragio, la más obvia de sus salidas, la que lo mantendría en el juego
democrático abrigado por la Constitución. Perderá todas las elecciones y
lo sabe. Pero en su aislamiento de vértigo, con la popularidad en el
suelo, barruntos cismáticos en su seno y una crisis general tan
insondable como hueco negro en el Cosmos, no tiene en este momento sino
dos opciones: perder y aceptar o alzarse sin esperanza contra todo y
todos: elecciones, Constitución, sistema jurídico hemisférico y mundial,
y suma y sigue.
En el fondo se trata de afirmar
certezas. La Carta Magna dicta reglas válidas para todos los ciudadanos
sin confundir justicia con venganza, y determina los derechos de
mayorías y minorías. Hablamos de normas protectoras de los derechos
humanos, que son, además, de aplicación necesaria si se quiere
administrar válidamente un país en ruinas. De llegar limpiamente al
poder, pasando o no por instancias de transición, los encargados de
impulsar el cambio democrático, conscientes de su obligación de
gestionar una herencia envenenada, deberán empeñarse en ganar muchas
voluntades, silenciar baterías, neutralizar adversarios destemplados y
propiciar confluencias nacionales. Si puede evitarlo, no empujará al
otro a luchas desesperadas que, si bien nunca ganará, pueden aumentar el
costo de la transición hacia la democracia, la paz y el bienestar
Hay tres direcciones mortales en la
gestión madurista: 1) redoblar la represión hasta extremos criminales,
pese a que a ojos vista la espiral violenta fortalece a contrapelo el
ímpetu del cambio y coloca al régimen en la puerta de salida, “Hora de
los Hornos”, que decía José Martí 2) burlar la consulta electoral
cerrando espacios democráticos residuales, mientras intenta artificios
irrisorios como el de la Constituyente, cuyas bases comiciales prorroga
ad infinitum debido, seguramente, a crecientes contradicciones internas
3) el decreto con fuerza de ley Nro. 2849 –arma multiuso para legalizar
las peores deformaciones del régimen– convierte a Maduro en emperador
desnudo, liquida el principio de la separación de poderes, elimina de un
tajo la autorización legislativa para los contratos de interés público,
extiende el dominio gubernamental sobre la actividad bancaria, permite
expropiar a placer, reinar sobre la agroindustria y el comercio. Del
Banco Central solo quedará el mal recuerdo.
Son tres rutas hacia el acantilado. Y
aunque sospechemos que pueda devolverse al visualizar el inminente
peligro, su ineptitud para afrontar virajes y negociar su despedida
pacífica sin más traumas que los inevitables, impedirá respirar a
nuestro atormentado país y agravará hasta lo indecible la tragedia
padecida por los heroicos y creativos venezolanos en este despiadado
tiempo de canallas.
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