Mi temor por la violencia es
el temor del padre. No quiero que perdamos más hijos. Es el temor del
ciudadano. No perdamos más venezolanos Tomado de Notiminuto.
Por:
Sociólogo, profesor universitario y dirigente político. Más...
No es
necesario revisar estadísticas del Banco Central ni boletines epidemiológicos
para saber dónde estamos parados: 28.000 homicidios al año; no hay medicinas en
las farmacias ni pan en las panaderías; el aparato productivo destruido y no se
produce casi nada; la gente muere a las puertas de los hospitales; de todas las
regiones del país huyen al exterior en estampida, buscando una vida. Hay
hambre.
No es
posible callar ante tanta destrucción. Por eso el país ha salido a manifestar.
En Caracas, Valencia, Barquisimeto y Maracaibo. En todas partes. No es sólo un
reclamo de la oposición a través de sus partidos. Es eso y mucho más. Ya no
importa por quién se votó en las últimas elecciones ni por quién se votará
mañana. Lo que todos sabemos es que este gobierno está acabando con Venezuela y
queremos que eso cese.
En las
manifestaciones recientes ha muerto gente. Un venezolano que muera es mucho y
ya han muerto varios los últimos días. Jairo Ortiz fue asesinado en Carrizal
por un policía de la bolivariana el 6 de abril. Daniel Queliz fue asesinado en
Valencia cinco días después. En Barquisimeto el 11 de abril fue asesinado Gurseny
Canelón por un Guardia Nacional. Gurseny se encontraba manifestando en la
Ribereña. ¿Qué reclamaba? ¿Seguridad, medicinas, alimentos? Eso le costó la
vida.
También
en Barquisimeto fue asesinado Miguel Colmenares y Bryan Principal, un niño de
trece años, fue herido de bala y perdió la vida. Los homicidas fueron
guarimberos, al decir de unos, colectivos, al decir de otros. Lo cierto es que
fueron grupos paramilitares, civiles armados que actúan aquí y allá sin que
autoridad alguna intervenga.
La violencia
vive con nosotros. La violencia se acelera y anuncia que hará de las suyas.
Las
manifestaciones son expresión de un descontento desbordado. La protesta es la
comunidad hecha quejido y dolor. No queremos seguir viviendo así. No queremos
que corruptos, incapaces y malandros acaben con Venezuela.
Para este
19 de abril los dirigentes de la Mesa de la Unidad Democrática convocaron,
desde hace semanas, una jornada cívica de calle para reclamar, una vez más,
liberación de los presos políticos y respeto al voto emitido en diciembre de
2015 cuando se escogieron representantes a la Asamblea Nacional, quienes hoy
han sido invalidados por las trampas del Tribunal Supremo de Justicia. Debe
respetarse el derecho de los diputados a representar nuestras demandas, a
legislar y a controlar la administración pública, como lo establece la
Constitución.
Esa
manifestación fue convocada también para exigir que se tome en cuenta los
pareceres de los ciudadanos y que puedan votar por gobernadores porque los de
hoy tienen mandato vencido. Maduro, encompinchado con el Consejo Nacional
Electoral y el Tribunal Supremo de Justicia, se niega a la convocatoria de esas
elecciones, como si con eso pudiera ocultarse el repudio que se tiene por su
gobierno fracasado y por su talante autoritario.
También
se protesta en las calles el drama de la falta de medicinas y alimentos. Ya
tiene tiempo la solicitud de un canal humanitario, la ayuda de organismos
internacionales y de países dispuestos a auxiliarnos. Maduro lo impide. Según
él, no necesitamos ayuda de nadie. Al revés, salen aviones venezolanos cargados
de alimentos y medicinas para socorrer a otros países, en una obscena operación
de imagen política, mientras los venezolanos mueren de hambre y de mengua.
Hay que
agregar la exigencia de destituir a los magistrados del Tribunal Supremo que
delinquieron. Cometieron delitos al atentar contra la Constitución. Así lo
tipifica el Código Penal. Así lo denunció la Fiscal General. No podrá
restablecerse un nivel mínimo de confianza hacia el gobierno cuando se sabe que
quienes deben ser los garantes del orden constitucional han delinquido. No es
posible convivir con esa aberración.
El
gobierno de Maduro desatiende esos reclamos. Actúa bajo otros dictámenes y
acciona retrecheramente con represión. Ataca estudiantes. Malogra gente
inocente. Asesinan con balas y armas que deberían ser dirigidas contra
traficantes de drogas, mafias de traficantes de armas, pranes y homicidas que
diezman semana a semana nuestra población. Todo ese poder de fuego lo usan, en
cambio, contra los manifestantes.
El
gobierno arremete contra jóvenes, mujeres y trabajadores humildes. Lo hace con
armas largas y tanques. Lo hace usando a civiles armados, práctica perversa que
esconde a asesinos en el anonimato de capuchas y de turbas desenfrenadas.
Ahora el
PSUV ha convocado marchas paralelas el mismo 19 de abril. Todo “a ver quién
puede más”.
La
violencia está tocando las puertas. La tragedia está a pocas horas. ¿No basta
con el dolor de las muertes de Jairo Ortiz y de Daniel Queliz? ¿Ignoran los
asesinatos de Miguel Colmenares, Bryan Principal y Gurseny Canelón? ¿O acaso su
propósito es que haya un “escarmiento” colectivo y que quien ose manifestar
sepa que expone su vida?
No
percatarse de este riesgo al convocar marchas paralelas, o peor, al promover
situaciones límite, es un acto criminal del gobierno. Merece el más rotundo
rechazo. Llamo la atención de la espiral de violencia que puede desencadenarse,
con graves consecuencias que algunos en aras de sus objetivos políticos se niegan
a considerar.
El PSUV
es un partido de gobierno. No debe seguir comportándose como promotor de
choques y de conflictos callejeros. Esa convocatoria a marchas de activistas
maduristas el mismo día cuando la Mesa de la Unidad había convocado su manifestación,
es una grosera provocación.
Muchos
grupos paramilitares que tienen años haciendo de las suyas, escondiéndose bajo
la figura de colectivos, saldrán a la calle. Así lo han hecho por años e
impunemente se pasean de aquí para allá con las manos llenas de sangre pero con
el estímulo y aliento del gobierno.
La
policía, la Guardia Nacional y el SEBIN estarán de su cuenta. Ignorando la
Constitución y transgrediéndola, portarán armas, apostarán francotiradores,
actuarán de consuno con los paramilitares arriba señalados. Ya ha ocurrido
muchas veces. No dejará de pasar esta vez.
No les
dará la gana que los manifestantes pasen por determinada calle y los atacarán
con bombas lacrimógenas, como acostumbran a hacerlo hasta en hospitales, zonas
residenciales y edificios de oficinas. Esos violentos no se paran en nada.
Así
produjeron más de cuarenta muertos el año 2014.
Hace
pocos días hubo disturbios en Los Teques. En las narices de la policía y de la
Guardia se desvalijaron comercios y el vandalismo actuó a sus anchas. ¿Por qué
esa policía que se deleita reprimiendo no actuó contra los saqueadores? ¿Por
qué esos cuerpos represivos, que aumentaron en 188 personas la lista de presos
políticos con los detenidos que se produjeron del 4 al 14 de abril, no hacen
nada contra cierto tipo de manifestantes?
La
respuesta es sencilla. Porque hay infiltrados en las marchas para convertirlas
en eventos violentos, justificar la represión, desnaturalizar justos reclamos y
hacer de las protestas cívicas actos de confrontación física y violenta.
La
violencia trae violencia. La gente tiene sangre en las venas y eso está
produciendo focos de choque peligrosos. Hemos visto manifestantes incendiando
motocicletas de policías, lanzando bombas caseras contra patrullas y jaulas,
quemando “ballenas”. En fin, la violencia ha comenzado a salir de lado y lado.
En defensa propia. Es verdad. Con suprema valentía y coraje. También es verdad.
Pero violencia en fin de cuentas y los resultados pueden llegar a ser muy
dolorosos. Un muerto es mucho y ya llevamos varios.
Esto
hay que detenerlo.
Protesto
el ensalzamiento que describe actos violentos como “acciones heroicas”. Las
bombas malas son las que lanzan “ellos”. Las que tiran los nuestros son las
“bombas buenas”. Por ese camino no debemos seguir, aunque no le parezca a
quienes quieren construirse su crónica de heroísmo y grandeza a costa de la
vida de los demás.
Protesto
el lenguaje supuestamente viril, lleno de perfidia, ese que en nombre de la
democracia y de los derechos humanos, de la paz y del cambio, llama a “ir más
allá”, a “ir al desenlace”. ¿Qué significa ir al desenlace o “ir más allá”?
¿Será ir a algún lugar donde a los marchistas dejarán pasar con los brazos
abiertos y sin interferencia alguna? ¿O estarán llamando al diablo para que el
19 de abril estalle el infierno, o como algunos cínicos tararean, se calienten
las calles hasta que hiervan?
Esa
incitación a la violencia, que ha sido propia del gobierno que encarcela a
quien le da la gana; que tortura a viejos y a jóvenes; que inhabilita a cualquier
líder que asome sus narices, hasta para radicalizarlo a su antojo; que pone en
riesgo la vida de bebés y pacientes en terapia intensiva con bombas
lacrimógenas lanzadas en hospitales; esa no puede ser nuestra invitación. Con
los esbirros basta. Eso no es lo que Venezuela aspira.
Confieso
mi temor a la manoseada consigna de no dejar que la calle se enfríe. ¿Qué
significa eso? ¿Significa acaso que aunque se conquiste lo que estamos
reclamando acudiremos a la anarquía, al caos, hasta que logremos el poder
total, aun contrariando la Constitución que decimos acatar? Si los
manifestantes no dejan la calle, ninguna razón tendría la policía, la Guardia y
el SEBIN para dejarlas. Esto no es un juego de niños. Lo que queremos es
recomponer un país que ha sido destrozado en los últimos dieciocho años por el
malandraje, la improvisación y la arbitrariedad.
La
violencia hay que desmontarla. El gobierno es el gran
responsable y debemos hacerlo cambiar de actitud, o al menos de conducta. Una
contribución a ello es no caer en sus provocaciones. No imitarlo. No despreciar
la moderación y la ecuanimidad, como los más extremistas del gobierno hacen a
diario, lo que ha ensuciado el debate público y atizado odios hasta extremos
peligrosos y costosos, lo que tardará tiempo en desandarse.
Esa
violencia conviene al ala desesperada del gobierno, esa que busca una excusa
para suspender las garantías, para inhabilitar a partidos recién validados,
para eliminar los pocos programas de opinión y noticiarios que quedan en la
televisión y la radio, para prohibir reuniones públicas, en fin, para implantar
la dictadura en su más convencional acepción. Sería tener que empezar de cero.
¿Sería
eso un triunfo político? Definitivamente no. Posiblemente algunos se labrarían
la imagen de duros. Crecerían en imagen con su inflexibilidad y determinación a
“hacer lo que sea” en aras del cambio político inmediato. Son capaces de
ofrecer cualquier cosa: la salida de Maduro ya, mañana por la tarde, al
terminar la manifestación. Pero, ¿Y Venezuela? ¿Dónde quedaría la paz? ¿Dónde
las consultas populares para decidir quiénes deben gobernarnos?
Leo y
sigo con preocupación artículos, textos en las redes y escucho amigos quienes
afirman con vehemencia que aceptar la convocatoria a elecciones regionales
sería un acto de entrega. Me engañaron entonces. Tengo tiempo siendo testigo de
sus justos reclamos por un cronograma electoral para que las rectoras del
Consejo Nacional Electoral y el gobierno dejen de hacer lo que les da la gana.
Pareciera
que algunos olvidaron la torpeza de llamar a la abstención. Es como si la historia no valiese de nada. Es una majadería sin sentido
hacerle ver al ciudadano que su voto nada vale. Que lo único relevante es que
el otro se vaya como sea. A la brava, porque yo digo. Algo así como copiándonos
sus métodos y sus esquemas. A lo malandro. Se hace así y si no, es una
traición.
No estoy
de acuerdo en que aceptar fechas para elecciones atrasadas, elecciones que nos
han negado, sea un acto de rendición. Por lo contrario, sería una conquista
ante un gobierno autoritario que las ha conculcado. Sería uno de los gruesos
logros de esas manifestaciones a las que la ciudadanía ha acudido con pasión,
sacrificios y pérdidas.
Nuestra
lucha es pacífica, democrática, constitucional y electoral. Ponemos al
ciudadano por delante, queremos que se respete su integridad, sus opiniones, su
voluntad, y que todo ello se haga en el marco legal del país. No queremos
violencia, ni emboscadas, ni que ganen los más “avispaos”, esos que saben tirar
una parada, sino los escogidos por las mayorías. Queremos democracia.
Convencido
estoy que ganando gobernaciones para la amplitud y la tolerancia, para la
eficiencia y la probidad, para la descentralización y no para el autoritarismo
centralista, se habrá dado un gran paso. El camino quedará despejado para
grandes cambios políticos y económicos que los manifestantes en las calles de
Venezuela reclaman. No entiendo ahora cómo puede eso ser una entrega o producto
de una oscura negociación, cuando el cronograma electoral ha sido uno de los
reclamos más voceados por la oposición democrática.
Esa no es
la única conquista a alcanzar. Muchas están pendientes. La lucha es todos los
días. La lucha sigue. Y este gobierno sordo, autoritario y déspota, seguirá
enfrentando los reclamos de un país que quiere ser otro. Pero ya ese gobierno
ha perdido la Asamblea Nacional. Ya habrá perdido las gobernaciones. La Fiscal
ha denunciado que esos magistrados han delinquido. El mundo sabe lo que de
verdad pasa. Almagro no ha perdido su tiempo. Tampoco centenares de miles que
han marchado y reclamado, ni los millones que no van a marchas pero han puesto
sus esperanzas en ese cambio tan anhelado.
El país
seguirá en la calle, en los sindicatos, en la prensa y en la radio, en los
campos y universidades reclamando un buen gobierno, un
gobierno justo y decente. La mentira seguirá desmoronándose y los activistas
que ayer votaron por Chávez se sumarán al reclamo por el cambio, lo que hoy
susurran con temor o con timidez. ¿Pero querrán hacerlo por otros violentos?
¿No es acaso ese uno de los hechos políticos que los ha decepcionado?
Mi temor
por la violencia es el temor del padre. No quiero que perdamos más hijos. Es el
temor del ciudadano. No perdamos más venezolanos, ya bastante se van todos los
días huyendo de la violencia. Es el temor del político que ve los avances de la
lucha y no quiere arrancar de nuevo desde cero. No es igual luchar contra un
régimen tambaleante que contra una dictadura abierta. Es el temor del demócrata
que aspira la pronta reconciliación de nuestro pueblo. La violencia sólo lo
hará más difícil.
Sé que
lograremos el cambio. Lo haremos en paz. Predicando lo que creemos. Buscando
aliados para esos sueños. Organizándonos en cada rincón del país. Reconociendo
los talentos donde quiera que se encuentren. Promoviendo la amplitud y la
tolerancia. Estableciendo un gobierno para hacer el bien, no para emprender
retaliaciones y dar rienda suelta a odios reprimidos. Cuanto antes empecemos
mejor, pero nada de eso se hará en un mes ni en un año. Por eso, entre otras
cosas, me preocupa el discurso de los juancharrasqueaos que ofrecen hacerlo en
tres días.