Por Omer Freixa
El cruce glorioso de la cordillera
andina por el Ejército de los Andes, capitaneado por José de San Martín,
posibilitó la liberación de Chile y Perú. No hubiera sido posible sin
la participación de afrodescendientes y el momento es propicio para
rescatar un aporte, por mucho tiempo invisibilizado, de los individuos
de origen africano en ese capítulo de la historia patria.
Enero de 2017 recuerda el bicentenario del comienzo de una de las
hazañas militares más grandes de la historia humana: el cruce de los
Andes, uno de los capítulos más evocativos de la gesta de San Martín que
marcó el prólogo de la independencia de Chile y más tarde del Perú,
último bastión de la corona española en América del Sur.San Martín
La epopeya que catapultó al general San Martín a la gloria forma
parte de un proceso de lucha más vasto que involucra al otro gran
Libertador del Norte, Simón Bolívar, quien emancipó cinco naciones
sudamericanas, incluida su Venezuela natal. Ambos líderes se reunieron
en Guayaquil en julio de 1822 y a partir de esa recordada, pero
misteriosa conferencia, San Martín comenzaría a despedirse de la
aventura de liberación del dominio realista, quedando bajo la
responsabilidad de Bolívar y sus allegados culminar en 1824 el esfuerzo
revolucionario con las batallas de Junín y Ayacucho.
La historiografía que analiza esta época, en línea con la postura de
construcción de naciones blancas y europeas de fines del siglo XIX,
perdió bastante de vista la participación de los afrodescendientes en
estas campañas libertarias y otros episodios bélicos. Se priorizó más
bien la gesta de los grandes hombres (San Martín y Bolívar) y los
acontecimientos magnánimos, como las efemérides militares.
El individuo de sangre africana se confinó al recuerdo por las
actividades comerciales en la época colonial, por su alegría y sus
manifestaciones culturales. Si se mencionó como soldado de la
independencia fue más bien como excusa para explicar, en Argentina, el
mito de su extinción y para no resaltar su gran aporte a la causa
revolucionaria, el heroísmo, el sacrificio y el logro en muchos casos de
la libertad.
El estudio de la participación de los afros en los ejércitos del
siglo XIX se basó en análisis deficiente (Picotti: 1998, 96). Sin
embargo, “Todas las acciones de armas de la epopeya de la libertad
cuentan con la contribución de los morenos” (Lanuza: 1967, 67). Así lo
indicó José Luis Lanuza en Morenada (Buenos Aires: Emecé, 1946) y aunque
su obra ha sido superada por trabajos más recientes, contiene ideas que
iluminan verdades conocidas.
Entre los afrodescendientes que combatieron en los ejércitos durante
el siglo XIX argentino, algunos apenas dejaron su recuerdo o documentos
que puedan constatar su acción. La mayoría vio su sangre derramada sin
ningún reconocimiento póstumo, pero se pudo reconstruir las trayectorias
de algunos oficiales, como el coronel Lorenzo Barcala, y de algunos
militares participantes en el cruce de los Andes. San Martín comenzó a
organizar esta campaña desde 1814, año de la reconquista realista de
Chile; en mayo de 1816 planificó la reconquista patriótica mediante
aquel cruce.
Una hazaña en las alturas
En su obra Historia de San Martín y de la emancipación sudamericana
(Buenos Aires: Imprenta de la Nación, 1887/88), el biógrafo más
exhaustivo del general, Bartolomé Mitre, no tuvo reparo al calificar el
cruce de los Andes como uno de los hechos más extraordinarios de la
historia militar. El historiador y ex presidente argentino agrega que
esta empresa surgió de la nada, fue admirablemente ejecutada y acabó
siendo encomiada por especialistas del arte militar y los propios
enemigos.
Mitre refirió que San Martín estaba animado, en el campamento de
Mendoza, de “una voluntad superior, que sabía lo que quería y lo que
hacía, y a la cual todos se plegaban; lo ordenaba todo, infundiendo en
las almas de sus soldados la seguridad del triunfo” (Mitre: 1950, 279,
302, 309, 324). San Martín fue designado por el Congreso de Tucumán
capitán general del Ejército de los Andes, como antes Manuel Belgrano
del Ejército del Norte.
No fue sencillo cruzar pasos tan riesgosos con tanta tropa. Las
alturas quitaban el sueño al general y le preocupaban más que el enemigo
mismo. Su ejército tenía considerables dimensiones; según fuentes de la
Biblioteca Central del Comando en Jefe del Ejército, contaba con más de
5 000 efectivos y entre el 40% y el 50% eran negros. Las fuerzas se
desglosaban en 4 000 soldados, más 1 200 milicianos de la caballería de
Cuyo en calidad de auxiliares, una brigada de 250 artilleros y personal
de diversos oficios como arrieros y operarios de maestranza. Es
importante destacar que 16 esclavos cedidos por su propietario en la
provincia de Mendoza formaron la primera banda de música del ejército
patriota (Mitre: 1950, 305, 308; Lanuza: 1979, 72, 164).
San Martín había estimado necesarios 1 millón de tiros, 1 500
caballos de pelea y más de 12 000 mulas de carga. Al cabo dispuso de 900
000 tiros de fusil y carabina, 2 000 balas de cañón, 200 cargas de
metralla y 600 granadas, así como de 1 600 caballos de pelea y 10 000
mulas de silla y carga. Las provisiones incluyeron 600 reses en pie más
otros insumos, como charque y queso. Al retornar ocho años después a
Buenos Aires, los combatientes sumaban 159 y debieron apretarse
rápidamente para la inminente guerra contra el Imperio de Brasil.
La preparación del ejército fue preocupación constante de San Martín,
quien en 1816 escribió a su aliado Juan Martín de Pueyrredón, Director
Supremo de las Provincias Unidas del Río de la Plata: “Desengañémonos:
ese ejército (el del Perú) necesita por lo menos un año para
organizarse, esto es, con todos los esfuerzos del Gobierno; de
consiguiente, todo este tiempo le damos al enemigo para que nos
hostilice y nos acabe” (Mitre: 1950, 283).
Del campamento de Plumerillo (Mendoza) partió el Ejército de los
Andes. El comerciante británico Samuel Haigh lo visitó y dejó constancia
elogiosa de los combatientes afro: “La silenciosa y sombría fiereza de
los soldados, especialmente de los negros, la interpretábamos de buen
augurio para la causa de la libertad”. Sobre el furor salvaje de los
afrodescendientes y el deseo de fusilar al enemigo, el testigo agregó:
“Vi a un negro viejo realmente llorando de rabia cuando se percató que
los oficiales los protegían de su furor”.
El general Guillermo Miller luchó a las órdenes de San Martín y
elogió la constancia y el valor de los guerreros negros en carta del 9
de abril de 1827 (De Estrada: 1979, 86). Según el historiador Vicente
Fidel López, el médico de confianza de San Martín era un negro de Lima
que había escapado a Mendoza por razones políticas. Tomás Guido, íntimo
colaborador de San Martín, señaló que este médico indujo erróneamente al
general a consumir opio en exceso por sus dolencias. Otro favorito del
Jefe del Ejército de los Andes fue un cocinero negro con quien gustaba
mucho conversar (Lanuza: 1967, 71-72).
Mitre indicó en su estudio biográfico que, entre los combatientes en
Plumerillo, los preferidos del prócer eran los negros libertos, a
quienes proclamaba y se ponía a su nivel. San Martín advirtió que, si
los realistas ganaban, los negros serían esclavizados nuevamente y, por
ende, vendidos por azúcar en las plantaciones de Perú. Enfurecidos por
esta advertencia, “a cada balazo, a cada bayonetazo y golpe que dirigían
a sus adversarios, en el encarnizamiento de la lucha, repetían ebrios
de cólera y venganza tomá pachuca (toma por azúcar)” durante la batalla
de Chacabuco. Al mes de este heroico combate y en recuerdo al esfuerzo
de los combatientes afro, San Martín exclamó “¡Pobres negros!”, al
visitar el terreno donde yacían enterrados muchos de los combatientes
del Batallón 8, compuesto de libertos de Cuyo. (Mitre: 1950, 294, 339;
de Estrada: 1979, 85-86).
Algunos “rostros de bronce” en la epopeya andina
Lorenzo Barcala, nacido en Mendoza (1795) e hijo instruido de
esclavos traídos de África, fue liberado por la Asamblea del Año XIII.
En 1815 solicitó alistarse en el Batallón de Cívicos Pardos de su
provincia y escribió a su jefe: “Soy un pobre joven desgraciado que ha
sufrido mucho a consecuencia de ser esclavo. Me han mortificado sin
compasión. Quiero ingresar en el batallón para pasar los Andes con el
Señor Gobernador General José de San Martín” (De Estrada: 1979, 27).
Sin embargo, su deseo no pudo ser satisfecho. San Martín le ordenó
quedarse en la guarnición local para dar instrucción a los nuevos
reclutas que serían reserva del Ejército de los Andes. Barcala cumplió
tan bien esta tarea que recibió elogios hasta de José María Paz, muy
medido en sus loas. En el campamento Plumerillo escuchó decir al
Libertador que, si los realistas vencían, los negros como él serían
vendidos como esclavos (De Estrada: 1979, 86; Lanuza: 1967, 71, 90-92).
Luego de incorporarse a los Granaderos de Mendoza y tras varios ascensos
por entre su acción en la Guerra con el Brasil, la campaña contra el
indio y la participación en las luchas civiles, “El Caballero negro”,
como lo llamó Lanuza, encontró la muerte tras refriega con el caudillo
de Mendoza, el fraile José Félix Aldao, quien lo apresó y ordenó su
ejecución el 31 de julio de 1835.
Domingo Faustino Sarmiento tuvo en alta estima a Barcala y ensalzó su
figura. Al enterarse de su fusilamiento escribió: “Barcala, el virtuoso
Barcala, fue fusilado por el fraile” (De Estrada: 1979, 51). Antes
había puntualizado: “Barcala se sintió con fuerzas para ser un caballero
y lo consiguió con una conducta intachable” (Lanuza: 1967, 90).
Quienes sí pudieron integrar el Ejército de los Andes fueron el
africano Batallón y el capitán Andrés Ibáñez, nacidos en África a fines
del siglo XVIII, así como el sargento José Cipriano Campana. También se
puede incluir al cabo segundo Antonio Ruiz, más recordado como “Falucho”
o “Negro Falucho”, aunque se discute si no es más que una invención de
la historiografía mitrista. Entre las mujeres afro se conoce la historia
de la aguerrida Josefa Tenorio.
Batallón entró a Buenos Aires mediante la infame Trata Atlántica.
Tuvo una destacada participación en las invasiones inglesas, durante el
sitio de Montevideo en 1812, y marchó a Chile en 1813 bajo las órdenes
del coronel Juan Gregorio de Las Heras. Más tarde formó parte del
Ejército Libertador que cruzó los Andes, como efectivo del Onceno Cuerpo
de infantería de línea, por el paso Uspallata. Combatió heroicamente en
el paso Los Potrerillos y en Guardia Vieja, en enero y febrero de 1817,
respectivamente. Lo hizo también el 12 de febrero de 1817 en Chacabuco y
en Cancha Rayada, casi un año más tarde, cuando ayudó al repliegue de
las fuerzas patriotas. A principios de abril aportó su granito de arena
en el combate de Maipú, que decidió la liberación de Chile.
Las grandes proezas de Las Heras trajeron su causa del arrojo de
combatientes como el negro Batallón. En uno de los tantos combates se le
oyó gritar: “¡Viva la patria!” (De Estrada: 1979, 74). Batallón
participó también, como Barcala, en las guerras civiles y contra Brasil.
Sorprendentemente fue dado de baja del ejército a los 90 años.
Ibáñez era hijo de un noble africano y fue vendido como esclavo en
Buenos Aires a los 16 años. Por su desempeño militar recibió la
manumisión. Acompañó a San Martín a Mendoza en 1816 y cruzó los Andes.
Combatió en Chacabuco, Cancha Rayada y Maipú. Ascendió al grado de
capitán y obtuvo cinco medallas de honor. En 1818 se lo llevó el general
Miller; estuvo bajo su mando unos siete años. El sueño de Ibáñez era
instalar una pulpería en Buenos Aires y así lo hizo tras retirarse como
militar (De Estrada: 1979, 79-80).
José Campana, apodado “El Negro Campana” era un esclavo liberto de la
familia homónima. Entusiasta fervoroso de San Martín, acompañó al
general en el cruce andino y luchó a sus órdenes en Chacabuco, Cancha
Rayada y Maipú. Por el valor demostrado en combate ascendió sargento
segundo de los Granaderos a Caballo. Se dice que vivió más de 100 años y
combatió en tantas batallas que no podía recordarlas todas. Tras la
muerte de San Martín, rendirle honores se convirtió en costumbre asidua
de Campana (De Estrada: 1979, 154-155).
En esta historia no pueden faltar mujeres. Josefa Tenorio marchó con
el ejército andino en condición de esclava y en Perú fue designada
abanderada por el general Las Heras en virtud de su maestría como jinete
y su significativa actuación durante el sitio de los castillos de El
Callao. Por sus méritos en combate solicitó su libertad a San Martín en
noviembre de 1820, quien accedió a concederla. En el escrito de
solicitud Tenorio aseveró: “Mi sexo no me ha sido ni será impedimento
para ser útil a mi patria, y si en un varón es de toda recomendación el
valor, en una mujer es extraordinario el enseñar a tenerlo” (De Estrada:
1979, 123).
De ser cierta la versión de Mitre en Falucho y el sorteo de Matucana
(1897) y no ficción, como se le critica, tras haber servido al mando de
Manuel Belgrano en el Ejército del Norte, Falucho se incorporó al
Batallón 8 del ejército andino y se batió en Chacabuco y Maipú a las
órdenes de San Martín. Según el historiador José Zapiola, los Batallones
7 y 8 estaban formados mayoritariamente por “negros africanos y
criollos” e integraron en Perú el Regimiento del Río de la Plata (De
Estrada: 1979, 90).
A la vuelta de tres años en Perú, el Ejército que había cruzado
victoriosamente los Andes se encontró en situación angustiante. Tras más
de una década fuera del hogar y con la partida de San Martín, los
soldados argentinos estaban aislados, desmoralizados, sin paga y en
pésimas condiciones. En la fortaleza de El Callao se respiraba un
inminente clima de rebelión, que acabó por estallar a principios de
febrero de 1824.
Los alzados tomaron prisioneros a varios oficiales y reclamaron el
pago adeudado, además de retornar a sus hogares en Chile y Buenos Aires.
El gobierno local no pudo satisfacer estas demandas y los amotinados
enarbolaron el pabellón realista. Uno de los jefes de la rebelión fue el
sargento Dámaso Moyano, del Batallón 11, un mulato de Mendoza que había
cruzado la cordillera junto a Falucho y otros. El cabo segundo Antonio
Ruiz proclamó traidores a los insumisos, quienes respondieron:
“Revolucionario”. Falucho replicó: “Malo es ser revolucionario, pero
peor es ser traidor”. Por ese acto de rebeldía fue fusilado. Antes de
morir gritó: “¡Viva Buenos Aires!” y San Martín
En noviembre de 1826 retornaron a Buenos Aires los últimos efectivos
del Ejército de los Andes. El verdugo de Falucho y otros dos sargentos
fueron ejecutados por traición. Un testigo afirmó: “La justicia ha
castigado al traidor, y la historia ha legado a la posteridad el nombre
del granadero” (De Estrada: 1979, 121).
Conclusión
El aporte de los afrodescendientes a la lucha por la independencia no
puede desestimarse. La información anterior cuestiona la presunta falta
de aportes negros a la historia argentina, pero la huella y presencia
afro no es exclusiva de Argentina, que se jacta de ser nación blanca y
europea. Resulta incluso más marcada en Brasil y Colombia, que adolecen
igualmente de prejuicios raciales. Y en la nación de Simón Bolívar,
Libertador del Norte, unos 4 millones de Afro-Venezolanos constituyen el
15% de la población y, como en buena parte de América, componen el
grupo social que más padece la discriminación, la marginación, la
pobreza y la exclusión en las jerarquías sociales.
La presencia negra en América Latina y el Caribe, así como sus
múltiples aportes, no pueden pasar inadvertidos en la historia regional.
Se explica (pero se olvida muy a menudo) que América es la conjunción
de tres raíces: amerindia, europea y africana.
Un genio de las letras, el escritor argentino Jorge Luis Borges,
reconoció el mérito de los afrodescendientes: “Los negros de las guerras
de la Independencia, eran mucho mejores soldados que los blancos” (De
Estrada: 1979, 86). Sin embargo, no fueron debidamente reconocidos, a
pesar de su mayor esfuerzo bélico, muchos en el flanco más vulnerable de
la infantería. Aunque muchos mandaron compañías, fueron casos
excepcionales quienes, como Barcala, alcanzaron alta graduación. En la
década de 1850, por ejemplo, comandaron tropas los coroneles José María
Morales y Domingo Sosa (Lanuza: 1967, 167).
Los esclavizados muchas veces ganaron su libertad por servir al
ejército, como las dos terceras partes de los esclavos en Mendoza
durante los preparativos del cruce de los Andes, siempre con fuerte
resistencia de los amos (Mitre: 1950, 292). Entre 1810 y 1860 no hubo un
solo batallón en suelo argentino sin soldados afros. En Buenos Aires,
al menos once Afro-Argentinos alcanzaron grados de coronel o teniente
coronel, pero se les negó el grado mayor de general.
La historia argentina hizo más hincapié en la ausencia y/o la
denostación. Se hizo célebre la impresión de Belgrano sobre los
afrodescendientes, quien escribió a San Martín: “Los negros y los
mulatos son una canalla que tienen tanto de cobarde como de sanguinaria
(…) Solo me consuela saber que vienen oficiales blancos” (Picotti: 1998,
97-98). Sin embargo, el sargento afrodescendiente Juan Bautista Cabral
le salvó la vida a San Martín en la batalla de San Lorenzo (1813). Sin
aquel sargento Mitre no pudiera haber completado su Historia de San
Martín y de la emancipación sudamericana. Y en definitiva hay que
reescribir la historia para comenzar a reconocer, sin injurias ni
tergiversaciones, el aporte afro a la construcción de la identidad
argentina.
Bibliografía
DE ESTRADA, Marcos (1979): Argentinos de origen africano, Buenos Aires: Eudeba.
LANUZA, José L. (1967): Morenada. Una historia de la raza africana en el Río de la Plata, Buenos Aires: Editorial Schapire.
MITRE, Bartolomé (1950): Historia de San Martín y de la emancipación
sudamericana, Buenos Aires: Tor, Tomo 1, Caps. XII, XIII y XIV, Tomo 2,
Cap. XLXI.
PICOTTI, Dina (1998): La presencia africana en nuestra identidad, Buenos Aires: Ediciones del Sol.
Original en : omerfreixa.com