Tomado de Emisora Costa del Sol FM
De vuelta al refugio de mi columna
después de una ausencia de reflexión de unas semanas. Me trae de regreso un
caso complejo, de los que podrían exigir moverse con cuidado en el análisis. Se
trata de la comparación entre Venezuela y el resto de los países
latinoamericanos afiliados a la así llamada doctrina del Socialismo del Siglo
XXI. Voy a referirme especialmente al caso del Ecuador, un país al que he
venido visitando desde hace unos siete u ocho años.
La presencia en los medios
ecuatorianos de variantes del tema “El Ecuador no es y no será como Venezuela”
o de su la versión opuesta “El Ecuador terminará como Venezuela” es
considerable. Para bien o para mal, la comparación con Venezuela se ha
convertido en un objeto importante de esta crucial campaña electoral. La
primera conclusión lamentable es que ambos bandos políticos dan por sentado que
la situación venezolana es un caos y un desastre. Tirios y troyanos se refieren
a la catástrofe venezolana o como algo a evitar o como el abismo al que se
camina inexorablemente. El asunto es especialmente doloroso para nosotros los
venezolanos que tenemos que asistir a este cruce de comparaciones del que no es
posible salir bien parado.
El segundo elemento importante,
crucial, es que efectivamente en el Ecuador no se respira ni de lejos el
entorno de drama, de crisis humanitaria que aqueja a Venezuela. Las cifras de
reducción de la pobreza, de infraestructura hospitalaria, de vialidad, de
inversión en educación, están allí a la vista de todo el mundo. El Ecuador, con
un ingreso petrolero muy inferior al de Venezuela y sin destruir al sector
privado ha experimentado un progreso muy importante, imposible de ocultar.
Conozco con cierto detalle el avance sustancial que se ha producido en los
últimos años en educación superior, ciencia, tecnología y formación de talento
humano. Especialmente todo lo que rodea la iniciativa de Yachay, la Ciudad del
Conocimiento, y la Universidad de Tecnología que constituye su corazón. Este es
un resultado tangible que, a pesar de ser la joya de la corona del gobierno de
Correa, ha ido avanzando hacia convertirse en un proyecto nacional, más allá de
un proyecto de gobierno.
El tercer punto de importancia es
que a la oposición democrática venezolana no le falta razón en criticar el
apoyo del gobierno ecuatoriano al gobierno venezolano. Un apoyo hecho en nombre
de un proyecto político sin tener en cuenta el daño inmenso que la revolución
chavista, ahora en manos de Maduro, ha traído al pueblo venezolano. De hecho,
uno termina por preguntarse como el presidente Correa, con frecuencia un aliado
en el discurso del presidente Chávez, pudo mantener un curso de gobierno tan
dramáticamente diferente y lograr construir país en lugar de degradarlo y
humillarlo como en el caso venezolano.
El cuarto elemento de interés es que
el eje político y social del proyecto chavista es la así llamada unión
cívico-militar, mientras que su contraparte civil en el Ecuador es la
revolución ciudadana. No cabe duda de que el experimento civil ecuatoriano, a
pesar de la influencia en ambos casos de figuras carismáticas, Chávez y Correa,
ha logrado mantener prácticas democráticas y de gobierno más robustas que el
caso venezolano. Esto es especialmente notorio al comparar la robusta formación
profesional de los cuadros centrales del gobierno ecuatoriano, incluido el
presidente Correa, con el deplorable panorama de precariedad intelectual del
gobierno venezolano. Por supuesto, que ello no ha impedido la aparición de
tentaciones autoritarias pero es innegable que los dos ejercicios de gobierno
no son comparables y que el deplorable caso de decenas de opositores en prisión
y de miles sometidos a restricciones de su libertad en Venezuela, y la
escandalosa dimensión de la corrupción, no se han producido en el Ecuador.
Finalmente, hay una consideración
que no debería escapar a nuestras reflexiones sobre el tema de la comparación
Ecuador-Venezuela. Uno de los peores daños que se le puede ocasionar a una
nación es polarizar a su población. La polarización es una enfermedad del
cuerpo social y político que convierte a adversarios políticos en traidores y
enemigos. La semilla de la polarización está con frecuencia en el resentimiento
y es estimulada por la simplificación del discurso hasta transformar en
verdades inmutables conceptos increíblemente destructivos. Es importante que el
experimento ecuatoriano termine en una expansión de la democracia y en la
preservación como logro de la nación de lo que se ha alcanzado en estos años.
Si en algo podemos y debemos ayudar los venezolanos es en advertir sobre los
riesgos de las simplificaciones de la realidad y la amenaza que representa la
polarización de la sociedad. Y esa advertencia debe extenderse tanto al
gobierno como a la oposición para que independientemente del resultado de la
elección presidencial el país y su gente puedan seguir avanzando.
Solo resta desearle suerte a una
nación, que nos es tan cercana en historia y cultura, en una jornada crucial
para su democracia, su libertad y su felicidad.