Gustavo
Márquez Marín / Ultimas Noticias
Una
diferencia sustantiva entre la V y la IV República es que la Constitución
bolivariana consagra la participación protagónica del pueblo a través del
ejercicio de la democracia directa y su caracterización como poder
constituyente originario, sin menoscabo de su facultad de delegar en sus
representantes el ejercicio del poder público constituido. Esta se ejerce a
través de la contraloría social, los referendos consultivos, revocatorios y
abrogatorios según lo pauta la Carta Magma.
Ese
protagonismo será real en la medida en que las ciudadanas y ciudadanos
organizados tengan el “poder” de hacer seguimiento a la gestión pública a
través del acceso directo a la información sobre su desempeño. No es suficiente
hacerlo a través de los medios de comunicación, porque éstos están sujetos a la
censura y autocensura, a la manipulación y al sesgo particular que le imprimen
los intereses económicos y políticos de quienes los manejan.
La
falta de transparencia de la actual administración pública se opone
radicalmente a la construcción de un verdadero poder popular, libre de
tutelajes burocráticos, con capacidad de asumir su papel de fuerza impulsora de
la transformación social. Es así, porque inviabiliza la democracia
participativa y protagónica, facilitando el amparo del burocratismo, el
clientelismo, la corrupción, las ineficiencias y la reproducción del Estado
burgués al servicio de las viejas y nuevas oligarquías cazadoras de renta,
parasitarias del petroestado venezolano. Maquillar o suspender la publicación
de los indicadores socioeconómicos para intentar invisiblizar las vivencias de
un pueblo agobiado por las penurias y el acoso de la inseguridad, la escasez,
la hiperinflación, la crisis de la salud y la desnutrición, es pretender tapar
el sol con un dedo.
Explicar
la crisis solo como consecuencia de la “guerra económica” es una hipérbole
surrealista con la que se pretende eludir el reconocimiento autocrítico de que
su dramático desenlace ha sido provocado por políticas públicas contaminadas
con el “síndrome de la gran Venezuela” y el espejismo del “socialismo
petrolero”, que al igual que en tiempos de la Cuarta, partieron de la
disponibilidad de un ingreso petrolero perenne, creciente y autosuficiente,
estimulando la fuga de capitales, el endeudamiento externo masivo y la economía
de puertos.