El Estímulo
A propósito de la muerte del veterano político retirado Octavio Lepage, recordamos este trabajo publicado por El Estímulo y escrito por Fedosy Santaella: “El país que ha de venir no puede, no debe olvidar a sus clases necesitadas. Nuestros próximos políticos no pueden dejarse llevar por las autocomplacencia del poder, tal como justo en estos momentos está ocurriendo… de nuevo”.
La periodista también le preguntó por algún error
del pasado en el quehacer político de los partidos, Lepage respondió que uno de
los que él consideraba de lo más graves cometidos por Acción Democrática y
Copei fue el ataque sin medida al que ellos mismos se sometieron durante muchos
años. Es decir, los adecos atacaban a los copeyanos y los copeyanos a los
adecos como verduleras de patio, sin auto restricción ninguna. El viejo zorro
arguyó que tales acusaciones indiscriminadas terminaron socavando la confianza
de la gente. ¿Cómo la gente podía confiar en sus políticos si entre ellos
mismos se llamaban de la peor manera y se acusaban de la peor manera?
Octavio Lepage ha dicho acá dos grandes cosas
que, creo yo, los políticos y los venezolanos en general debemos considerar
para el futuro de una Venezuela post-chavista o post-madurista (si tal cosa
como el madurismo existe). Dos cosas sí, para nuestro futuro (que algún momento
será, más tarde o más temprano), pero que debemos empezar a pensar desde
nuestro presente. Incluso a ejercitar y a convertir en hábito desde ya.
¿Hacia qué sociedad vamos? ¿Hacia qué gobierno
vamos?
¿Qué hemos aprendido de estos años?
¿Qué podemos aprender de los políticos de antes
de la revolución?
Las palabras de Lepage asomaron, a mi parecer y
como ya señalé, dos ideas fundamentales. La primera, nuestros gobernantes
democráticos —democráticos— por venir, deben tener siempre presentes a los más
necesitados. No existe un país libre, sin gente necesitada. El mismo Berlin,
faro del pensamiento liberal, lo acota en Dos conceptos de libertad:
Es verdad que ofrecer derechos políticos y
salvaguardias contra la intervención del Estado a hombres que están medio
desnudos, mal alimentados, enfermos y que son analfabetos, es reírse de su
condición; necesitan ayuda médica y educación antes de que puedan entender qué
significa un aumento de su libertad o que puedan hacer uso de ella. ¿Qué es la
libertad para aquellos que no pueden usarla? Sin las condiciones adecuadas para
el uso de la libertad, ¿cuál es el valor de ésta?
El país que ha de venir no puede, no debe
olvidar a sus clases necesitadas. Nuestros próximos políticos no pueden dejarse
llevar por las autocomplacencia del poder, tal como justo en estos momentos
está ocurriendo… de nuevo. Lepage tiene razón: ese es el mayor error que puede
cometer cualquier gobierno y, sobre todo, la democracia, incluso la teñida de
ideas liberales. No obstante, también creo que el país por venir debe desterrar
el concepto —realmente clasista—, del pueblo como un grupo numeroso de personas
desprotegidas, infantiles casi, que necesitan la absoluta protección del
Estado. La Venezuela por venir, creo yo, no debe dejar a un lado la cuestión
social, pero tampoco debe convertirse en el proveedor paternal que, bajo la
excusa de la tutela al pobre indefenso venezolano, anula toda libertad de
pensamiento, u erradica, por lo tanto, el desarrollo.
En segundo lugar, pienso que las palabras del
señor Lepage, esas palabras, como ya dije, de un viejo político que ya no tiene
nada que perder diciendo verdades, también nos llevan a pensar en lo que
estamos haciendo con los insultos, con la manera en cómo estamos dirigiendo
nuestros discursos, no sólo contra el gobierno, sino contra nosotros mismos,
que es lo peor.
¿Qué decimos de nosotros mismos?
¿Cómo nos tratamos?
Las palabras pueden crear grandes cosas, como
las obras de teatro de Shakespeare o las novelas de García Márquez, pero las
palabras también destruyen, las palabras también podrían pulverizarnos.
Lepage lo advierte, él lo vio, él lo sintió, él
lo supo: las descalificaciones, los insultos, la saña no ayuda en nada a la
política. Y sí, la política bien entendida debe ser discusión, debate
acalorado, duro, pero llegar a los extremos del discurso agresivo que ha
llegado la revolución contra los que se les opone, no es sano. No soy un santo,
no soy eunuco, pero tampoco soy un loco, y esto es en lo que creo.
Eso sí, inteligentes han sido los de esta
facción que nos gobiernan: no se insultan (hasta el momento) entre ellos, sino
que insultan al otro, al enemigo. En ese sentido, el chavismo ha sido sano. El
problema tampoco está, si se quiere ser un tanto relajado con esto, en el
opositor que responde de igual manera contra el discurso oficilista que lo
agrede. El problema está entre los opositores que han empezado a insultarse, a
agredirse, a descalificarse, a menospreciarse. Y ahora, dejando a un lado las
permisividades, ¿de dónde cree usted que salió ese juego de insultos? De la
idea general que ve el insulto y la descalificación como un juego político
justificable. Esa idea, ya lo vimos, según Lepage, ha sido heredada de los
juegos políticos del pasado y, por supuesto, de la idea política del enemigo de
la actual revolución. Somos hijos de una lamentable fórmula del insulto por
partida doble. Esa fórmula, a mi modo de ver, debería dejarse a un lado en
nuestro presente, y debería considerarse con suma delicadeza para la Venezuela
que vendrá.
¿O acaso el pasado no nos enseña nada? ¿O acaso
de nada vale ese breve espacio que se le ha dado a Octavio Lepage, un señor,
cabe decir, que nunca fue de mis simpatías? ¿De nada sirve la mirada de un
político del pasado que reconoce, piensa y analiza parte de los errores que nos
llevaron a este descalabro? Yo no sé usted, pero creo que deberíamos pensar lo
que dijo, tomarlo en serio. Así opino porque, quizás, la Venezuela del futuro
se encuentre más cerca de lo que creemos, y si no la atrapamos a tiempo,
seguirá del largo, y nos quedaremos de nuevo con lo mismo, con el mismo «pueblo
indefenso que está pasando hambre» y con la misma diatriba caótica de los
descréditos gratuitos y del insulto demoledor.
(Este texto fue publicado por primera vez el 5
de noviembre de 2015)