Nota de Entre Todos Digital. Hace dos años, por estos días,
la magnífica periodista Faitha Nahmens, publicó un trabajo sobre Teodoro Petkoff, un dirigente político
fuera de serie. Intelectual de primer orden, con una honestidad a toda prueba y
hombre de acción; en nuestra opinión, Petkoff es un ejemplo a seguir para las
nuevas generaciones de políticos, tan marcadas hoy por los antivalores. Como “el
catire” esta de cumpleaños (85), publicamos el trabajo de Nahmens que lo
retrata bien.
No tendría tomas en bar alguno. Y si el guión registra la
escena de una fiesta será para enfocarlo: la luz sobre él mientras conversa en
una esquina aparte sobre un tema enjundioso, profundo, nacional o
internacional, que maneja al dedillo. O tal vez leyéndose un libro que encontró
sobre la mesa en medio de la algarabía, aislado y con absoluta concentración.
Alguien podría pedirle que baile y él, afinado que es (quiso estudiar piano
cuando era sesentón), lo intentará con pies de plomo.
Corte.
Otra escena bisagra podría ser la de él conduciendo el
Volkswagen desportillado que manejó durante años por las calles
caraqueñas, dándole chola a fondo. Para nadie es un engaño que este
intelectual, pensador sesudo y concentrado en el teclado para
producir textos que han desquiciado a platónicos del planeta, es también
un hombre de acción. Pero las mejores secuencias estarían por verse. ¿Quién
sabe cuánto duraría una película que narrara la enjundiosa trayectoria de
Teodoro Petkoff, con tantas vidas en una? Todas las imágenes se antojan
absolutamente cinematográficas.
Teodoro, quien hoy 3 de enero arriba a sus ochenta y tres
años, ha sido protagonista de un sinfín de circunstancias fantásticas que al
contarlas, de tan complejas y prolijas, fotografían el país y el mundo. Una vez
convertido en personaje por la ocurrencia de José Ignacio Cabrujas, cuando un
catirón y bigotón Yanis Chimaras (en mala hora, de manera prematura y vil,
sacado de la escena de este mundo) lo interpretó en una teleserie de empaque
histórico.
Corte.
Una curiara lleva a su madre embarazada y a punto de dar
a luz, de El Batey a Maracaibo. Casi pare en medio del Lago. Su madre es una
médico polaca que ha venido a Venezuela para empezar una vida sin guerras y
dispuesta a colaborar con su sabiduría. Tendrá tres hijos: Teodoro y los
gemelos Mirko y Luben. La cámara, a continuación, podría hacer un vuelo
rasante por la infancia del único catire en ese paisaje tropical, habitado por
niños muy pobres, luego un paneo por la Escuela Experimental
Venezuela, frente a la Plaza Morelos de Caracas, donde un chiquillo de
sexto grado funge como presidente electo de la institución, según las
normas inusuales del colegio. [Pocas veces, por cierto, el líder será visto sin
bigotes]. Y luego podría enfocar a un mozalbete de 14 de espaldas, pegando
pancartas a favor de la revolución en un muro. En la siguiente toma es llevado
preso. Comienza temprano el jaleo. La política será su modo de vida y él un pez
en esas aguas poco dulces. Sus discursos comenzarán a ser legendarios. Será
presidente del Centro de Estudiantes en la Universidad Central de Venezuela,
donde cursará dos años de Medicina, pero la política lo conmina con la fuerza
de un imán y decidirá pasarse a Economía, donde se graduará cum laude en
1960. ¡Ay, los sesenta!
Corte.
Nadie se mueve de sus asientos: la película entra en
honduras. Teodoro Petkoff tiene la certeza de que la lucha armada es la
solución y se suma al movimiento guerrillero. No será lo tanto sino lo seguido.
Acusado injustamente del ataque sangriento al tren de El Encanto (muchos años
después, frente a los rieles de la muerte, Luis Correa diría por fin que fue
él), fue preso por sedicioso. Dos veces lo arrestan y dos veces se
escapa.
Toma equis: El increíble escape del Hospital Militar.
Mítico. No es leyenda urbana. Una escena de suspenso que podría sumar varios
minutos de un plano secuencia. Comienza cuando bebe sangre de vaca que le
consigue Rómulo Valero y (a buen resguardo) le ha llevado Beatriz Rivera, la
segunda pareja en su enjundiosa biografía romántica. Su talente intenso,
inquieto, pasional lo vinculará con las varias mujeres maravillosas que amó y
lo amaron. Volvamos a la toma: una vez que se provoca el vómito, hace ver a sus
cancerberos que está gravísimo. Finge dolor y está junto a un charco de líquido
rojo. Se le ha reventado una úlcera, dicen. De emergencia y bien custodiado
es llevado a la institución donde será auscultado por los médicos. El plan está
redondo y fraguado. Un vez acostado en la cama donde reposa mientras comienza
la serie de urgentes exámenes, con un par de cómplices que han convenido en
espantar a mirones indeseados y con más sábanas en su habitación que cualquier
otro paciente, hará un atado que amarrará a la ventana de la que se descolgará
no sin antes ser visto por un paciente en un piso intermedio. Años después le
dirá: Fui yo quien te vio descender. Me pediste que no dijera nada y
eso hice. Agarrado con fuerza pondría un dedo en su boca para indicarle al
posible soplón que hiciera chito. Tuvo éxito. Descendió hasta planta baja y,
sin levantar sospechas frente a los vigilantes, franquearía la puerta vestido
con ropas de calle. Por la puerta grande saldría con su historia.
Corte.
Toma ye: La fuga del Cuartel San Carlos. Teodoro Petkoff
con los compañeros de celda, Pompeyo Márquez entre ellos, atraviesan un boquete
cavado desde afuera por el cual apenas cabrán agachados. Desde ahí, como topos,
irán sigilosamente y sin cesar por un túnel subterráneo cuya salida está en la
panadería de un cómplice vecino del cuartel, quien los ha
aguardado durante meses, mientras el lector incansable que en la cárcel tenía La
montaña mágica de Thomas Mann seguía el plan de Antonio José “Caraquita”
Urbina con mucho cuidado, sin intenciones de levantar sospecha, poco a poco.
Por fin se escapa y se va a Bulgaria, no por mucho tiempo, claro. (Años
después se someterá a una artroscopia por lesiones en sus rodillas. Lesiones
eternas).
Corte.
Luego tomaría a pies juntillas la pacificación con la que
hace migas en el primer gobierno de Rafael Caldera (en el segundo será su
ministro de Cordiplán). Mantendrían una insospechada buena relación siempre,
dispuestos a olvidarse de “Roberto” y de “Teódulo Perdomo”, sus apodos de
guerra. Salta del hombrillo de la historia para ubicarse de una vez y para
siempre del lado del debate político franco, cuyo ejercicio hará con vigor como
diputado, como líder innegable, como fundador del Movimiento Al Socialismo, el
MAS, partido de color naranja que nace en 1971 con el objetivo de promover la
justicia social en libertad, sin exclusión ni dicotomías, y al que recalan los
creadores, autores e intelectuales más luminosos de la izquierda moderada y
democrática, gente de avanzada de entonces: Pedro León Zapata, Jacobo Borges,
José Ignacio Cabrujas, Luis Bayardo Sardi, Manuel Caballero. Esos serían
algunos de los nombres de la nómina de marquesina. Salía del doloroso pasado
dando un portazo que resonaría en medio planeta.
Corte.
Su libro Checoslovaquia, socialismo como
problema no sólo le garantiza la expulsión del Partido Comunista de
Venezuela: todos los jerarcas del politburó soviético y alrededores le hacen la
cruz. Su pregunta sería más que incómoda “¿Cómo criticar que Estados Unidos
invada si la URSS hace lo mismo, controla, subyuga, mata?”.
“Conversaba una vez sobre la libertad en los regímenes
totalitarios con Alejo Carpentier. Y sería una vez y ya, porque él resumió su
fe dogmática así: lo que propone Fidel Castro hay que darle curso. Él no
se equivoca. No había nada más que añadir”.
Corte.
Vital, intenso, fajado, democrático y accesible a niveles
conmovedores, pese al vozarrón intimidante y la gestualidad sin ternuras que
tuercen con terquedad la imagen hacia el extremo donde no está. Un close
up debería registrar esta paradoja: su discurso apasionado,
inteligentemente perspicaz y sin ambages, sin concesiones y sin perderle pista.
En toma cerrada, aguarda cuando la ironía derive en sonrisa. En ese momento se
asomará una insospechada calidez. Casi parecerá tímido. Si estalla en
carcajadas (“homéricas”, según la periodista Luisa Barroso, quien trabajó con
él en Cordiplán y es su seguidora “desde que tengo uso de razón”), el serio, el
contumaz, el rotundo Teodoro Petkoff, increíblemente sensato, parecerá entonces
el hombre más divertido del mundo.
“Venezuela se perdió al mejor presidente”, diría Dalita
Navarro y con ella un gentío del país y del exterior sobre quien fuera dos
veces candidato presidencial y siempre fue un gurú a consultar. Visionario
hombre de ideas, considerado en 2012 por la revista Foreign Policy como
uno de los cien hombres más influyentes del mundo, fundaría un periódico a su
imagen y semejanza con un lema que es suyo: Tal Cual, claro y raspao.
Con editoriales de su puño y letra en la portada (algo nunca visto) y todo el
diario escrito con fundamento, con apego a la ética, con audacia, con gracia y
con humor, en tono francamente crítico.
Ahora mismo no sale a la calle. El periódico que nació
cuando comenzó el chavismo está sin papel. Volverá a ser impreso de nuevo a
finales de enero, quizás, cuando se calcula que el gobierno vuelva,
discrecionalidad mediante, a permitir que el medio dé los pasos que son ahora
condena para conseguir los cupos para importar. En tiempos de confiscación de
libertades, la de expresión exhibe una espada de Damocles grotesca, enorme,
descarada, que suspenden los mandamases que también lo enjuician.
Por un artículo suscrito por un colaborador, Teodoro
Petkoff ha tenido que ir cada semana a presentarse ante los tribunales
de un sistema judicial simbiótico y comparecer como delincuente para
dar fe de que “no ha huido de la justicia”. Esto lo ha puesto enfermo. No es
para menos: el imbatible acusa recibo al cabo de diez demandas y toda la saña.
Circunstancia que, por supuesto, ha tenido eco fuera de las fronteras y en el
patio ha convocado alianzas, apoyos y solidaridades. En un país donde 34
emisoras de radio fueron compradas (la fagocitosis de la llamada hegemonía
comunicacional) y los canales de televisión están en la lupa, la prensa tiene
los colmillos de la voracidad totalitaria encima de la letra.
Padre de siete hijos, abuelo de trece nietos y
figura de culto. Políglota (habla seis idiomas), conversador que asombra,
informado y convenientemente conciliador. Profundo y sencillo. Autor de una
decena de libros de cabecera. Fanático de las rancheras, profesor
universitario, referencia para adoradores y adversarios, amigo leal, capaz de
realizar en persona la gestión más menuda a favor de un ser querido. En su
lista de teléfonos han estado poetas, presidentes, diplomáticos, creadores,
empresarios. Hombre de carácter, raciocinio y emocionalidad mediante,
requeriría de una cámara de amplio lente para rastrear en una sola toma la
cantidad de hombres dispuestos a certificar que lo admiran. Ni se diga de
mujeres: recibiría con profusión de rockstar infinidad de cartas de novias que
hasta hace nada le alentarían a ser y, por favor, a que no las olvide.