por Carlos Cristóbal
Un mural recuerda en la ciudad de Nablus (norte de Cisjordania) que hay que “resistir para existir” |
Esta
entrada ha sido escrita por la periodista Alba Villén.
Los colores de sus banderas, ser árabes, los años de espera o
vivir de la ayuda internacional son elementos en común entre saharauis y
palestinos, los protagonistas de dos conflictos que perduran tras décadas a
espaldas de la comunidad internacional. En el mejor de los casos Naciones
Unidas denuncia las violaciones de derechos humanos que se cometen contra
saharauis y palestinos, aunque no parece ser suficiente para que Marruecos e
Israel, respectivamente, sigan oprimiendo, ocupando y ganando una batalla a
corto y largo plazo.
¿Son dos conflictos similares, son completamente distintos? ¿En
qué punto están actualmente ambos conflictos? ¿Cuáles son las condiciones de
sus refugiados y de los ciudadanos que viven en territorios ocupados?
Cobertura
mediática ¿Quién sale más en la tele, los saharauis o los palestinos?
Hay que empezar por el principio. ¿Sabe un saharaui de la
existencia de un palestino? sí. ¿Sabe un palestino de la existencia de un
saharaui? en general, no. Tras preguntar a decenas de palestinos si conocen la
causa saharaui, la respuesta más común es: ¿Eso qué es el desierto? ¿Eso es lo
de Marruecos, no? Puede parecer inverosímil que dos causas que, a grosso modo,
tienen tanto en común, no estén unidas para hacer frente al rival.
La respuesta a esta pregunta puede ser todo lo compleja que se
quiera -en los pasillos de sus diplomáticos se cuecen intereses lejanos al
alcance de la población ¿le interesa a la política palestina compartir el
protagonismo internacional de su causa con la saharaui?- pero podemos
empezar por uno de los motivos que puede ayudarnos a entender por qué sabemos
tanto de los palestinos y tan poco de los saharauis: la cobertura mediática.
Dos periodistas saharauis
graban una pieza para Rasd TV en el XIV Congreso del Frente Polisario en Dajla (Tinduf)
Cobertura
mediática ¿Quién sale más en la tele, los saharauis o los palestinos?
En Palestina e Israel miles de periodistas, locales e
internacionales, nos ofrecen al minuto los avances y retrocesos de un conflicto
enquistado. Las ruedas de prensa del Gobierno israelí, en su mayoría, se emiten
en inglés y no en hebreo –idioma oficial- para facilitar así a la abundante
prensa internacional la cobertura del conflicto. La agencia española de
noticias EFE, El País, El Mundo, Público, TVE1, RNE, Ser, Radio Televisión
Vasca (EITB) y El Periódico tienen corresponsales permanentemente informando
sobre este conflicto in situ. A ellos sumamos todos los medios locales: la
agencia Maan, Wafa y una larga lista de medios palestinos comprometidos con que
la actualidad esté en la parrilla nacional e internacional.
Sobre los territorios ocupados del Sáhara Occidental ningún
medio español. Sobre los campamentos de refugiados saharauis, ningún medio
español permanentemente. Alguno, pero pocos, en Rabat y Argel, pero no in situ.
Periodistas españoles freelance, enviados especiales para algún evento o
acontecimiento puntual, pero nadie que cuente cada día la vida de los
saharauis. En el plano de medios locales destaca la radio y televisión pública
de la República Árabe Saharaui Democrática (Rasd), la Agencia de Prensa de la
Rasd (SPS), sitadas en los campamentos, y Equipe Media, centrada en los
territorios ocupados del Sáhara Occidental. Además otras publicaciones hacen un
trabajo encomiable, como Sáhara Libre o Futuro Sáhara, entre otros.
Menos cobertura, menos datos, menos protagonismo, y por lo tanto
a ojos del mundo, más invisible. Decía el escritor Oscar Wilde que “hay solo
una cosa peor a que hablen de ti, y es que no hablen de ti”.
Los
números nos importan. ¿Cuántos son los saharauis y cuántos los palestinos?
Según la agencia de Naciones Unidas para los refugiados de
Palestina (UNRWA), hay 5,1 millones de refugiados palestinos, que suponen una
tercera parte de todos los refugiados del mundo. Los refugiados palestinos
viven en los propios territorios palestinos –al moverse de sus casas a otras
ciudades palestinas debido a la ocupación israelí- y en los países vecinos:
Siria, Líbano y Jordania. El mayor volumen lo acoge Jordania, que cuenta con
más de dos millones de palestinos que disfrutan de la ciudadanía plena.
Según el Instituto de Estudios de Jerusalén casi otros cinco
millones de palestinos resisten en Cisjordania y la Franja de Gaza, lo que hace
que se estime una población total de diez millones de palestinos, aunque la mitad
no vivan en su tierra.
En el Sáhara Occidental las cifras se escapan a la matemática.
La población no tiene un censo registrado y es, en parte, una estrategia para
el hipotético día en el que se celebre un referéndum a los saharauis. Sin
embargo, entidades de ayuda internacional estiman que la población refugiada
saharaui suma en torno a 200.000 personas y fuentes del Frente Polisario
calculan que la población en territorios ocupados ronda los 750.000, por lo que
los saharauis no llegan al millón de personas.
Ambos,
refugiados
Cinco millones de refugiados palestinos. Doscientos mil
refugiados saharauis. Las cifras son bien distintas y las condiciones de vida
también.
La diáspora palestina es diversa. En Jordania gozan de
ciudadanía plena aunque no tienen derecho al voto, en Líbano viven en
abarrotados campos de refugiados con un acceso muy limitado a los servicios
públicos y en Siria cuentan con los mismos derechos que los sirios, a excepción
de la ciudadanía.
En los territorios palestinos numerosos campos de refugiados se
anexionan a las ciudades palestinas sin una delimitación física clara. Tras 68
años, estos campamentos de refugiados distan mucho de la imagen de tiendas de
campaña a la que estamos acostumbrados. Las calles son estrechas y
serpenteantes, las casas de obra y tan altas como miembros de la familia haya,
ya que ante la imposibilidad de expandirse hacia los lados, las viviendas
crecen a lo alto: cada hijo que se independiza suele construir una planta más
sobre la casa familiar.
Colegios de Naciones Unidas, ayuda internacional, numerosas ONG
extranjeras in situ, delincuencia, paro, y unos residentes a la cola de la
sociedad palestina en oportunidades.
Las paredes y el muro de separación israelí se convierten en un
mural donde siempre hay un hueco para expresar la rabia acumulada durante
décadas. Mensajes como “Palestina libre” o “Abajo el muro del apartheid” exigen
una pronta solución a sus vidas.
Por su parte, los refugiados saharauis se distribuyen en cinco
campamentos situados todos ellos en Tinduf, Argelia, desde hace más de 40 años.
Estos 200.000 refugiados viven casi exclusivamente de la ayuda internacional,
en su mayoría proveniente de Argelia, aunque también de Europa, Cuba y
Venezuela.
Cualquier idea sobre las precarias condiciones de vida de un
refugiado cobra aquí su máxima expresión. Un desierto pedregoso cubierto de
jaimas, sin agua ni luz (aunque esta última ahora en proyecto) y con unas
temperaturas que en verano rozan los 60 grados.
La educación y la sanidad fueron izadas por la mujer saharaui
mientras el hombre luchaba en la guerra. Un plato de arroz, azúcar, una
bombona, una cuba de agua… y un interminable etcétera, proviene de la ayuda
internacional. En los últimos años, congresos internacionales, carreras o
festivales de cine intentan dar algo de protagonismo a los grandes olvidados.
El programa de cooperación más conocido es el Vacaciones en Paz,
gracias al cual este verano en torno a 4700 niños saharauis han pasado dos
meses con familias de acogida en España, lejos de la ardua vida del desierto.
Ambos
viven en territorios ocupados
Cisjordania y Jerusalén Este fueron ocupadas por Israel hace 49
años durante la guerra de los Seis Días. Israel se anexionó unilateralmente
Jerusalén Este, donde hoy residen 300.000 palestinos bajo Gobierno israelí.
Desde entonces numerosos puestos de control separan una ciudad
palestina de la otra. Un agricultor de un pueblo palestino puede encontrar un
puesto de control entre su casa y las tierras que labra, controlado por
soldados israelíes que abren el paso un par de veces al día, a veces, al año.
En ciudades como Hebrón los soldados israelíes patrullan dentro de una ciudad
dividida entre palestinos y colonos judíos.
A pesar de que la Autoridad Palestina está al frente del
Gobierno, la mayor parte del territorio está bajo control israelí y en el resto
es usual que los soldados israelíes hagan incursiones por la noche para llevar
a cabo detenciones, desahucios y derribos de casas, entre otros.
Bajo ocupación, pero con matices diferentes, sigue también el
Sáhara Occidental. Desde que en 1975 miles de marroquíes entraran pacíficamente
en el territorio con la conocida como Marcha Verde, el Sáhara Occidental ha
sido dirigido exclusivamente por Marruecos. Salud, sanidad, educación,
urbanismo… cualquier ápice de la vida de los saharauis está bajo control
marroquí, y en todos ellos sufren discriminación respecto a la población colona
marroquí con la que conviven en el Sáhara Occidental.
Las manifestaciones son brutalmente reprimidas por la policía
marroquí, que prohíbe cualquier exhibición pacífica por parte de los saharauis.
Los grafitis de banderas saharauis en las calles de El Aaiún ocupado son
tachados, por parte de Marruecos, con parches de pintura que intentan silenciar
el grito desesperado de una población acorralada.
En ambos conflictos las cárceles están llenas de presos
políticos. La asociación palestina Addameer asegura que hay 7.000 prisioneros
políticos en cárceles israelíes, casi 500 de ellos con cadena perpetua. En las
cárceles marroquíes hay decenas de presos políticos saharauis sometidos a las
torturas más vejatorias y la asociación saharaui Afapredesa estima en 400 los
desaparecidos, de quienes no se sabe su paradero: puede ser una cárcel o puede
ser un hoyo bajo tierra.
¿En
qué punto se encuentran ambos conflictos hoy?
Hay algo que no ha cambiado tras décadas: la espera. Saharauis y
palestinos se han acostumbrado a esperar. Esperar las condenas de la comunidad
internacional, esperar las decisiones del Estado al que se enfrentan, esperar,
incluso, a si mismos, a la inmovilidad política de dos Gobiernos, que a veces,
parecen navegar sin un rumbo decisivo.
En la actualidad los palestinos protagonizan una ola de
violencia que se inició en octubre de 2015 y en la que han muerto más de 220
palestinos, en su mayoría atacantes o presuntos atacantes contra las fuerzas de
seguridad israelíes, y más de una treintena de israelíes. Esta violencia ha
sido vista como una reacción frente a la frustración, el inmovilismo, la falta
de oportunidades y la ausencia de horizontes políticos.
La pasada semana el Tribunal Supremo suspendió la celebración de
comicios conjuntos en Gaza y Cisjordania. La representación palestina, dividida
y encontrada desde que el movimiento islamista Hamás ganara en las urnas en
2006 y se hiciera con el poder de la Franja en 2007, no celebra elecciones
municipales desde hace diez años. Además dentro de la espiral en la que está
sumida la población en Gaza -tras la última guerra de 2014 en la que murieron
más de 2.100 palestinos-, ahora sus ciudadanos se enfrentan también a la
construcción de un muro subterráneo a lo largo de la frontera con Israel para
evitar los túneles de infiltración de milicianos palestinos en territorio
israelí. Con un muro levantado hacia arriba y otro en proyecto hacia abajo,
estos palestinos se enfrentan a un férreo bloqueo desde 2007.
Francia intenta proponer una solución al conflicto con el apoyo
de la comunidad internacional, una iniciativa en la que Palestina confía pero a
la que Israel se niega, porque dice, prefiere que las partes negocien la paz
directamente, sin intermediarios. Además en las últimas semanas el presidente
ruso, Putin, se ha preocupado por su colega israelí, Netanyahu, y se habla de
otra iniciativa rusa para encontrar una solución al conflicto.
Al otro lado del charco, en el Magreb más desértico, algo se ha
movido en los últimos meses en el conflicto saharaui-marroquí. La población ha
desempolvado su alerta tras años de “stand by”. El secretario general de
Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, visitaba los campamentos de refugiados saharauis
el pasado marzo y durante la visita se refirió a Marruecos como estado
ocupante. Marruecos, poco acostumbrado a lo que considera ataques de la
comunidad internacional, ordenó la expulsión de funcionarios de la Misión de
Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (Minurso), actitud
que demostró la poca voluntad alauí de buscar una solución pacífica al
conflicto.
El por entonces presidente saharaui, Mohamed Abdelaziz, movilizó
en sus regiones militares a todos los combatientes, que durante días
mantuvieron en vilo a una población que creía volvería a la guerra tras 15 años
de alto al fuego. Maniobra que se disolvió con la promesa (aún incumplida) de
que los efectivos de la Minurso volverían progresivamente a sus puestos.
El pasado mayo, el histórico presidente saharaui y líder del
Frente Polisario, Mohamed Abdelaziz, moría a los 68 años, dejando huérfano a un
pueblo que lo consideraba la persona idónea para mantener unidos a mayores, que
votan por una solución pacífica, y a jóvenes, que se decantan por una vuelta a
las armas como única solución al conflicto. A principios de julio Brahim Gali,
exministro de Defensa y antiguo embajador en Argelia, fue nombrado segundo y
actual presidente de la Rasd.
Por
si volvemos
Los palestinos guardan la llave de sus antiguas casas, de las
que tuvieron que huir años atrás, con la esperanza de retornar algún día a su
hogar. Los saharauis más longevos tienen un baúl preparado con algunas
pertenencias, dispuestos a dar una patada a un asfixiante desierto. Ambos
siempre anhelantes por volver a casa. Sin embargo, en los últimos 68
años, los palestinos no han conocido más que la ocupación y el exilio, y
en los últimos 40 los saharauis no han sentido más que exilio y ocupación.
Pequeños palestinos que juegan a tirar piedras y pequeños
saharauis que sueñan en una cárcel de arena: ambos han nacido en un conflicto y
han formado parte de él, pero viven con la esperanza de volver a casa y poder
conocer todo aquello que sus mayores les contaron.
En un intento de no olvidar el lugar de donde vienen, los
palestinos se manifiestan cada viernes después del rezo frente al muro de la
ocupación. Sobre él y sobre los soldados lanzan piedras, que son respondidas
por los israelíes con gases lacrimógenos y balas recauchutadas. También cada
domingo, cuando comienza la semana en los campamentos saharauis, miles de
pequeños se alzan frente a la bandera de la Rasd en sus colegios, con su
cántico se convencen de que volverán a su tierra.
Ambos siguen levantándose cada mañana, los niños vuelven al cole
y los mayores encaran a soldados, muros, minas antipersona y policías, o
simplemente al silencio. Vuelven a casa y comen de la ayuda
internacional, juegan en cárceles de arena y cemento y se van a la cama
con la ilusión de que algún día toda esta pesadilla termine. Lo infame, es que
durante décadas las mañanas han despertado así, y cada día se ha llevado por
delante la vida de personas que no han conocido otra cosa más que exilio y
ocupación.
Y sin embargo saharauis y palestinos, árabes, musulmanes,
compañeros de desaliento, son grandes desconocidos entre sí. La Liga Árabe se
ha propuesto dar voz a una causa árabe contra judíos pero no a unos árabes que
se rebelan contra una monarquía árabe. No comparten estrategia, tácticas,
aciertos y desaciertos. Tan vecinos y tan lejos.