Vistas de página en total

03 enero, 2017

Saharauis y palestinos: tan vecinos y tan lejos


por Carlos Cristóbal
Un mural recuerda en la ciudad de Nablus (norte de Cisjordania) que hay que “resistir para existir”

Esta entrada ha sido escrita por la periodista Alba Villén.
Los colores de sus banderas, ser árabes, los años de espera o vivir de la ayuda internacional son elementos en común entre saharauis y palestinos, los protagonistas de dos conflictos que perduran tras décadas a espaldas de la comunidad internacional. En el mejor de los casos Naciones Unidas denuncia las violaciones de derechos humanos que se cometen contra saharauis y palestinos, aunque no parece ser suficiente para que Marruecos e Israel, respectivamente, sigan oprimiendo, ocupando y ganando una batalla a corto y largo plazo.
¿Son dos conflictos similares, son completamente distintos? ¿En qué punto están actualmente ambos conflictos? ¿Cuáles son las condiciones de sus refugiados y de los ciudadanos que viven en territorios ocupados?



Cobertura mediática ¿Quién sale más en la tele, los saharauis o los palestinos?
Hay que empezar por el principio. ¿Sabe un saharaui de la existencia de un palestino? sí. ¿Sabe un palestino de la existencia de un saharaui? en general, no. Tras preguntar a decenas de palestinos si conocen la causa saharaui, la respuesta más común es: ¿Eso qué es el desierto? ¿Eso es lo de Marruecos, no? Puede parecer inverosímil que dos causas que, a grosso modo, tienen tanto en común, no estén unidas para hacer frente al rival.
La respuesta a esta pregunta puede ser todo lo compleja que se quiera -en los pasillos de sus diplomáticos se cuecen intereses lejanos al alcance de la población ¿le interesa a la política palestina compartir el protagonismo internacional de su causa con la saharaui?-  pero podemos empezar por uno de los motivos que puede ayudarnos a entender por qué sabemos tanto de los palestinos y tan poco de los saharauis: la cobertura mediática.
Dos periodistas saharauis graban una pieza para Rasd TV en el XIV Congreso del Frente Polisario en Dajla (Tinduf)
Cobertura mediática ¿Quién sale más en la tele, los saharauis o los palestinos?
En Palestina e Israel miles de periodistas, locales e internacionales, nos ofrecen al minuto los avances y retrocesos de un conflicto enquistado. Las ruedas de prensa del Gobierno israelí, en su mayoría, se emiten en inglés y no en hebreo –idioma oficial- para facilitar así a la abundante prensa internacional la cobertura del conflicto. La agencia española de noticias EFE, El País, El Mundo, Público, TVE1, RNE, Ser, Radio Televisión Vasca (EITB) y El Periódico tienen corresponsales permanentemente informando sobre este conflicto in situ. A ellos sumamos todos los medios locales: la agencia Maan, Wafa y una larga lista de medios palestinos comprometidos con que la actualidad esté en la parrilla nacional e internacional.
Sobre los territorios ocupados del Sáhara Occidental ningún medio español. Sobre los campamentos de refugiados saharauis, ningún medio español permanentemente. Alguno, pero pocos, en Rabat y Argel, pero no in situ. Periodistas españoles freelance, enviados especiales para algún evento o acontecimiento puntual, pero nadie que cuente cada día la vida de los saharauis. En el plano de medios locales destaca la radio y televisión pública de la República Árabe Saharaui Democrática (Rasd), la Agencia de Prensa de la Rasd (SPS), sitadas en los campamentos, y Equipe Media, centrada en los territorios ocupados del Sáhara Occidental. Además otras publicaciones hacen un trabajo encomiable, como Sáhara Libre o Futuro Sáhara, entre otros.
Menos cobertura, menos datos, menos protagonismo, y por lo tanto a ojos del mundo, más invisible. Decía el escritor Oscar Wilde que “hay solo una cosa peor a que hablen de ti, y es que no hablen de ti”.
Los números nos importan. ¿Cuántos son los saharauis y cuántos los palestinos?
Según la agencia de Naciones Unidas para los refugiados de Palestina (UNRWA), hay 5,1 millones de refugiados palestinos, que suponen una tercera parte de todos los refugiados del mundo. Los refugiados palestinos viven en los propios territorios palestinos –al moverse de sus casas a otras ciudades palestinas debido a la ocupación israelí- y en los países vecinos: Siria, Líbano y Jordania. El mayor volumen lo acoge Jordania, que cuenta con más de dos millones de palestinos que disfrutan de la ciudadanía plena.
Según el Instituto de Estudios de Jerusalén casi otros cinco millones de palestinos resisten en Cisjordania y la Franja de Gaza, lo que hace que se estime una población total de diez millones de palestinos, aunque la mitad no vivan en su tierra.
En el Sáhara Occidental las cifras se escapan a la matemática. La población no tiene un censo registrado y es, en parte, una estrategia para el hipotético día en el que se celebre un referéndum a los saharauis. Sin embargo, entidades de ayuda internacional estiman que la población refugiada saharaui suma en torno a 200.000 personas y fuentes del Frente Polisario calculan que la población en territorios ocupados ronda los 750.000, por lo que los saharauis no llegan al millón de personas.
Ambos, refugiados
Cinco millones de refugiados palestinos. Doscientos mil refugiados saharauis. Las cifras son bien distintas y las condiciones de vida también.
La diáspora palestina es diversa. En Jordania gozan de ciudadanía plena aunque no tienen derecho al voto, en Líbano viven en abarrotados campos de refugiados con un acceso muy limitado a los servicios públicos y en Siria cuentan con los mismos derechos que los sirios, a excepción de la ciudadanía.
En los territorios palestinos numerosos campos de refugiados se anexionan a las ciudades palestinas sin una delimitación física clara. Tras 68 años, estos campamentos de refugiados distan mucho de la imagen de tiendas de campaña a la que estamos acostumbrados. Las calles son estrechas y serpenteantes, las casas de obra y tan altas como miembros de la familia haya, ya que ante la imposibilidad de expandirse hacia los lados, las viviendas crecen a lo alto: cada hijo que se independiza suele construir una planta más sobre la casa familiar.
Colegios de Naciones Unidas, ayuda internacional, numerosas ONG extranjeras in situ, delincuencia, paro, y unos residentes a la cola de la sociedad palestina en oportunidades.
Las paredes y el muro de separación israelí se convierten en un mural donde siempre hay un hueco para expresar la rabia acumulada durante décadas. Mensajes como “Palestina libre” o “Abajo el muro del apartheid” exigen una pronta solución a sus vidas.
Por su parte, los refugiados saharauis se distribuyen en cinco campamentos situados todos ellos en Tinduf, Argelia, desde hace más de 40 años. Estos 200.000 refugiados viven casi exclusivamente de la ayuda internacional, en su mayoría proveniente de Argelia, aunque también de Europa, Cuba y Venezuela.
Cualquier idea sobre las precarias condiciones de vida de un refugiado cobra aquí su máxima expresión. Un desierto pedregoso cubierto de jaimas, sin agua ni luz (aunque esta última ahora en proyecto) y con unas temperaturas que en verano rozan los 60 grados.
La educación y la sanidad fueron izadas por la mujer saharaui mientras el hombre luchaba en la guerra. Un plato de arroz, azúcar, una bombona, una cuba de agua… y un interminable etcétera, proviene de la ayuda internacional. En los últimos años, congresos internacionales, carreras o festivales de cine intentan dar algo de protagonismo a los grandes olvidados.
El programa de cooperación más conocido es el Vacaciones en Paz, gracias al cual este verano en torno a 4700 niños saharauis han pasado dos meses con familias de acogida en España, lejos de la ardua vida del desierto.
Ambos viven en territorios ocupados
Cisjordania y Jerusalén Este fueron ocupadas por Israel hace 49 años durante la guerra de los Seis Días. Israel se anexionó unilateralmente Jerusalén Este, donde hoy residen 300.000 palestinos bajo Gobierno israelí.
Desde entonces numerosos puestos de control separan una ciudad palestina de la otra. Un agricultor de un pueblo palestino puede encontrar un puesto de control entre su casa y las tierras que labra, controlado por soldados israelíes que abren el paso un par de veces al día, a veces, al año. En ciudades como Hebrón los soldados israelíes patrullan dentro de una ciudad dividida entre palestinos y colonos judíos.
A pesar de que la Autoridad Palestina está al frente del Gobierno, la mayor parte del territorio está bajo control israelí y en el resto es usual que los soldados israelíes hagan incursiones por la noche para llevar a cabo detenciones, desahucios y derribos de casas, entre otros.
Bajo ocupación, pero con matices diferentes, sigue también el Sáhara Occidental. Desde que en 1975 miles de marroquíes entraran pacíficamente en el territorio con la conocida como Marcha Verde, el Sáhara Occidental ha sido dirigido exclusivamente por Marruecos. Salud, sanidad, educación, urbanismo… cualquier ápice de la vida de los saharauis está bajo control marroquí, y en todos ellos sufren discriminación respecto a la población colona marroquí con la que conviven en el Sáhara Occidental.
Las manifestaciones son brutalmente reprimidas por la policía marroquí, que prohíbe cualquier exhibición pacífica por parte de los saharauis. Los grafitis de banderas saharauis en las calles de El Aaiún ocupado son tachados, por parte de Marruecos, con parches de pintura que intentan silenciar el grito desesperado de una población acorralada.
En ambos conflictos las cárceles están llenas de presos políticos. La asociación palestina Addameer asegura que hay 7.000 prisioneros políticos en cárceles israelíes, casi 500 de ellos con cadena perpetua. En las cárceles marroquíes hay decenas de presos políticos saharauis sometidos a las torturas más vejatorias y la asociación saharaui Afapredesa estima en 400 los desaparecidos, de quienes no se sabe su paradero: puede ser una cárcel o puede ser un hoyo bajo tierra.
¿En qué punto se encuentran ambos conflictos hoy?
Hay algo que no ha cambiado tras décadas: la espera. Saharauis y palestinos se han acostumbrado a esperar. Esperar las condenas de la comunidad internacional, esperar las decisiones del Estado al que se enfrentan, esperar, incluso, a si mismos, a la inmovilidad política de dos Gobiernos, que a veces, parecen navegar sin un rumbo decisivo.
En la actualidad los palestinos protagonizan una ola de violencia que se inició en octubre de 2015 y en la que han muerto más de 220 palestinos, en su mayoría atacantes o presuntos atacantes contra las fuerzas de seguridad israelíes, y más de una treintena de israelíes. Esta violencia ha sido vista como una reacción frente a la frustración, el inmovilismo, la falta de oportunidades y la ausencia de horizontes políticos.
La pasada semana el Tribunal Supremo suspendió la celebración de comicios conjuntos en Gaza y Cisjordania. La representación palestina, dividida y encontrada desde que el movimiento islamista Hamás ganara en las urnas en 2006 y se hiciera con el poder de la Franja en 2007, no celebra elecciones municipales desde hace diez años. Además dentro de la espiral en la que está sumida la población en Gaza -tras la última guerra de 2014 en la que murieron más de 2.100 palestinos-, ahora sus ciudadanos se enfrentan también a la construcción de un muro subterráneo a lo largo de la frontera con Israel para evitar los túneles de infiltración de milicianos palestinos en territorio israelí. Con un muro levantado hacia arriba y otro en proyecto hacia abajo, estos palestinos se enfrentan a un férreo bloqueo desde 2007.
Francia intenta proponer una solución al conflicto con el apoyo de la comunidad internacional, una iniciativa en la que Palestina confía pero a la que Israel se niega, porque dice, prefiere que las partes negocien la paz directamente, sin intermediarios. Además en las últimas semanas el presidente ruso, Putin, se ha preocupado por su colega israelí, Netanyahu, y se habla de otra iniciativa rusa para encontrar una solución al conflicto.
Al otro lado del charco, en el Magreb más desértico, algo se ha movido en los últimos meses en el conflicto saharaui-marroquí. La población ha desempolvado su alerta tras años de “stand by”. El secretario general de Naciones Unidas, Ban Ki-Moon, visitaba los campamentos de refugiados saharauis el pasado marzo y durante la visita se refirió a Marruecos como estado ocupante. Marruecos, poco acostumbrado a lo que considera ataques de la comunidad internacional, ordenó la expulsión de funcionarios de la Misión de Naciones Unidas para el Referéndum en el Sáhara Occidental (Minurso), actitud que demostró la poca voluntad alauí de buscar una solución pacífica al conflicto.
El por entonces presidente saharaui, Mohamed Abdelaziz, movilizó en sus regiones militares a todos los combatientes, que durante días mantuvieron en vilo a una población que creía volvería a la guerra tras 15 años de alto al fuego. Maniobra que se disolvió con la promesa (aún incumplida) de que los efectivos de la Minurso volverían progresivamente a sus puestos.
El pasado mayo, el histórico presidente saharaui y líder del Frente Polisario, Mohamed Abdelaziz, moría a los 68 años, dejando huérfano a un pueblo que lo consideraba la persona idónea para mantener unidos a mayores, que votan por una solución pacífica, y a jóvenes, que se decantan por una vuelta a las armas como única solución al conflicto. A principios de julio Brahim Gali, exministro de Defensa y antiguo embajador en Argelia, fue nombrado segundo y actual presidente de la Rasd.
Por si volvemos
Los palestinos guardan la llave de sus antiguas casas, de las que tuvieron que huir años atrás, con la esperanza de retornar algún día a su hogar. Los saharauis más longevos tienen un baúl preparado con algunas pertenencias, dispuestos a dar una patada a un asfixiante desierto. Ambos siempre anhelantes por volver a casa. Sin embargo, en los últimos 68 años,  los palestinos no han conocido más que la ocupación y el exilio, y en los últimos 40 los saharauis no han sentido más que exilio y ocupación.
Pequeños palestinos que juegan a tirar piedras y pequeños saharauis que sueñan en una cárcel de arena: ambos han nacido en un conflicto y han formado parte de él, pero viven con la esperanza de volver a casa y poder conocer todo aquello que sus mayores les contaron.
En un intento de no olvidar el lugar de donde vienen, los palestinos se manifiestan cada viernes después del rezo frente al muro de la ocupación. Sobre él y sobre los soldados lanzan piedras, que son respondidas por los israelíes con gases lacrimógenos y balas recauchutadas. También cada domingo, cuando comienza la semana en los campamentos saharauis, miles de pequeños se alzan frente a la bandera de la Rasd en sus colegios, con su cántico se convencen de que volverán a su tierra.
Ambos siguen levantándose cada mañana, los niños vuelven al cole y los mayores encaran a soldados, muros, minas antipersona y policías, o simplemente al silencio. Vuelven a casa y comen de la ayuda internacional,  juegan en cárceles de arena y cemento y se van a la cama con la ilusión de que algún día toda esta pesadilla termine. Lo infame, es que durante décadas las mañanas han despertado así, y cada día se ha llevado por delante la vida de personas que no han conocido otra cosa más que exilio y ocupación.
Y sin embargo saharauis y palestinos, árabes, musulmanes, compañeros de desaliento, son grandes desconocidos entre sí. La Liga Árabe se ha propuesto dar voz a una causa árabe contra judíos pero no a unos árabes que se rebelan contra una monarquía árabe. No comparten estrategia, tácticas, aciertos y desaciertos. Tan vecinos y tan lejos.