Rfi
Toda predicción sobre política internacional en 2017 se remite
al triunfo de Donald Trump y a las diferentes respuestas sociales de ciudadanos
enfadados y resentidos con los efectos de la globalización. Tanto en Estados
Unidos como en otros países este resentimiento está dando lugar a movimientos,
líderes y partidos que rechazan el orden democrático liberal que ha regido el
sistema internacional durante las últimas seis décadas.
Políticos y analistas temen que la presidencia de Trump altere
las líneas maestras del orden económico y político liberal que se instauró
desde el final de la Segunda Guerra Mundial y que ha liderado Estados Unidos.
Así mismo, y según las sugerencias del futuro presidente, podría verse
modificada la arquitectura de seguridad que gira en torno a la OTAN y los
acuerdos de Washington con Japón y Filipinas.
Las diversas indicaciones que Trump ha dado sobre sus futuras
políticas, y el tipo de personalidades que está designando para su gobierno,
podrían servir de ejemplo y estímulo para líderes y movimientos similares.
Políticamente el orden liberal se basa y promueve la democracia
parlamentaria como la forma ideal de organización social. Ese orden liberal ha
evolucionado en las últimas décadas promocionando la desregulación de las
economías nacionales y globales favoreciendo el libre movimiento de bienes y
capitales, la creciente preminencia del capital financiero (y especulativo)
sobre las inversiones productivas, y el establecimiento de alianzas
transnacionales de libre comercio.
Pero cada vez más analistas y algunos políticos se empiezan a
alarmar ahora por las consecuencias que han tenido y tienen las denominadas
políticas neoliberales. Primero, el aumento sideral de la desigualdad entre las
élites y los sectores más bajos y de las empobrecidas clases medias a partir de
la crisis financiera que comenzó en 2008. Se ha hecho cada vez más visible que
las élites se apoyan entre sí, generan sofisticados mecanismos de evasión de
impuestos. Segundo, la progresiva destrucción de empleos estables y el
crecimiento de la precariedad laboral. Tercero, el abismo entre la masa de
jóvenes mejor formados y la falta de oportunidades laborales. Cuarto, el
movimiento masivo de población rural hacia las ciudades buscando trabajo, y
desde ahí hacia otros países en los mismos continentes o hacia Europa o Estados
Unidos. Y quinto, la rápida incorporación de alta tecnología (robotización e
inteligencia artificial) que sustituye a mayor velocidad de la que crea puestos
de trabajo humano.
Nada de ésto es nuevo. En todo caso, Trump actuará como un
detonante y, en el medio plazo, generará más resentimiento al no cumplir las
promesas que está haciendo de crear trabajo y bienestar a quienes ya no confían
en el orden liberal.
En 2017 veremos crecer la tensión entre los sectores sociales
excluídos y las élites, tanto en países ricos y democráticos como pobres y
marginados. Y dentro de las mismas élites, las diferencias entre reformadores y
optimistas. O sea, entre quienes consideran que el sistema económico financiero
puede continuar su crecimiento en la medida que se instrumenten medidas
distributivas, y quienes piensan que la “mano libre” del mercado creará nuevas
oportunidades.
Gente resentida y enfadada
La victoria de Trump coincide con el auge de liderazgos
políticos y movimientos sociales manifiestamente anti-liberales en el terreno
político y confusamente liberales (y neo-liberales) en el terreno económico.
Este es el caso de los gobiernos en Rusia, China, Turquía y un grupo de países
del Este europeo como Polonia, Hungría, Eslovaquia y la República Checa.
Después del final de la Guerra Fría se consideró en círculos
políticos y académicos que la democracia liberal sería el objetivo al que
naturalmente se moverían todos los países. Casi tres décadas después la
realidad es muy diferente.
El anti-liberalismo político se manifiesta en países como los
mencionados que han hecho tajantes y rápidas transiciones entre diversas formas
de economías centralizadas a las de libre mercado. Pero también crecientemente
en democracias firmemente establecidas, como Estados Unidos, Francia, Alemania,
Holanda y Dinamarca.
En estos últimos países han crecido la influencia y el peso
electoral de partidos políticos y movimientos sociales con ideologías anti
democráticas, chovinistas, racistas, y contrarias a la inmigración. Estas
organizaciones y líderes políticos utilizan todas las técnicas modernas de
comunicación a la vez que introducen la mentira y las noticias falsas como arma
política, desafiando a los medios de prensa tradicionales. Por otra parte,
practican el oportunismo político para ganar, por ejemplo, el voto femenino al
mismo tiempo que reivindican una masculinidad tradicional, como hizo la campaña
de Trump.
Estos líderes y movimientos son nacionalistas críticos de la
globalización, a la vez que, coincidiendo en este punto con parte de la
izquierda anti-globalización, culpan a las políticas liberales de cerrar
puestos de trabajo y deslocalizarlos hacia China, México y otros países donde
aprovechan la mano de obra más barata y la falta de regulaciones laborales,
medio ambientales y sindicales. Esta crítica a la globalización impacta sobre
los tratados de libre comercio (como el NAFTA en Estados Unidos, Canadá y
México) o el recientemente firmado Acuerdo Transpacífico de Cooperación
Económica (TPP). Igualmente, alienta a los críticos de la Unión Europea (UE).
Los Partidos por la Libertad (Holanda), el Frente Nacional
(Francia), el Partido de la Libertad (Austria), el Partido por la Independencia
del Reino Unido (UKIP), Alternativa para Alemania (AfD), los Verdaderos
Finlandeses, y los Demócratas de Suecia son algunas de las organizaciones que
han ganado espacio electoral y han logrado formar un grupo parlamentario en la
Unión Europea.
En el espectacular caso británico, UKIP logró que la mayoría de
los votantes en el referéndum celebrado en 2016 sobre la pertenencia del Reino
Unido a la UE votara en contra de los tradicionales partidos Conservador y
Laborista. Estos partidos empujan, además, al resto de las organizaciones
políticas a adoptar políticas más conservadoras.
Llamando a la puerta
Los electores de estos partidos, al igual que los que llevaron a
Trump al poder, no son sólo excluídos y marginados sino también resentidos por
otras razones: por el creciente papel de la mujer en la vida pública y privada,
por los cambios en las costumbres sexuales de las sociedades modernas o bien
por la presencia de musulmanes en los países del Norte.
Por otra parte, grandes sectores de población en países del Sur,
o zonas marginales en países ricos, no encuentran trabajo y medios de
subsistencia, convirtiéndose en una masa de ciudadanos que presionan. Son los
“extraños llamando a la puerta”, como les llama el sociólogo Zygmund Baumann, a
los cuales se les ofrecen muros, campos de concentración y creciente rechazo
social.
En el año que se inicia estas tendencias se harán mucho más
evidentes, y plantearán grandes desafíos para los defensores de un sistema
democrático que se empieza a encontrar bajo un serio asedio.