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01 noviembre, 2016

La supervivencia de los samaritanos en el "Monte partido en dos"




Monte Gerizim (Cisjordania), 25 oct (EFE).- Con un pie en Palestina y otro en Israel, la comunidad samaritana, araboparlante y emparentada con el judaísmo, trata de superar su extinción con la apertura a matrimonios mixtos y se afana por mantener su ancestral comunidad.
El Monte Gerizim, en la Cisjordania ocupada, significa literalmente "Monte partido en dos" y está situado entre el asentamiento colono de Har Beraja y la ciudad palestina de Nablus, donde los samaritanos fijan su epicentro sagrado en lugar de Jerusalén, como hacen los judíos.
El samaritanismo se funda en la Torá, pero rechaza las leyes judías desarrolladas en años posteriores y tan sólo se remonta a las creencias antes del Cautiverio babilonio, cuando según la Biblia los israelitas fueron exiliados a Mesopotamia en el siglo VI a.C.
Esta escisión le hace diferir en 5.000 referencias textuales de la Torá, aunque sus relatos y ordenanzas son similares: un sólo Dios, la centralidad de Moisés y los Diez Mandamientos.
"Hace 3.000 años, éramos tres millones de samaritanos pero en 1967 sólo quedábamos 146. Con la llegada de mujeres extranjeras nos hemos recuperado y ya somos 785", repartidos entre el Monte Gerizim y la localidad israelí de Holón, al sur de Tel Aviv, detalla Husney W. Cohen, director del Museo samaritano y hermano del Gran Sacerdote, Abdallah Wasef.
Cohen es autor de diez libros sobre la historia de los samaritanos e insiste en que son el "origen" y la religión "más genuina como hijos de Israel".
Al borde de su extinción, el Gran Sacerdote de este grupo con estrictas tradiciones aprobó en 2002 el casamiento de su hijo con una foránea. Esto abrió la puerta a la llegada de futuras esposas desde Ucrania y Turquía, en la que llegó a mediar una empresa de contactos en Internet y que terminó con su estricta endogamia a lo largo de los siglos.
"Pero sólo se acepta la conversión de las mujeres", aclara Ghalia Cohen, guía del Museo que documenta el pasado de esta comunidad marcada por una dura persecución desde las masacres bizantinas hasta sucesivas conversiones al islam y al cristianismo.
La endogamia además había generado graves problemas genéticos que estaba reduciendo su capacidad de reproducción.
En la cima del monte, en la villa de Kiryat Luza, se refugió este menguante grupo religioso escapando de la violencia de la Primera Intifada en 1987, aunque, como explica Ghalia Cohen, mantienen sus vínculos con su localidad histórica de procedencia, Nablus.
"Allí estudiamos, tenemos casas y una sinagoga y mantenemos la relación con los vecinos, porque somos también parte de Palestina. Yo me siento de ambas identidades, tanto de la israelí como de la palestina y no tengo intención de irme a vivir a ningún otro sitio", confiesa Ghalia.
Los otros 400 miembros se concentran en la ciudad israelí de Holón, al sur de Tel Aviv, donde se asentaron por una emigración económica a principios del siglo XX, según Husney.
"Algunos se marcharon a Yafa (puerto marítimo que hoy pertenece a Tel Aviv), tuvieron suerte y prosperaron allí. Ahora tenemos tanto documento de identidad palestino como israelí y también pasaporte jordano", asegura sobre el apoyo que reciben de los tres gobiernos.
Con oraciones recitadas en hebreo arcaico, los samaritanos lavan sus manos, boca, nariz, orejas y pies antes de rezar postrados en el suelo. "Es similar al ritual musulmán, porque es probable que influyera en las posteriores religiones", reivindica Husney, por su ascendencia.