La Nación
Si fracasa el diálogo nacional entre el gobierno venezolano y la oposición, no es el Papa sino el pueblo de Venezuela el que va a perder, porque el camino podría ser el de la sangre."
Monseñor Claudio Maria
Celli, uno de los diplomáticos más experimentados de la Santa Sede, acaba de
volver de Caracas y no oculta su preocupación. En su despacho de Villa
Nazareth, su residencia de Roma, recibe todo el tiempo información desde la
capital venezolana. Presidente emérito del Pontificio Consejo para las
Comunicaciones Sociales, de 75 años y experto en China y Vietnam, Celli fue
nombrado por Francisco como su enviado especial a Venezuela. La misión es a
todas luces difícil: a través de un diálogo nacional, apagar esa bomba de
tiempo que es hoy el país que gobierna Nicolás Maduro.
"Cuando me reuní con
los representantes de la oposición, en la mañana del lunes, les dije
claramente: «Mi miedo es que haya muertos en la manifestación del jueves. Y si
hay muertos, el diálogo, ¿qué diálogo es?». La oposición reflexionó y gracias a
Dios suspendieron esta manifestación", contó Celli.
-Usted estuvo dos veces
reunido con Maduro. ¿Cómo le fue?
-En la primera reunión el
presidente me dijo: «Le prometí al Papa que voy a dialogar y cumpliré la
promesa ». En la segunda, que me pidió él y que fue al día siguiente de la
primera reunión plenaria, le dije: «Señor presidente, esta mañana me encontré
con la oposición y hay tres pedidos. Hay que dar señales y estas no necesitan
tiempos bíblicos. Hay que dar señales de que el diálogo es el único camino, y
que se puede recorrer en este momento». Se lo dije muy claramente.
-¿Cómo encontró el país?
-Es indudable que la
situación está muy fea. No solamente a nivel político, sino a nivel social,
económico. No hay comida, no hay medicinas. Es innegable que el país está
enfrentando una situación muy difícil.
-Usted va a regresar el
11 de noviembre para revisar los primeros trabajos de las mesas temáticas, pero
la distensión lograda parece haberse evaporado: Maduro llamó «terroristas» a
los dirigentes de Voluntad Popular, y pareció relativizar el diálogo al decir
que «la revolución es irreversible»...
-Yo había pedido evitar
expresiones violentas y agresivas. Empleé un término: un lenguaje des-armado.
El problema es que estas cosas son más fuertes que ellos.
-La situación le pareció
peor de lo que se había imaginado?
-Hay militares por
doquier. En las partes de Caracas por las que pasé hay retenes en todos lados,
policías, militares. La misma noche que llegué al aeropuerto había un bloqueo
de policías cerca de la nunciatura que nos paró para ver quiénes éramos. Y el
secretario de la nunciatura que manejaba el auto dijo: «¿Pero no ha visto la
placa diplomática?».
-¿La Santa Sede considera
esto como una mediación?
-No es una mediación. La
Santa Sede acompaña.
-El Papa está tomando un
riesgo muy grande porque el diálogo puede fracasar en cualquier momento...
-No cabe duda.
-En ese sentido, ¿es
optimista o pesimista?
-Yo estoy y me voy a
jugar. El problema es que yo soy un acompañante. Una cosa es cierta: el Papa
goza de un gran prestigio. Las dos partes, así como los cuatro ex presidentes
que acompañan [Ernesto Samper, José Luis Rodríguez Zapatero, Leonel Fernández y
Martín Torrijos] me dijeron claramente que si no estuviese la Santa Sede, la
oposición no se encontraría con el gobierno. Y las dos partes comprenden que o
embocan el camino de la violencia o embocan el del diálogo.
-¿Es una misión imposible
la que le dieron?
-Yo espero que no. Estoy
rezando por esto. El problema no es que la Santa Sede pierda la cara, es el
pueblo venezolano el que se hunde más. Porque si acaso en una delegación o la
otra quieren terminar con el diálogo, no es el Papa sino el pueblo venezolano
el que va a perder, porque el camino podría verdaderamente ser el de la sangre.
Y hay gente que no tiene miedo de que haya derramamiento de sangre. Esto es lo
que me preocupa. Francisco está jugando un papel muy fuerte. Corremos un
riesgo. Vamos a ver, que Dios nos ayude.