Por Leandro Albani
Aporrea
Turquía vivió momentos de máxima tensión cuando sectores militares intentaron dar un golpe de Estado. Sofocado el levantamiento, el presidente Erdogan ahora acumula más poder para sus planes hegemónicos.
"Este
levantamiento, este movimiento es un gran regalo de Dios para
nosotros", dijo el presidente de Turquía, Recep Tayyip Erdogan, cuando
las horas de caos y tensión parecían volver a su normalidad, y
disfrutando de una victoria que todavía no se puede medir hacia el
futuro.
Cuando en la noche el primer ministro turco, Binali Yildirim, declaró en
conferencia de prensa que un intento de golpe de Estado se había puesto
en marcha, los movimientos militares y los cruces informativos se
sucedieron sin parar hasta que horas después el servicio de inteligencia
turco (MIT) anunció que los planes de desestabilización estaban
derrotados. En el medio, Erdogan convocó al pueblo a movilizarse para
defender al gobierno y los uniformados sublevados no escatimaron
municiones contra las personas que salían a las calles de Ankara y
Estambul.
Hasta
el momento, la cantidad de muertos por los enfrentamientos de esa noche
oscilan entre los 160 y los 260, los heridos suman 1440, mientras que
Yildirim anunció que fueron detenidas 2800 personas, entre civiles y
militares, acusados de estar detrás del golpe.
Conflicto con antecedentes
La
relación de Erdogan y su partido AKP con las fuerzas castrenses turcas
siempre se desarrolló en la máxima tensión. Esa tensión, cargada de
malestar, se profundizó en 2003, cuando se conoció el caso Ergenekón,
con el cual el gobierno de Erdogan arrestó a cientos de militares
implicados en planes para derrocar al Ejecutivo. La impronta islamista
de la administración del AKP, con sus intentos de reformar la
constitución para islamizar las leyes, siempre fue rechazada por
sectores del Ejército. La conformación de la República turca en 1923 de
la mano de Mustafá Kemal (Ataturk) tuvo un concepto laico, al estilo de
los modelos europeos. Y si bien las Fuerzas Armadas fueron educadas como
protectoras de esa laicidad, también recibieron una férrea formación
ideológica bajo el concepto de que Turquía es un país uniforme y
homogéneo, por eso se produjo el genocidio armenio y los pueblos de
otras nacionalidades, principalmente los kurdos, fueron (y son)
reprimidos de manera sistemática.
También
es real que sectores del Ejército turco no ven con buenos ojos los
intentos desesperados de Erdogan por derrocar al gobierno sirio del
presidente Bashar Al Assad, y mucho menos comparten la obsesión del
líder del AKP por respaldar a los terroristas del Estado Islámico (EI).
Mientras
las tropas del Ejército se movilizaban en Ankara y Estambul, el
presidente Erdogan llamó a sus seguidores a movilizarse. Al mismo
tiempo, las agencias de noticias informaban que el mandatario ya había
pedido asilo en Alemania (el cual fue rechazado), que había aterrizado
en Teherán para desde ahí retornar a Estambul, y que todo su gabinete
había sido arrestado.
Cuando
la noche se internaba en los cielos de Turquía, las imágenes que
llegaban eran impactante: miles de personas en las calles defendiendo al
gobierno y gritando "Alá es grande" y de fondo los sonidos de
ametralladoras y las bombas de los caza F-16 impactando en las ciudades.
El escenario crítico, por lo visto, había tomado a todos por sorpresa.
No sólo a los pobladores de Turquía, sino también a Estados Unidos, la
Unión Europea (UE) y a la Organización del Tratado para el Atlántico
Norte (OTAN), de la cual Turquía forma parte y es su segundo Ejército en
importancia. Aunque con el correr de las horas, estos aliados de
Erdogan comenzaron a pronunciarse contra el golpe, resulta extraño que
con anterioridad no hayan detectado los movimientos dentro de las
Fuerzas Armadas turcas y el malestar que desembocó en el intento de
derrocar a la administración del AKP.
¿Quién impulsó el golpe?
Si
en medio de la noche cerrada faltaba algún condimento más, la aparición
de Fetullah Gulen se convirtió en el blanco al cual apuntó Erdogan.
Gulen, antiguo aliado del presidente de Turquía, vive desde hace años en
Estados Unidos, luego de que su relación con Erdogan estallara por los
aires. Ambos líderes llegaron juntos al poder, aunque Gulen, consagrado
como líder religioso del Islam sufí, siempre se mantuvo en las sombras.
Pero eso no le impidió infectar de seguidores y cuadros al Estado turco,
principalmente a los cuerpos policiales y el Poder Judicial. Tanto
Erdogan como Gulen comparten una misma visión para la sociedad, en la
cual nunca escatimaron la aplicación de la represión para avanzar
posiciones en su concepción de un "islam moderado" articulado en la
política.
Pero
si en las horas más confusas y urgentes que vivió Turquía las
informaciones daban a conocer la cifra de muertos, o si Erdogan
finalmente arribaría al aeropuerto de Estambul, una sospecha comenzó a
sobrevolar silenciosa al país: un autogolpe que, con el correr de los
día, permita que Erdogan acumule más poderes en su plan de convertirse
en un líder regional, basado en su idea de neo-otomanismo para todo
Medio Oriente.
¿Acaso
es descabellado pensar en esta hipótesis? No, porque en estos más de
diez años de Erdogan en el poder se pudieron constatar todas las
estrategias y metodologías extremas que utilizó el actual presidente
para aferrarse a la cima del Estado turco. El ejemplo más reciente
fueron los comicios de mediados del año pasado, en el cual el AKP tuvo
una estruendosa derrota y no pudo conformar un gobierno propio. Ante
este panorama, el mandatario desató una cruenta represión contra la
población kurda (representada por el Partido Democrático de los Pueblos,
HDP) y convocó a nuevas elecciones, mientras buena parte del país se
encontraba en estado de sitio. Casi sin legitimidad y con ciudades y
poblados arrasados por el Ejército, Erdogan convocó a los comicios para
finales de 2015, en los cuales su caudal de votos aumentó a base del
miedo, un nacionalismo chauvinista e irregularidades de todo tipo.
Es
sabido que el presidente turco busca desde hace tiempo efectuar un
referéndum para que el actual sistema de gobierno parlamentario cambie a
un sistema presidencialista. Este intento por acumular mayor poder (que
es denunciado por buena parte de la oposición) no lo pudo concretar el
año pasado, debido a la crisis generada durante las elecciones. Ahora,
con una poderosa victoria entre las manos, Recep Tayyip Erdogan podría
alcanzar su anhelado sueño de convertirse en un Sultán eterno para
Turquía y Medio Oriente.