Opinión
Por Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com
Ante el silencio mantenido por el general Vladimir Padrino López, después de la tergiversación histórica sobre las Fuerzas Armadas Nacionales realizada por José Vicente Rangel en la entrevista que le hizo recientemente, he considerado necesario comparar brevemente su actuación durante los cuarenta años de democracia (1958-1998) y los dieciocho años de desastre chavista (1998-2016), para que las nuevas generaciones militares puedan conocer la realidad que se pretende ocultar. A partir del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez en 1958, se inició en las Fuerzas Armadas un proceso de reinstitucionalización, de incremento cualitativo de la formación profesional, de reorganización de su macro estructura, de modernización del equipamiento, lo cual ya se había iniciado en el período dictatorial y de un importante intercambio profesional y educativo con las mejores fuerzas armadas del mundo, que permitió una mejor visión para la conducción de la Organización Militar. Este proceso permitió a la sociedad venezolana comenzar a percibir a la Institución Armada como una organización al servicio de su seguridad desechando la visión represiva y de sostén del régimen pérezjimenista.
A
partir de 1998, la Fuerza Armada Nacional empezó a ser sometida a importantes e
inconvenientes transformaciones internas orientadas por la nueva visión política
imperante. Ese proceso se dividió en tres etapas: La penetración ideológica, la cual se orientó mediante cinco acciones: designación de José Vicente
Rangel como ministro de la Defensa; transformación de los Teatros de
Operaciones en Teatros de Operaciones Sociales; abandono de las operaciones de
seguridad, principalmente en la frontera; masiva participación de los cuadros
militares en cargos civiles y total ruptura con la ética militar. La crisis de mando se manifestó en la
desobediencia militar del 11 de abril de 2002; purga de los cuadros; promulgación
de nuevas leyes; aplicación de una absurda doctrina militar denominada defensa
popular generalizada; incremento de la corrupción administrativa; cooptación de
efectivos militares por el PSUV; y el inicio de la presencia de efectivos
cubanos en nuestra Organización. El
control político de los cuadros se inició con la fracasada propuesta
constitucional de 2007 y las reformas de las leyes Orgánicas que buscaron
centralizar el mando en el Comando Estratégico Operacional, debilitar la
autonomía de las Fuerzas, fortalecer la presencia cubana, incrementar el
control de inteligencia sobre los cuadros activos y crear ilegalmente las
milicias, los oficiales técnicos y de tropa.
Las
Fuerzas Armadas de cualquier país son evaluadas normalmente en base a tres parámetros
fundamentales: fortaleza moral, unidad de mando, y capacidad para el
cumplimiento de la misión asignada. Comparemos las Fuerzas Armadas existentes
durante los cuarenta años de democracia con las actuales para darnos cuenta de
la realidad existente. El creciente proceso de optimización en todos los órdenes
iniciado en las Fuerzas Armadas, a partir de 1958, la hicieron digna merecedora
del prestigio y respeto de la sociedad, demostrados permanentemente por los
elevados índices de aceptación en todas las encuestas que se realizaban para
evaluar las instituciones del Estado. Esa evaluación se daba en base a los
resultados que presentaba, gracias a su capacidad operativa y logística
mostrada en diferentes operaciones militares realizadas dentro del territorio
nacional, y en operaciones conjuntas ejecutadas con las más prestigiosas
Fuerzas Armadas continentales. Muy a nuestro pesar, esa no es la situación
actual. El prestigio de la Fuerza Armada se encuentra gravemente
comprometido ante los delicados señalamientos realizados en contra de algunos
de sus miembros por delitos de corrupción administrativa y de narcotráfico. De
igual manera, se cuestiona en la opinión pública la incapacidad demostrada en
importantes operaciones militares, las cuales han fracasado por falta de
entrenamiento y capacidad logística; el empleo constante como órgano represor
en operaciones de mantenimiento de orden público; y la parcialización político
partidista manifestada por miembros de la cúpula militar. El estruendoso
silencio, ante el abandono de la reclamación del territorio Esequibo,
compromete su credibilidad en la defensa de la soberanía nacional. Ante
esta realidad, cabe preguntarse ¿quién miente? Ojalá, nuestros compañeros de
armas reflexionen sobre tan delicada situación.