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10 mayo, 2016

En defensa de la verdad



Opinión
Por Fernando Ochoa Antich
fochoaantich@gmail.com

Ante el silencio mantenido por el general Vladimir Padrino López, después de la tergiversación histórica sobre  las  Fuerzas Armadas Nacionales realizada por José Vicente Rangel en la entrevista que le hizo recientemente, he considerado necesario comparar brevemente su actuación durante los cuarenta años de democracia (1958-1998) y los dieciocho años de desastre chavista (1998-2016), para que las nuevas generaciones militares puedan conocer la realidad que se pretende ocultar. A partir del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez en 1958, se inició en las Fuerzas Armadas un proceso de reinstitucionalización, de incremento cualitativo de la formación profesional, de reorganización de su macro estructura, de modernización del equipamiento, lo cual ya se había iniciado en el período dictatorial y de un importante intercambio profesional y educativo con las mejores fuerzas armadas del mundo, que permitió una mejor visión para la conducción de la Organización Militar. Este proceso permitió a la sociedad venezolana comenzar a percibir a la Institución Armada  como una organización al servicio de su seguridad desechando la visión represiva y  de sostén del régimen pérezjimenista.  
A partir de 1958, las Fuerzas Armadas Nacionales entendieron que su deber constitucional era regresar disciplinadamente al cumplimiento de sus funciones constitucionales, dedicándose lealmente a garantizar la estabilidad y consolidación de la democracia.  En ese esfuerzo enfrentaron con valor y decisión la subversión de derecha, apoyada por la dictadura dominicana de Rafael Leonidas Trujillo, y de izquierda, respaldada por el gobierno comunista de Fidel Castro, quien invadió con efectivos militares cubanos a Venezuela con la finalidad de apoyar la guerrilla castro-comunista para imponer un régimen  totalitario. Al mismo tiempo, y durante esos cuarenta años, las Fuerzas Armadas defendieron cabalmente la soberanía nacional de las numerosas infiltraciones y agresiones de la guerrilla colombiana, en particular de las FARC y del ELN. En 1987, realizaron una ejemplar movilización militar que obligo al gobierno colombiano a retirar la corbeta Caldas y a desistir de su pretensión de invadir el Golfo de Venezuela. Las Fuerzas Armadas Nacionales fueron siempre, en medio del respeto y la credibilidad ganados en el cumplimiento de sus deberes, un importante y trascendente factor de opinión en materia de soberanía. Justamente, por esa razón, influyeron decisivamente para evitar se firmara el acuerdo de Caraballeda.


A partir de 1998, la Fuerza Armada Nacional empezó a ser sometida a importantes e inconvenientes transformaciones internas orientadas por la nueva visión política imperante. Ese proceso se dividió en tres etapas: La penetración ideológica, la cual se orientó mediante cinco acciones: designación de José Vicente Rangel como ministro de la Defensa; transformación de los Teatros de Operaciones en Teatros de Operaciones Sociales; abandono de las operaciones de seguridad, principalmente en la frontera; masiva participación de los cuadros militares en cargos civiles y total ruptura con la ética militar. La crisis de mando se manifestó en la desobediencia militar del 11 de abril de 2002; purga de los cuadros; promulgación de nuevas leyes; aplicación de una absurda doctrina militar denominada defensa popular generalizada; incremento de la corrupción administrativa; cooptación de efectivos militares por el PSUV; y el inicio de la presencia de efectivos cubanos en nuestra Organización. El control político de los cuadros se inició con la fracasada propuesta constitucional de 2007 y las reformas de las leyes Orgánicas que buscaron centralizar el mando en el Comando Estratégico Operacional, debilitar la autonomía de las Fuerzas, fortalecer la presencia cubana, incrementar el control de inteligencia sobre los cuadros activos y crear ilegalmente las milicias, los oficiales técnicos y de tropa.  
Las Fuerzas Armadas de cualquier país son evaluadas normalmente en base a tres parámetros fundamentales: fortaleza moral, unidad de mando, y capacidad para el cumplimiento de la misión asignada. Comparemos las Fuerzas Armadas existentes durante los cuarenta años de democracia con las actuales para darnos cuenta de la realidad existente.  El creciente proceso de optimización en todos los órdenes iniciado en las Fuerzas Armadas, a partir de 1958, la hicieron digna merecedora del prestigio y respeto de la sociedad, demostrados permanentemente por los elevados índices de aceptación en todas las encuestas que se realizaban para evaluar las instituciones del Estado. Esa evaluación se daba en base a los resultados que presentaba, gracias a su capacidad operativa y logística mostrada en diferentes operaciones militares realizadas dentro del territorio nacional, y en operaciones conjuntas ejecutadas con las más prestigiosas Fuerzas Armadas continentales. Muy a nuestro pesar, esa no es la situación actual.  El prestigio de la Fuerza Armada se encuentra gravemente comprometido ante los delicados señalamientos realizados en contra de algunos de sus miembros por delitos de corrupción administrativa y de narcotráfico. De igual manera, se cuestiona en la opinión pública la incapacidad demostrada en importantes operaciones militares, las cuales han fracasado por falta de entrenamiento y capacidad logística; el empleo constante como órgano represor en operaciones de mantenimiento de orden público; y la parcialización político partidista manifestada por miembros de la cúpula militar. El estruendoso silencio, ante el abandono de la reclamación del territorio Esequibo, compromete su credibilidad en la defensa de la  soberanía nacional.  Ante esta realidad, cabe preguntarse ¿quién miente? Ojalá, nuestros compañeros de armas reflexionen sobre tan delicada situación.