Página 12 - Brasil
“El
impeachment de la presidenta Dilma Rousseff es impensable, generaría una
crisis institucional. No tiene ninguna base política y jurídica”. La
frase fue proferida el año pasado por un hombre involucrado en varias
causas judiciales, denunciado como integrante de un esquema ilegal de
compra de etanol y condenado por irregularidad en gastos electorales.
Los sondeos de opinión pública más reciente indican que cuenta con el
apoyo de 2 por ciento del electorado, y que 60 por ciento de los
entrevistados defienden la suspensión de sus derechos políticos.
Tiene 75
años y se llama Michel Temer. A partir de este jueves asume la presidencia del
quinto país más poblado del mundo. Ocupará interinamente el puesto que
todavía pertenece a Rousseff hasta que termine en el Senado el juicio
determinado.
De la misma forma que
sus aliados, no tiene ninguna duda de que la presidenta no volverá. Por
eso pasó las últimas semanas trazando lo que será su base de apoyo en el
Congreso, especialmente en la compleja y enredada Cámara de Diputados, y
armando su ministerio.
En la Cámara, sufrió un
golpe duro con la suspensión del mandato de su principal aliado, Eduardo
Cunha, que entre un juicio y otro, una acusación y otra, presidía
Diputados. Bandolero contumaz, delincuente insuperable, uno de los
símbolos máximos de la corrupción que pudre a la política brasileña,
Cunha sabría asegurar – a cambio, claro, de seguir en su carrera
criminal y de asegurar puestos y presupuestos en el gobierno– el
respaldo necesario para que Michel Temer implemente una durísima
política neoliberal que sea el contrapunto perfecto a las políticas
sociales llevadas a cabo por el PT de Lula da Silva y Dilma Rousseff en
los últimos trece años. En el Senado cuenta, desde siempre, con respaldo
suficiente.
Así, de la
mano del nuevo mandatario llegan al gobierno los que fueron
sucesivamente derrotados en las últimas cuatro elecciones
presidenciales, los del PSDB del ex presidente Fernando Henrique
Cardoso, que se esmeró al máximo para que el golpe institucional fuese
exitoso. Además, llegan políticos de la derecha declarada, el DEM
(Partido Demócrata).
Hasta hace
poquísimos días, Temer intentaba agradar a todos sus aliados. En otras
palabras, pretendió dar marcha atrás en su promesa de eliminar
ministerios para ganar aires de un nuevo modelo de gestión, y seguir en
la misma política de canje (apoyo en el Congreso a cambio de puestos y
cargos) que ha sido, en muy buena parte, responsable por los problemas
que Rousseff enfrentó en sus mandatos. Correría, así, el riesgo de
transformarse, como ocurrió con Dilma, en rehén de aliados
inescrupulosos.
Los que dieron al
inexpresivo político el respaldo necesario para que el golpe triunfase
–los barones tradicionales del Congreso, los medios hegemónicos de
comunicación, el empresariado, los que controlan el agro negocio y el
sacrosanto mercado financiero– se opusieron. Temeroso de iniciar un
gobierno ilegítimo sin contar con ese respaldo esencial, el nuevo
presidente retomó, entre el sábado y ayer, la promesa inicial.
Serán 22 ministerios
frente a los 32 actuales (más siete secretarías con rango ministerial).
El puesto clave, el ministerio de Hacienda, será también el más
poderoso, y fue entregado a un legítimo representante de la banca:
Henrique Meirelles, el polémico financista que presidió el Banco Central
en los gobiernos de Lula da Silva. En ese período, tuvo como límite a
sus ímpetus de neoliberal las políticas sociales del gobierno. Ahora,
con Temer, tendrá manos libres.
No será, como se
pretendió anunciar, un “gobierno de notables”. Primero, porque los
mejores en cada especialidad no aceptarían participar de un gobierno
ilegitimo. Y segundo, porque Michel Temer sabe que carece de carisma y
de poder: está en manos de sus aliados.
En sus intentos de armar
el gabinete cometió deslices espantosos, como intentar nombrar uno de
esos autonombrados pastores electrónicos evangélicos, ardiente defensor
del creacionismo y demonizador de Charles Darwin para nada menos que el
ministerio de Ciencia y Tecnología. Luego, quiso destinar el ministerio
de Defensa a un joven diputado de 36 años, hijo de uno de los símbolos
de la corrupción en Brasil. Los jefes de las tres armas hicieron llegar a
Temer un mensaje corto y seco: jamás aceptarían ser comandados por
semejante figura.
Al menos
cinco políticos que integraron los gobiernos de Lula y Dilma volverán al
gobierno nacido de un golpe.Tendrán a su lado nombres de políticos
conocidos no precisamente por la ética y la decencia.
En la mañana de hoy Michel Temer será formalmente notificado de que asumirá la presidencia.
Gobernará, nunca es
demasiado reiterar, bajo las largas alas del partido que fue derrotado
cuatro veces.A la sombra del senador Aécio Neves, que cuatro días
después de su derrota, en 2014, para Dilma Rousseff, requirió a los
tribunales la impugnación de las elecciones.
Gobernará enfrentando el
PT y otros partidos de izquierda, bien como algo aún más grave: las
investigaciones que corren en el Supremo Tribunal Federal contra su
carrera que no llega a ser, en ningún momento, un ejemplo de integridad y
respeto a la causa pública.