Revista SIC
Mediante
un discernimiento espiritual, a la luz de la Palabra de Dios, los Obispos de Venezuela
hemos orado y reflexionado acerca de la situación actual de nuestro país.
Hacemos nuestras las angustias de nuestro pueblo del cual somos servidores.
Nunca antes habíamos sufrido los venezolanos la extrema carencia de bienes y
productos básicos para la alimentación y la salud, junto con otros males como
el recrudecimiento de la delincuencia asesina e inhumana, el racionamiento
inestable de la luz y el agua y la profunda corrupción en todos los niveles del
Gobierno y la sociedad. La ideologización y el pragmatismo manipulador agudizan
esta situación. Fruto del mencionado discernimiento son las ideas que ahora
presentamos a la consideración de todos los ciudadanos de Venezuela.
En
más de una ocasión, Jesús el Señor, manifestó su solidaridad con las personas
sufrientes y que sentían alguna necesidad. Incluso llegó a sentir compasión
ante aquella multitud que le había seguido para escuchar su mensaje. Fue cuando
les pidió a sus discípulos que le dieran de comer a todos. El mismo Señor
manifestó su solidaridad con ellos al multiplicar los panes y dar de comer a
todos hasta la saciedad. Gesto de amor y de misericordia.(cf. Mt 14,14). Este
hecho relatado por los evangelistas nos ilumina a todos nosotros miembros de la
Iglesia para poder atender a quienes en nuestro país están sufriendo por las
graves carencias de alimentos y medicinas, la violencia y la inseguridad. En
este Año jubilar de la Misericordia, los pastores de la Iglesia en Venezuela
queremos manifestar nuestra cercanía y acompañamiento a todos, y así motivar a los creyentes discípulos
de Jesús a que reafirmen con gestos concretos la solidaridad entre todos como
hermanos. A pesar de lo dramático de la situación, nuestro pueblo ha vivido con
gran dignidad e incluso con respuestas alternativas de solidaridad. Estas
nobles actitudes constituyen signos de esperanza. ¡El pueblo nos evangeliza!. ¡Sentimos
“el gusto de ser pueblo”! (Cf Francisco, La alegría del Evangelio”).
Queremos
alertar al pueblo! Que no se deje
manipular por quienes le ofrezcan un cambio de situación por medio de la
violencia social. Pero tampoco por
quienes le exhortan a la resignación ni por quienes le obligan con amenazas al
silencio. ¡No nos dejemos vencer por las tentaciones! No caigamos en
el miedo paralizante y la
desesperanza, como si nuestro presente no tuviera futuro. La violencia, la
resignación y la desesperanza son graves peligros para la democracia. Nunca
debemos ser ciudadanos pasivos y conformistas, sino sujetos conscientes de
nuestra propia y calamitosa realidad; sujetos pacíficos, pero activos y, en
consecuencia, actuar como protagonistas de las transformaciones de nuestra historia y nuestra cultura. ¡El Evangelio nos reclama eficacia!
Hacemos
un llamado a todos los poderes públicos, en los diversos ámbitos de sus
respectivas competencias, a que escuchen
con respeto la voz del pueblo, las diversas expresiones de sus múltiples
necesidades y sus justos reclamos.
También
queremos hacer un llamado de atención a todos los que se aprovechan de la
situación de escasez y carestía por la que atravesamos los venezolanos: a los
que se dedican a especular con los precios, asaltando a los ciudadanos con la
práctica del llamado “bachaqueo”,
como a quienes, abusando de su autoridad, exigen pagos que no les
corresponden. Tal proceder es moralmente inaceptable y hace evidente la falta
de valores éticos en sus vidas. Aprovecharse de la necesidad ajena para
lucrarse es un crimen y un pecado mortal a los ojos de Dios, del cual tendrán
que dar cuenta en algún momento.
Tanto
los líderes del oficialismo como los de la oposición deben expresar su seria
preocupación por todo el pueblo, sin dejarse llevar por intereses partidistas y
particulares. Es hora de demostrar
que se está en una actitud de defensa del bien común y de los verdaderos
intereses de cada uno de los ciudadanos de Venezuela.
El
momento actual conlleva algunas exigencias que hemos de asumir todos a favor
del bien común. Los dirigentes políticos, sociales, empresariales, gremiales y
religiosos estamos llamados a dar
testimonio tangible de responsabilidad y de compromiso de amor a nuestra patria.
El
Gobierno debe favorecer todas las formas de ayuda a los ciudadanos. Es
apremiante la autorización a instituciones privadas del país, como Cáritas y
otros programas de diferentes confesiones religiosas, que no nos metemos en la
diatriba política, sino que servimos directamente a los más necesitados, para
que podamos traer alimentos, medicinas y otros insumos necesarios, provenientes
de ayudas nacionales e internacionales, y organizar redes de distribución a fin
de satisfacer las urgentes necesidades de la gente.
Es
indispensable y justo preservar la sana convivencia. Las autoridades han de
contribuir, con su discurso y sus acciones, a crear un clima de tranquilidad y
paz social. Condenemos, como nos enseña Dios en el quinto mandamiento (Ex
20,13) toda forma de violencia, reñida siempre con el respeto a la vida.
Denunciemos y condenemos los horrorosos “linchamientos”, perpetrados en algunas
ciudades, signo de la deshumanización en que han caído algunos ciudadanos.
Todos los católicos tienen la
tarea de fortalecer la solidaridad entre los vecinos y en las comunidades. Este
es su primer y principal apostolado. Quienes estén integrados en los Consejos
Comunales, tienen un instrumento útil para este propósito. Escuchemos al Papa
Francisco: “vivan los conflictos en modo evangélico, volviéndolos ocasión de
crecimiento y reconciliación”.
El
respeto a la institucionalidad es un compromiso y una obligación moral
irrenunciable. Los Poderes Públicos deben respetarse entre sí y articularse a
favor de la nación. Lo contrario, el irrespeto y la permanente confrontación
entre ellos, va en detrimento de la posibilidad real de solucionar los
problemas que nos afectan a todos. Concretamente, el Poder Ejecutivo y la
Asamblea Nacional, a más de respetarse y actuar según su respectiva autonomía,
reconociendo el papel que a cada uno le corresponde, están llamados a dar al
pueblo ejemplo de “encuentro y diálogo” en favor de la convivencia nacional. En
esta misma línea, deben buscar, de
manera conjunta, soluciones, que el pueblo reclama, a problemas de vital importancia: la recuperación económica
general del país, el desabastecimiento de alimentos y medicinas, la falta de
electricidad y calidad de los servicios públicos, la violencia y la inseguridad, la seguridad social de los
adultos mayores, el problema de los llamados presos políticos. La Ley de amnistía
es un clamor nacional e internacional y una contribución a la distensión
social. Desconocer a la Asamblea Nacional es desconocer y pisotear la voluntad
de la mayoría del pueblo.
Todas
las instancias de servicio de la Iglesia, diócesis, parroquias, institutos
religiosos, asociaciones y grupos de apostolado, institutos educativos católicos,
centros de reflexión, deben iluminar, con la Palabra de Dios y la Doctrina
Social de la Iglesia, la situación concreta de cada región. Desde esta
perspectiva, es imperativo seguir ofreciendo la acción decidida de la Caritas
Nacional, diocesana y parroquial y
las diversas acciones de la Pastoral Social. Es necesario “primerear” la
caridad. Esta ha sido la lección imperecedera de la historia de la Iglesia.
Todas nuestras comunidades eclesiales deben abrir un espacio, de
modo que se conviertan en “casas de encuentro y diálogo” para
quienes sincera y desinteresadamente buscan construir la paz. Todo esto lo
sustentamos en la Palabra de Dios, la eucaristía, la oración y la caridad evangélicas.
En
medio de las dificultades del presente y las sombras que oscurecen el porvenir,
estamos invitados a ver y sentir el “paso” del Señor en medio de nosotros.
Descubrirlo nos ayudará a actuar como “Testigos” del Resucitado y edificar en
Venezuela el Reino de Dios, de justicia, amor y paz, sabiendo que “si el Señor
no construye la casa en vano se cansan los albañiles” (Salmo 126) Para ello
contamos con la intercesión de María de Coromoto, quien es Madre que nos acompaña
y consuela y “estrella de la evangelización”.
Con
nuestra afectuosa bendición episcopal.
Caracas,
27 de Abril de 2016