Imagen del Daxing Internet Addiction Treatment Centre, en China, donde los reclutas son desintoxicados de Internet con disciplina militar. / FERNANDO MOLERES
El País
La liturgia es variada y extravagante. Desde rituales clásicos
de grupos de apoyo: “Me llamo Ana Rujas, tengo 14 años y soy adicta a Internet”,
hasta terapeutas enfundados en trajes de superhéroes, aislantes y refractarios
a cualquier tentación, requisando tabletas y teléfonos que acaban en una caja
marcada con la señal “Material peligroso”. China, Corea del Sur y Estados Unidos tienen las
versiones más extremas de los centros de desintoxicación digital: campamentos
militares de reeducación y “reconexión del cerebro a la realidad”, una realidad
que en este caso incluye despertarse a las 6.15 para marchar con paso marcial
alrededor de un polígono. “Los chicos son arrogantes y están en mala forma física”,
dijo uno de los instructores en el documental Web Junkies, que exploró la metodología de un campo de reeducación
ubicado en Daxing, al sur de Pekín. Al menos dos chicos en rehabilitación han
muerto tras ser sometidos a palizas que también formaban parte de la terapia.
Algunos centros invocan al budismo para neutralizar la
ciberadicción, otros aíslan a sus pacientes en un desierto para que recuperen
las riendas de su vida. Hay desintoxicaciones digitales que incluyen pasar las
noches en un hospital y otras que consisten en vivir varias semanas en medio de
la selva, en ausencia total de wifi y despojado el sujeto en terapia de todo
dispositivo electrónico. Entre los salvadores hay gurús y coaches varios, pero también psiquiatras que recetan fármacos.
En medio de la explosión de la industria de la desintoxicación
digital, algunos recuerdan que estas terapias se mueven en una zona gris,
porque la adicción a Internet no se ha reconocido oficialmente como un
trastorno mental. Muchos esperaban que lo hiciera el DSM-5, la última versión
del manual que clasifica las enfermedades mentales, pero no fue así. Después de
mucha polémica, sus autores concedieron que la adicción a los juegos online podía ser un problema y la
colocaron en la sección tres del manual, una especie de purgatorio donde
aparece también la adicción al sexo y otras conductas que “requieren más investigación
antes de ser consideradas una enfermedad mental”. La adicción a Internet en sí
misma ni siquiera entró en ese limbo patológico.
“Los pacientes existen, vienen a la consulta. Mejor dicho,
casi siempre son arrastrados hasta aquí por un adulto”, sostiene el doctor Luis
Caballero, jefe del servicio de psiquiatría de HM Hospitales en Madrid, que
aclara que la ausencia del trastorno en el manual de los psiquiatras no
significa necesariamente que no exista. Caballero presentó el DSM-5 a los
psiquiatras españoles en una sala donde la no admisión de Internet como un ente
adictivo capaz de generar un desorden mental levantó cierta polémica. En su
opinión, entre el material que revisaron los expertos que redactaron el DSM-5
no se encontraron “evidencias suficientes” que avalaran el poder adictivo de la
Red para trastornar la mente.
Uno de los expertos era Javier Escobar, profesor de
Psiquiatría de la Escuela de Medicina Rutgers-Robert Wood Johnson, quien
confirma que, efectivamente, la adicción a los juegos online ha entrado oficialmente en el DSM-5. “Está en la edición
impresa del manual, sección tres, que incluye los trastornos que requieren
estudios adicionales”. Otra cosa es la adicción a Internet. “Se supone que sería
un desorden general y, según describen algunos expertos, compartiría características
biológicas similares a la de la adicción a las drogas. Por ejemplo, la
presencia de dopamina en el cerebro. Sin embargo, este trastorno nunca se
consideró para su inclusión en el manual”. El ninguneo de la psiquiatría
oficial a la adicción a Internet no ha impedido que la industria y los ritos de
desenganche sigan creciendo. ¿Merece la adicción a Internet ser considerada un
trastorno? ¿Se necesita un ejército de terapeutas y de centros para curarse del
enganche? De ser así, habría que demostrarlo, habría que medir comportamientos,
diseñar estudios y escribir artículos publicables en revistas científicas. Quizás
alguien tenga que dejar los boot camps
y ponerse a trabajar en un laboratorio.