Desde que Caracas y Managua firmaron en 2007
un acuerdo para el suministro de petróleo subsidiado, el régimen
sandinista no solo ha contado con excedentes para políticas
clientelares. Gracias a los recursos venezolanos, la familia
presidencial ha construido un imperio económico propio, de ambigua
condición entre lo público y lo privado. En los últimos cinco años, los
negocios de Ortega y asociados han pasado a dominar el mercado interno
de la energía, así como las muy rentables exportaciones de alimentos de
Nicaragua a Venezuela.
OCTAVIO ENRÍQUEZ / IVÁN OLIVARES / CÉSAR BÁTIZ (*)
Managua/Caracas.- Sonaría adecuado referirse a Albanisa como uno de los grandes holdings comerciales
de Centroamérica. Importa, exporta, produce y distribuye petróleo,
electricidad, combustibles al detal, alimentos y producciones
audiovisuales, administra hoteles, hasta representar una buena porción
del PIB de una economía pequeña como la de Nicaragua. Pero la historia
de éxito de este emporio se funda sobre dos pecados de origen que la
inhabilitan como ejemplo a seguir: el negocio está a cargo de una casta
del poder político, la familia y allegados del presidente nicaragüense
Daniel Ortega; y, además, toda la operación fue apalancada con fondos
públicos y activos venezolanos. (...)
La vasta maniobra de apropiación de recursos de la
cooperación internacional venezolana para favorecer a la familia
presidencial nicaragüense ha tenido por vértice a Albanisa (Alba de
Nicaragua, S.A.), una empresa que, aunque propiedad conjunta de la
estatal petrolera venezolana Pdvsa (51% de las acciones) y de su
contraparte Petronic (49% de participación), se constituyó en 2007 como
una compañía privada. La decisión para registrarse así se remonta a
motivaciones políticas: se quería evitar que el Congreso de Nicaragua,
que incluía a una importante bancada opositora, tuviera potestad para
supervisar a la empresa. Pero sus consecuencias más gruesas se
reflejaron en el crecimiento del patrimonio y poder económico de los
Ortega.
De este entramado se conocen detalles desde 2010.
Desde entonces no ha hecho más que extenderse y sumar riqueza, a pesar
de las denuncias periodísticas. Al día de hoy, el grupo de empresas
detenta una posición casi de dominio en los negocios de venta de
gasolina y de generación y distribución de electricidad. Acapara también
el negocio de las exportaciones agroalimentarias a Venezuela, el mayor
cliente del campo nicaragüense. Se calcula que en ocho años, el Gobierno
de Ortega ha privatizado 3.047 millones de dólares provenientes
de Venezuela, del total de 3.423 millones de dólares en cooperación
estatal (que también incluye aportes del Banco de Desarrollo de
Venezuela, Bandes), con la venia activa del régimen de Caracas.
Al principio fueron los dólares
El trasfondo de este negocio es político. Dos
aliados ideológicos y geopolíticos, el sandinismo y el bolivarianismo,
sellaron su pacto con los acuerdos de cooperación suscritos en marzo de
2007 entre los presidentes Hugo Chávez y Daniel Ortega. Antes, en enero
de 2007, también se habían hecho partes del acuerdo fundacional de
Petrocaribe. Apenas cuatro meses más tarde, se conformó Albanisa, la
empresa encargada de administrar la factura de los diez millones de
barriles de petróleo al año subsidiado que Caracas concedería a Managua.
El esquema que sirvió de marco al acuerdo establecía
que Nicaragua pagaría 50% de la factura petrolera a 90 días y el otro
50% se pagaría en términos concesionales pactados a más de 23 años de
plazo, con dos de gracia, quedando este fondo a disposición de Nicaragua
para financiar obras de infraestructura y proyectos sociales.
Unos meses después, a finales de abril de 2007,
ambos presidentes suscribieron el acuerdo energético de la Alba (Alianza
Bolivariana de los Pueblos), que comprendía una modificación de las
condiciones: 25% de la factura pendiente quedaría como cooperación no
reembolsable canalizada a través del Fondo Alba, y el restante 25% sería
asumido por Nicaragua. Pero faltaban nuevas alteraciones del acuerdo,
que resultarían funcionales para el trasvase de los fondos venezolanos
al patrimonio de la familia gobernante.
“En enero de 2008 se acordó entre ambas partes
modificar el artículo IV del acuerdo de Cooperación Energética del Alba
para establecer que ‘corresponderá a una entidad jurídica nicaragüense
seleccionada por (Petróleos de Venezuela) Pdvsa recibir’ una parte de la
cooperación”, explica Adolfo Acevedo, un economista nicaragüense
conocedor de la materia. La persona jurídica beneficiada terminó por ser
la cooperativa sandinista Caja Rural Nacional (Caruna), que llegó a
administrar, de acuerdo con cifras del Banco Central de Nicaragua (BCN),
599 millones de dólares entre 2007 y 2009, una cantidad de cuyo uso no
hay muchos detalles.
Ese esquema de financiamiento funcionó hasta 2010.
Entonces toda la factura petrolera pospuesta como fondo para el
desarrollo fue asumida como préstamo para Caruna. A la vez, se cambian
de nuevo las reglas del juego para destinar 38% de la cooperación
petrolera a donaciones de índole social, y 62% a inversión en proyectos
con fines de lucro. Esto último se conoce por los términos en que, ese
año, el Gobierno de Managua informaba al Fondo Monetario Internacional
(FMI).
De la noche a la mañana quedaba así legitimada la inyección directa de recursos a empresas privadas.
No es de extrañar que sea el año 2010 cuando se
detonan las denuncias sobre financiamiento abierto a empresas privadas.
“Desde 2010 hasta 2014 se destinaron en promedio anual 302,3 millones de
dólares a proyectos de inversión con fines de lucro y 155,3 millones de
dólares a los que el Gobierno denomina proyectos sociales, aunque el FMI los distingue como operaciones cuasi-fiscales”, Acevedo saca cuentas.
En enero de 2010 se supo de un préstamo de 11
millones de dólares de otra empresa del grupo, Albalinisa, para que los
Ortega adquirieran el Hotel Seminole, un tres estrellas de Managua, y
desarrollaran un proyecto agropecuario con cinco mil cabezas de ganado.
Albanisa destinó 9,7 millones de dólares para la compra del canal 8 de
televisión, y Caruna concedió un préstamo de 160.000 dólares al canal 4,
ambos gerenciados por los hijos de la pareja presidencial. Casi cuatro
millones de dólares fueron entregados a constructoras de Francisco Chico
López, el tesorero del gubernamental Frente Sandinista de Liberación
Nacional (FSLN) –también vicepresidente de Albanisa y presidente de
Petronic–.
El accionista principal de Albanisa es la petrolera
estatal venezolana Pdvsa, representada en su Junta –como presidente– por
Asdrúbal Chávez, primo del fallecido comandante Chávez y actual
ministro de Petróleo en el gabinete de Nicolás Maduro.
Si todas estas transacciones se realizaron sin la
anuencia de la parte venezolana, Chávez no hizo valer su mayoría. Pero
todo parece indicar que los accionistas venezolanos estaban al tanto y
de acuerdo. En 2010, cuando se divulgaron las primeras versiones sobre
las puertas giratorias que comunicaban los fondos venezolanos con las
empresas privadas de los jerarcas sandinistas, Rafael Paniaguas Barras,
Gerente General de Albanisa para la fecha, declaró desafiante a la
prensa: “Es cierto que compramos Canal 8, ¿y qué tiene de extraño?”.
Paniaguas, ingeniero venezolano cercano a Asdrúbal
Chávez, fue retirado de su cargo a raíz de esas declaraciones y devuelto
a Pdvsa. En 2014 recibió su jubilación de la estatal petrolera y más
nunca ha salido en público. Ni siquiera en su nuevo destino: Houston
(Texas, Estados Unidos), capital mundial del negocio de los
hidrocarburos, donde no pudo ser contactado para este reportaje.
Electricidad: Negocios poco comunes pero corrientes
Luego de ese zafarrancho inicial, casi como una
consecuencia lógica de su origen, Albanisa se ha convertido durante los
últimos cinco años en un actor principal del mercado energético en
Nicaragua.
En el sector eléctrico tiene contratos garantizados
por 350 millones de dólares en los próximos 15 años, aunque mantenga sus
máquinas apagadas. De acuerdo al Instituto Nicaragüense de Energía, las
nueve plantas –diez, pronto– de Albanisa concentran 25.4% (331
megavatios/hora) de la capacidad instalada para la generación eléctrica
en el país (1,311 megavatios/hora). Todos sus contratos han sido el
resultado de asignaciones directas, sin licitación.
Se trata de un crecimiento exponencial del negocio, desde que en 2007 llegaron a Nicaragua las primeras plantas Hugo Chávez
para superar los crónicos apagones que azotaron al país en la última
etapa de la administración del ex presidente Enrique Bolaños en 2006.
Esas plantas, llegadas desde Venezuela, funcionan
con diésel y están concebidas como soportes de emergencia, y no para
servir de bases a un sistema eléctrico regular. Sus costos de producción
son altísimos y tienden a dañarse. De hecho, han funcionado muy poco.
Luego la excepcionalidad se impondría. El Estado
anuló la licitación pública establecida en la ley y el gobierno de
Ortega recurrió a la contratación directa, después de incluir en una ley
trabajada con carácter de urgencia la obligación de contratar 100
megavatios/hora adicionales a la brevedad.
Finalmente, Albanisa trajo 230 megas de manera escalonada con unas plantas a las que bautizaron como Che Guevara, baterías de turbinas de 2.4 megavatios.
Ahora, en el sector Los Brasiles, al este de
Managua, Albanisa trabaja en la construcción de una nueva planta, con
otra tecnología, para producir 140 megavatios.
Pero no es solo generación. También la distribución.
El ingeniero Francisco López, vicepresidente de
Albanisa, es el representante del Estado de Nicaragua en la junta
directiva de las distribuidoras de electricidad Disnorte y Dissur, ahora
en manos del consorcio español TSK-Melfosur (TMI), por designación del
presidente Daniel Ortega.
En efecto, el 12 de febrero de 2013, Gas Natural
–otra empresa española– confirmó que había vendido 83.69% de las
acciones que tenía en la Distribuidora del Norte S.A. (Disnorte) y
83.73% de la Distribuidora del Sur (Dissur) al nuevo consorcio, por un
monto de 57,8 millones de dólares, según una nota de prensa oficial. El
resto de las distribuidoras es propiedad del Estado nicaragüense, cuyas
acciones Chico López representa.
Sin embargo, según fuentes del sector privado, el
verdadero dueño es Albanisa, que habría capitalizado las deudas por 85
millones de dólares que el anterior propietario, Gas Natural, mantenía
con el consorcio nicavenezolano.
“Al realizarse la compra-venta, Albanisa pasa a ser
el dueño mayoritario. Si vos querés acordar un contrato con la
distribuidora, terminas negociando con Chico López”, dijo una
fuente del sector privado que lamenta el secretismo en la operación,
cuyos términos nunca fueron expuestos a la luz pública.
Crudo, combustibles, y otros oros muy negros
También una de las mayores redes de gasolineras del
país, la Distribuidora Nicaragüense de Petróleo (DNP), con 74 estaciones
de servicio, fue sumada al grupo. Si bien el Gobierno sandinista había
proclamado que la nacionalizaría, rescatándola así de las manos de la
trasnacional de origen suizo Glencore –a cargo de la concesión–, las
indagaciones del diario La Prensa de Managua determinaron que en
realidad se adjudicó a una empresa privada de José Mojica Mejía, José
María Enríquez Moncada y Aura Toruño Porras, todos vinculados
directamente a la familia presidencial.
Por ejemplo, Enríquez, de profesión abogado, es a la
vez vicepresidente de la fundación del canal de televisión TN8,
adquirido en 2010 con fondos de Albanisa (9,7 millones de dólares) y
cuya propiedad aparece ahora a nombre de Juan Carlos Ortega Murillo,
hijo de la pareja presidencial.
También es elocuente que la gerencia ejecutiva de
DNP recayera en Yadira Leets Marín, esposa de Rafael Ortega Murillo,
hijo mayor del matrimonio del comandante Daniel Ortega y de su primera
dama –y verdadero poder detrás del trono–, Rosario Murillo.
Pero el proyecto estelar de Albanisa en el área de
infraestructura para el procesamiento y distribución de combustibles es
la refinería El Supremo Sueño de Bolívar, cuya piedra angular fue
colocada por los presidentes Chávez y Ortega en julio de 2007 en la zona
de Miramar, sobre la costa occidental nicaragüense que da al Pacífico.
A un costo de 4.000 millones de dólares, la obra
debía concluir en 2012 para poner en funcionamiento una instalación
capaz de refinar 150.000 barriles de petróleo al día.
A ocho años de su inicio, en el sitio solo se ve
movimiento de tierras y la construcción de tanques de almacenamiento, 16
en una primera fase. Los trabajos están a cargo de la empresa china CAM
Engineerring Co., Ltd. y, según datos del Banco Central de Nicaragua,
hasta la fecha Pdvsa ha invertido 312,7 millones de dólares, menos de la
décima parte de lo que se calculó costaría la refinería.
Ahora se duda de que la refinería se construya
jamás. Es un caso parecido al de la proyectada refinería José de Abreu y
Lima, en la que Pdvsa debía participar con Petrobras para levantarla en
Pernambuco, Brasil, según la visión compartida de Hugo Chávez y el ex
presidente Inacio Lula Da Silva. Pero, aún si se completa o no,
¿por qué empezaron la construcción en Nicaragua por la cola, los tanques
de almacenamiento, que son una instalación secundaria? Una fuente de la
empresa privada en Managua, que pide no ser identificada, lee esa
peculiaridad del proyecto con suspicacia: “Con esa inversión en tanques
de almacenamiento, Albanisa tiene capacidad para convertirse en el gran
importador y, luego, el gran revendedor de productos terminados en el
mercado regional”.
La llave de la despensa de Venezuela
Se llama Albalinisa y no es un trabalenguas ni una competencia al estilo de Descubra las diferencias.
Es otra empresa que termina por conectarse al grupo de su casi
homónima, Albanisa. Alba Alimentos de Nicaragua, S.A. (Albanilisa) es
identificada como una de las empresas mixtas binacionales que CVAL (la
Corporación Venezolana de Alimentos, adscrita al ministerio de
Agricultura y Tierras y ahora en proceso de liquidación) declaraba haber
constituido también con naciones aliadas como Rusia y Siria. Pero, en
el caso de Nicaragua, Albalinisa quedó encargada de administrar el
mecanismo de compensación creado en el marco de Petrocaribe y por el
cual Managua puede pagar una fracción de su deuda petrolera en especies.
“Para el pago diferido, el Gobierno de la República
Bolivariana de Venezuela, podrá aceptar que parte del mismo se realice
con productos, bienes o servicios establecidos mutuamente”, ofrece
Caracas a sus contrapartes en el texto del acuerdo de Petrocaribe.
Nicaragua le sacó partido a este párrafo. Y cómo. En
2006, las exportaciones de Nicaragua a Venezuela totalizaban dos
millones de dólares, menos de lo que exportaban Haití o Belice al país
suramericano. Pero de 2007 a 2014 las ventas nicaragüenses a Venezuela
se multiplicaron 49 veces, de 7,6 millones de dólares a 375,95 millones,
según datos oficiales del Centro de Trámites de las Exportaciones
(Cetrex). La caída constante del precio del petróleo desde fines de
2013, y la subsecuentemente menor disponibilidad de divisas por parte
del Estado venezolano, hacen difícil creer que se volverá a alcanzar el
tope de 444 millones de ventas anuales de Nicaragua a Venezuela, que
data de 2012.
Pero, de todas maneras, el negocio sigue siendo
pingüe. Venezuela se convirtió en el mayor mercado de exportación del
campo nicaragüense y no solo en cantidad: con frecuencia, el ávido
cliente venezolano –que es el Estado– paga precios por encima del
promedio internacional. Solo lo superan Estados Unidos y Taiwán. Además
es un cliente voraz, que siempre vuelve por más, paga rápido y, hasta
hace poco, se daba el lujo de pagar por adelantado.
Las agroindustrias nicaragüenses de la carne, del
café, de la leche, del azúcar y del aceite y oleaginosas, viven una
verdadera bonanza con el maná venezolano. De todos los regímenes bolivarianos
del continente, quizás sea el de Daniel Ortega el que mantiene mejores
relaciones con los capitanes empresariales, y todo gracias al canal
privilegiado de colocación de sus productos que ha logrado con sus
aliados en Caracas.
Resulta curioso que, en contraste con su prédica de
izquierda, los miramientos del Gobierno de Ortega se hayan concentrado
en los grandes productores. “Los principales productos que gozan de
acceso preferencial al mercado venezolano, con excepción del frijol
negro o caraota, se encuentran en manos del gran capital nacional”,
apunta el economista Adolfo Acevedo. “Para la Comisión Nacional de
Productores de Azúcar, para las plantas industriales de procesamiento de
productos lácteos como Centrolac y Parmalat, para el Matadero San
Martín, entre otros, el mercado de Venezuela ha sido un excelente
negocio”.
En cambio, de las pocas contrapartidas que los
pequeños productores del campo habrían podido recibir de la alianza con
Venezuela, se sabe poco, y eso que se sabe es sombrío. Por ejemplo, los
suministros de urea venezolana para fertilizar se centralizaron en una
organización oficialista, Nicaraocoop, que estableció precios
diferenciales según la afiliación política o familiar del comprador.
Una asignación de contado por diez millones de
dólares que Hugo Chávez entregó para financiar préstamos dirigidos a
pequeños y medianos productores, terminó distribuida “en sólo cinco
empresas”, según escribió la economista Gloria María Carrión Fonseca en
una nota de la revista Envío. “Cuando los miembros de” la
federación campesina “preguntaron por el criterio que se usaría para
acceder a los préstamos, el gobierno les informó que los criterios ya
habían sido establecidos y los recursos distribuidos”, aseguró.
A cambio del impulso para sus negocios, los grandes
productores agrícolas nicaragüenses se dejaron acostumbrar a que
Albalinisa intermediara en sus exportaciones. Albalinisa era en 2009 la
número 48 entre las firmas exportadoras de Nicaragua. En 2014 se
convirtió en la segunda.
La llave de Albalinisa para exportar a Venezuela la tiene Francisco Chico
López, vicepresidente de Albanisa y tesorero del FSLN. “Él es quien
decide en última instancia”, coincidieron varias fuentes consultadas.
Con el que hay que firmar las negociaciones y acuerdos.
Cuando elige proveedores, López prácticamente elige a quién le va a ir mejor en la temporada.
Por ejemplo, en el azúcar. “Todos los ingenios
exportan a Venezuela. Pero no hay una regla. Algunos años van todos,
otros años van unos cuantos; unos venden mayor cantidad, otros, menor
cantidad (…) Albanisa nos dice: necesitamos equis cantidad de azúcar.
Los ingenios dicen: ‘Yo tengo tanto, tengo compromisos por tanto, puedo
darte tanto; este es mi plan de exportación o no tengo nada este año’”,
refiere Mario Amador, Gerente de la Comisión Nacional de Productores de
Azúcar (CNPA).
En todo caso, si Venezuela no le compra más
alimentos a Nicaragua, es porque hay un techo: el trueque de alimentos
por petróleo solo puede llegar hasta un valor equivalente a 25% de la
factura petrolera. El otro techo a las ventas nicaragüenses se lo ponen
la burocracia y las ineficiencias venezolanas.
“Desde el primer día fue difícil comenzar a
venderles leche, aún a través del mecanismo de Albanisa, pero fue
haciéndose más difícil con el paso de los años, porque todo camina lento
en Venezuela: las certificaciones, las inspecciones”, admite Alfredo
Lacayo, Gerente General de Centrolac. La leche y bebidas saborizadas de
Centrolac se ven de cuando en vez en los anaqueles de tiendas
venezolanas. “A pesar de ser un país que importa todo lo que consume,
los requisitos para importar en Venezuela son sumamente engorrosos, y la
burocracia que vive de eso es enorme, poderosa e independiente”.
“Conseguir un registro sanitario en Venezuela te
toma más de un año”, sigue Lacayo. “Aunque el presidente diga: ‘Denle
mañana el registro sanitario’, igual tarda un año”.
Mario Amador, de los productores de azúcar, recuerda
una vez que el gremio recibió un reclamo de Albalinisa por un embarque
de azúcar. Su contraparte venezolana rechazaba el producto recibido
porque decían que se les había enviado azúcar sólida, petrificada, “pero
era mentira. Era un problema de descarga que ellos tenían en
Venezuela”.
Lacayo, el gerente de Centrolac, recuerda algo
similar. Su contraparte venezolana dejó varado por tres meses un
contenedor en Puerto Cabello (estado de Carabobo) “y la leche no está
supuesta para permanecer en un contenedor a 27 grados centígrados por
todo ese tiempo”. Pero entiende que “sacar un contenedor de Puerto
Cabello también es engorroso. Eso es parte del problema económico de
Venezuela, que la burocracia ha crecido a tal grado que los trámites se
hacen muy difíciles”.
El que calla, otorga
En 2010 Rodolfo Obregón, un ingeniero que se desempeñó como gerente de Albanisa y Petronic, anterior amigo de Francisco Chico López, rindió testimonio para Confidencial
de Managua sobre los entretelones administrativos del emporio. Su
relato hablaba de montos de divisas en efectivo guardados en casas de
los ejecutivos y un creciente endeudamiento de la empresa, a pesar de su
notoria liquidez. “Pareciera que no estamos ante una empresa normal,
sino ante un esquema de endeudamiento para transferir fondos a
terceros”, barruntó entonces Obregón.
El poder político y una dinastía familiar
consiguieron sacar réditos de controlar el acceso a la cooperación
venezolana en Nicaragua. De ese manejo surgió una nueva clase social
congregada en torno a los Ortega. “Era imposible tapar el sol con un
dedo”, recordaba Obregón. “Inmediatamente vino el cambio de estilo de
vida de Chico López, de la familia presidencial, los que estábamos ahí lo mirábamos”.
Los jerarcas cambiaron sus viejos carros por
vehículos de lujo. Literalmente. La cooperación venezolana costeó la
renovación del parque vehicular al servicio del partido de Gobierno,
FSLN. Unas 25 camionetas fueron a parar a la casa de Ortega, que
funciona al mismo tiempo como cuartel partisano, hogar, y sede de la
Presidencia de la República.
En 2009 unos inspectores de Pdvsa –sobre el papel,
accionista mayoritario de Albanisa– concluyeron que esta empresa,
constituida apenas dos años antes, resultaba inauditable. Es la única
diligencia que se conoce desde la orilla venezolana para proteger unos
recursos de los que, se supone, son vigilantes. De resto, la Asamblea
Nacional venezolana, controlada desde 2005 por el oficialista Partido
Socialista Unido de Venezuela (PSUV) y sus aliados, nunca se ha avenido a
discutir el caso de Albanisa. Todas las pistas muestran a una
administración venezolana conforme con lo que ha ocurrido en Nicaragua
con los fondos de la cooperación.
Apenas una mención al tema aparece en el Informe de
Gestión de 2014 del diputado opositor por el estado de Táchira, Homero
Ruiz, quien reseña informaciones de la prensa nicaragüense y una nota de
un website venezolano, subrayando la paradoja de que Nicaragua estrene
plantas eléctricas pagadas por el gobierno venezolano, mientras en el
país se registran apagones.
“De acuerdo al anteproyecto de Ley de Cooperación
Internacional del 2010, y a la Ley sobre la materia de 1958, diría que
no hay base legal para que la cooperación internacional venezolana se
dirija a entes con fines de lucro”, opina un abogado venezolano que
trabaja para institutos de la Universidad de Harvard (Massachussets,
Estados Unidos), y que pide mantener su nombre en reserva. “Sin embargo,
de lo que ve en los acuerdos entre Venezuela y Nicaragua pareciera que
son tratados interestatales. En este caso, el manejo a lo interno de
Nicaragua hacia entes privados podría violar el espíritu del tratado
bilateral y debería venir de parte de Venezuela el interés por denunciar
esto. Pero la manera en que se ha estructurado los acuerdos de la Alba
buscan crear estos mecanismos no convencionales en los que grupos de
lado y lado se están beneficiando de la implementación de los acuerdos
de cooperación”.
(*) Este trabajo, que forma parte de un proyecto conjunto de investigación periodística entre Confidencial.com.ni de Nicaragua y Armando.info de Venezuela, contó con el apoyo de Open Society Foundations.
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