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27 octubre, 2015

El erudito y su rompecabezas: salen a la luz los Cuadernos de Londres de Andrés Bello

Una investigación de Iván Jaksic, transcribió manuscritos inéditos de entre 1814 y 1823.
La Tercera
Historiador, jurista, legislador, filólogo, naturalista, diplomático, poeta, filósofo, político, educador, gramático. Hijo del siglo de la Enciclopedia, el caraqueño Andrés Bello López (1781-1865) se cultivó en múltiples áreas del conocimiento, pero en varias ocasiones durante su prolongada residencia en Londres, hizo lo que pudo para proveer el sustento para él y su familia.

El venezolano, que había llegado a Inglaterra en 1810 para transmitir la lealtad de los criollos del Virreinato de Nueva Granada al rey Fernando VII, se terminó quedando casi 20 años en la capital del Imperio. En largos pasajes de esta permanencia vivió pellejerías económicas, al tiempo que vio morir a su primera esposa y a su tercer hijo. Además de pedir recursos a distintas fuentes, hizo clases de castellano, trabajó en la transcripción de los manuscritos de Jeremy Bentham y también en una traducción al castellano de la Biblia.
Pero en medio de varias otras cosas, se pasó años en las salas de lectura de la biblioteca del Museo Británico ejerciendo de filólogo aplicado. Provisto de tinta ferrogálica y hojas de papel de algodón, cubiertas en ciertos casos por tapas marmoladas, estudió la historia de la versificación latina y castellana. Entre 1814 y 1823, aproximadamente, escribió textos en griego, latín, francés antiguo, español antiguo, italiano e inglés. Siguió la evolución de las lenguas románicas desde el declive del latín hasta su desarrollo en diferentes regiones de Europa y trabajó especialmente el Cantar de Mio Cid, el poema épico español que se habría escrito a principios del siglo XIV.   
Los materiales que estudió y transcribió en el British Museum “constituyen la base de prácticamente todos sus trabajos en filología, literatura y gramática”, al tiempo que “son indispensables para conocer la genealogía de sus ideas”, señalaba hace 14 años Iván Jaksic en Andrés Bello. La pasión por el orden, donde da cuenta de su inmersión en los mismos, disponibles en el Archivo A. Bello de la U. de Chile. Y pese a eso, agregaba el historiador, los 13 cuadernos y sus cerca de 600 hojas han tenido poco lugar en la literatura de los “bellistas”: Miguel Luis Amunátegui, cercano al primer rector de la “U”, usó unos pocos párrafos del primer cuaderno, mientras las Obras completas publicadas en Caracas entre 1981 y 1984, no los incluyen. 
Pero algo se mueve hoy por esos lados. A cargo de un equipo de cinco colaboradores, donde destaca la labor de la lingüista Tania Avilés, Jaksic está llevando a puerto un proyecto Fondart que consideró la transcripción íntegra y el análisis de los señalados cuadernos. A 150 años de la muerte de Bello (el 15 de este mes), los resultados de esta experiencia siguen su propio camino: se darán a conocer en el próximo número del Boletín de Filología de U. de Chile, así como en la introducción a un libro con la transcripción de los manuscritos, que debería publicarse el próximo año, y en una serie de actividades académicas previstas para las semanas venideras.
La lengua y las instituciones
Sea que estudie la evolución del francés normando o la obra de Lope de Vega, la letra de Bello es muy pequeña y los manuscritos están llenos de tachaduras, borrones y escritos entre líneas. Cuenta Avilés que, como fueron para uso personal, “están escritos con muchas abreviaturas, incluso los textos latinos”. Por último, al ser inéditos, no se podían cotejar con otras ediciones que ayudaran con los pasajes oscuros, que no son pocos. Y eso era sólo el comienzo de los problemas. 
Los Cuadernos, anota por su parte Jaksic, “no tienen una estructura obvia, salvo para Bello mismo, pues saltan de fuente en fuente documental, ya sea original manuscrita o impresa, con citas largas y frecuentes que no incluyen transición o explicación alguna. Pareciera que el autor está copiando extractos de las fuentes documentales de acuerdo a una investigación que se construye, al menos en parte, sobre la base de la lectura misma”.
Con todo, y esta es la tesis de la biografía, Bello tenía una “agenda” y su trabajo filológico iba en esa dirección. Contrario en principio a un destino republicano para su país y su continente, al tiempo que partidario de una monarquía constitucional, vio en el estudio del latín y su derivación en el castellano una forma de comprender el idioma como una unidad ordenada y estable. Su investigación, plantea Jaksic en la obra, “puede ser descrita como un intento deliberado por comprender el surgimiento de las naciones modernas”. Como una vía para preguntarse si Hispanoamérica se fragmentaría de la misma forma que la Europa de la Edad Media, y cómo se reconfiguraría. Y si tanto la política como la lengua se movían en el ámbito de la ley y el orden, de lo estable y lo previsible, ése era un camino para seguir.
Los Cuadernos, agrega hoy el profesor de la U. de Stanford, “revelan el momento histórico en que el latín deriva en lenguas neo-latinas. Algo completamente nuevo en estas lenguas es el uso de la rima, que Bello va a estudiar magistralmente en una enorme cantidad de fuentes, pero sobre todo en el Poema de Mio Cid. Es un modelo de investigación crítica”. 
Hubo para el académico, por último, una instancia de revelación: “cuando pude entender que a Bello le interesaba ver los cambios internos de una lengua, y sobre todo las razones de su permanencia y longevidad. Trasladado a una preocupación política, muy propia del período de la construcción de las naciones en Hispanoamérica, este era un modelo para construir instituciones duraderas capaces de adaptarse al cambio”.