Opinión
Por Alejandro Moreno
El Nacional
“Los llevan para ahí y los matan”, dice quien está grabando el video. En la escena aparecen ya tres cadáveres cuando entra el grupo de ocho policías bien uniformados trayendo empujado a un hombre joven, evidentemente popular. Mientras dos de los funcionarios lo aferran por ambos brazos, un tercero le dispara de frente liberándolo de la vida. Ya es el cuarto cadáver en la escena.
Un
malandro, sujeto de nuestras investigaciones, dice en su
historia-de-vida: “Me imagino el dolor de una gente cuando le estaba
viendo los ojos al que le va a meté un pepazo”.
Policías
liberados. Liberados de su conciencia, de imaginaciones y sentimientos,
del respeto a la vida, de los derechos humanos, de fiscales y jueces,
de leyes y reglamentos, de responsabilidades y penas, de éticas
fastidiosas. En la OLP los primeros liberados son los policías. Provea
dice que el 90,8%, precisión hasta en los decimales, de las detenciones
han sido arbitrarias. ¿Y las ejecuciones? Todas, porque en Venezuela a
nadie se le puede matar legalmente, sea culpable o inocente. El
ministro, cuestionado internacionalmente, informa de 52 fallecidos. ¿En
enfrentamientos? ¿En legítima defensa de los agentes? Todo el mundo sabe
que en un enfrentamiento hay heridos de ambas partes. El ministro no
informa de ningún agente ni siquiera rasguñado. Qué bueno es un
enfrentamiento cuando el contrario no dispara. Familiares y testigos
hablan de tiros a quemarropa, de apresados vivos que luego aparecieron
muertos en la morgue.
“Si había que
hacerlo, había que hacerlo”, concluye el malandro citado. ¿Será ésta la
justificación del operativo? ¿Si hay que matar, matemos?
Sin
embargo, según una poco confiable encuesta, la “operación” tiene
aceptación popular, hasta en un 87%. Si más allá de los números, hacemos
un análisis de los comentarios del público aparecidos en las redes al
respecto, tendremos fuertes motivos para preocuparnos. Rezuman tal carga
de odio y venganza contra los reales o supuestos actores de la
inseguridad, que nos hacen pensar en un fondo explosivo de violencia
pasional interior en un sector demasiado amplio de nuestra sociedad. En
cuanto reacción espontánea y no controlada por valores superiores, es
comprensible dadas las circunstancias, pero no aceptable. Esa violencia
contenida en el interior de las personas por ahora, puede estallar sin
controles en cualquier momento.
Cuando
el Estado en vez de proteger recurre a “operaciones”, no por
pantalleras y electoreras menos criminales, fomenta las más primitivas
pasiones en los abandonados a su suerte.