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06 julio, 2015

Proyecto integrador II

Opinión
Por Eduardo Fernández
@efernandezve

Los países que progresan son aquellos en los que los ciudadanos mantienen el Estado. Los países atrasados son aquellos en los que el Estado mantiene a los ciudadanos.

Cuando los ciudadanos mantienen el Estado con el pago de sus impuestos gracias a su trabajo productivo, queda claro quién es el jefe: el ciudadano; queda claro que el aparato estatal debe estar al servicio de los ciudadanos y no al revés.

Queda claro que desde el Presidente de la República hasta el más modesto funcionario público son servidores de los ciudadanos, son empleados a quienes les pagamos su sueldo para que nos sirvan con eficiencia y con humildad. Cuando el Estado es el que mantiene a los ciudadanos, como es el caso de Venezuela, los funcionarios públicos se sienten dueños del país y de su gente y por eso se producen tantos testimonios de arbitrariedad y de abuso de poder.
(...)


Cuando el Estado es dueño de la renta petrolera, única fuente de ingresos del país, y por tanto es dueño de todos los dólares y encima se destruye a la empresa privada, a los partidos políticos, a los gremios profesionales, a los sindicatos y a toda forma de organización social, surge el clientelismo, la corrupción y el abuso de poder.

Eso es exactamente lo que estamos viviendo en Venezuela desde hace muchos años y ese esquema es el que se ha agravado inmensamente en los últimos 15 años. Al fin y al cabo, el llamado socialismo del siglo XXI no ha inventado nada, lo que ha hecho es agravar todos los males que venimos arrastrando desde hace muchos años. A ellos me referí en un discurso que pronuncié en el Congreso Nacional el 5 de julio de 1987 y que se intituló “El pueblo está bravo”. Para luchar contra esos vicios del pasado fue que me postulé como candidato a la Presidencia de la República en 1988 con un programa que se llamaba “Hacia una Democracia Nueva”.

Hago una lista de los problemas a los que me refiero: estatismo, centralismo, rentismo, militarismo, clientelismo, caudillismo, corrupción, despilfarro de recursos, presidencialismo exagerado, ineficiencia, desconocimiento del estado de derecho, negación de la autonomía e independencia de las ramas del poder público, pobreza, miseria y un largo etcétera.

Mis lectores reconocerán que esa lista no es nueva. Que esos son los problemas que Venezuela sufre desde hace muchos años y que la llamada revolución no solo no ha resuelto ninguno de ellos, sino también los ha agravado todos.

Seguiremos conversando.