Opinión
Por Miguel Mora
ctxt.es
Hace unas semanas, tres periodistas de CTXT visitamos a un banquero. Fue una charla larga, sin grabadora, y el hombre parecía de lo más razonable. Buen conversador, afable, seductor y a ratos ilustrado, sus palabras sonaban casi progresistas, dadas las circunstancias –varios miles de millones de beneficio y deuda, y un despacho tamaño piso piloto--.
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ctxt.es
Hace unas semanas, tres periodistas de CTXT visitamos a un banquero. Fue una charla larga, sin grabadora, y el hombre parecía de lo más razonable. Buen conversador, afable, seductor y a ratos ilustrado, sus palabras sonaban casi progresistas, dadas las circunstancias –varios miles de millones de beneficio y deuda, y un despacho tamaño piso piloto--.
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Hasta que salió Grecia y, de
repente, nuestro viajado anfitrión perdió el glamour y el oremus y se convirtió
en un contable. Ciego y vulgar, por más señas. El Grexit es una posibilidad que
no podemos descartar, dijo, esbozando un elegante gesto de condescendencia. Y
tampoco es tan preocupante. Al fin y al cabo, se trata solo del 2% del PIB
europeo, añadió.
En ese momento, los tres
plumillas y la mesa de roble entendimos que el proyecto ordoliberal que domina
la Unión Europea desde hace un par de décadas ha decidido soltar lastre y
quitarse de en medio a todo el que se atreva a desobedecer las órdenes de la
bancocracia.
Cuando salimos del edificio, la
compañera más sabia recordó que fue exactamente esa ceguera de tendero
cortoplacista, exhibida por los poderes financieros y políticos, la que llevó a
Europa a las Guerras Mundiales de 1914 y 1940.
Unas deudas soberanas
gigantescas e impagables, unos mercados especulativos y nerviosos; una
creciente desigualdad norte-sur y ricos-pobres; millones de parias hambrientos
abandonados en el camino; una corrupción moral y económica rampante; continuas
campañas racistas y xenófobas contra los judíos y los gitanos; una prensa feroz,
inculta y amarilla, convertida en mayordomo del poder para sobrevivir; la
socialdemocracia haciendo agua por todas partes, y el fascismo y el comunismo
prometiendo falsas soluciones a problemas que unas democracias inmaduras y
elitistas no sabían atajar.
Sí, es verdad. El escenario
actual recuerda cada vez más al de los años diez y treinta. En Ucrania hay una
guerra de la que nadie habla. Estados Unidos está reanudando la guerra fría con
Rusia e instalando armamento en las fronteras orientales de la UE. Una Grecia
asediada y gobernada por una coalición postcomunista acaba de convertirse en el
Vietnam de Europa. Francia está tan desaparecida como en los años treinta. Los
partidos de corte fascista avanzan por doquier, mientras Syriza, Podemos y el
Sinn Fein amenazan por la izquierda el bipartidismo imperfecto y corrompido –los
filonazis les preocupan menos porque culpan de todos los males al inmigrante y
no a los capos--.
Pero en fin, tampoco seamos
alarmistas. La vieja socialdemocracia todavía puede reaccionar. Le Pen no ganará
las presidenciales de 2017 en Francia. Varoufakis será un rojo pero posa para
las revistas del papel cuché y ha dado clase en Austin (Texas). Nuestra prensa
libre aún se deja colar algunos artículos dignos de ese nombre. Y Alemania está
liderada por una mujer pragmática e inteligente que no permitirá que Europa se
suicide y la historia se repita…
Ah, un momento. Nuestro
banquero ha empezado a hablar –bien-- de Ciudadanos. Tan bien que se diría que
Albert Rivera es su candidato para las próximas elecciones. Que él mismo estaría
dispuesto a votarle. Y en efecto, ha pasado por este despacho, hace unos años –año
12 o 13--, y le pareció un muchacho muy fresco.
La cita termina con
cordialidad. La sensación de calma que desprende este ejecutivo que maneja
miles de hipotecas, pisos, empleos, desahucios y voluntades es reconfortante.
Grecia saldrá del euro, y no pasará nada. Ciudadanos gobernará España. Todo irá
mejor.
Esto era hace un mes. Desde
entonces, la prensa del poder ha dedicado un aluvión de páginas y horas de
televisión y radio a decapitar a un concejal electo por un tuit de hace cuatro
años; y enseguida, ha puesto al servicio de la verdad a un ejército de
presuntos informadores que han tratado de linchar al Gobierno de un país desesperado
y muerto de hambre por convocar (y encima ganar de calle) un referéndum contra
el austericidio y la inmoralidad de la Troika y la tecnocracia europea.
Seguramente han sido dos de las
campañas más sucias y feroces desde que los periódicos de los años diez y
treinta acusaran a los gitanos de espionaje y a los judíos de contagiar
enfermedades y de dominar el sistema financiero internacional, justo antes de
que empezaran los pogromos en Alsacia.
Populismo barato
De momento, la industria del
miedo y el fango local y continental ha perdido dos batallas. Pero lo mejor está
por venir. Y cabe suponer que, antes de recapacitar y dar marcha atrás, el
bloque neoliberal, que tan cómodo se sentía hace nada con el espantoso statu
quo, va a seguir escupiendo bilis y chantajeando a quienes osen llevarles la
contraria o pongan en cuestión su dominio.
Lo más preocupante, sin
embargo, es que Angela Merkel --no nos engañemos, ella baila sola-- se deje
llevar por el populismo barato de Gabriel, Shulz, Dijsselbloem, Juncker y
otros subalternos y piense que su Reich financiero puede seguir adelante sin
Grecia.
Si Grecia, que es el bastión de
la dignidad y la sabiduría de la vieja Europa, sale del euro, debemos
prepararnos para una larga pesadilla. Los griegos son hijos de Heracles y no
estarán mucho peor de lo que están o han estado. Pero Europa habrá perdido
todo. A Heracles, a Zeus, a Platón, a Aristófanes, la bisexualidad, la poesía,
la filosofía, el equilibrio, la ironía, el drama, la comedia…
¿Quién podrá detener entonces a
la histérica hidra de Lerna? ¿Quién querrá formar parte de un club en el que
fumen puros a sus anchas tipos como Lagarde, Sarkozy, Valls, Schäuble y otros
exaltados semejantes? ¿Quién deseará ser aliado de una unión que ha consentido
todo a gente como Berlusconi, Rajoy o Viktor Orbán y considera a Alexis Tsipras
el demonio?
Lo cierto es que la
cleptocracia europea, que pasó décadas haciendo negocios sucios a base de
inyectar sobornos en Grecia, sabe que con Tsipras se ha acabado el chollo. Lo
que ignora es que, si castiga a Atenas por su rebeldía y se desprende de Grecia
calculando que solo estamos hablando del 2% del PIB, nada tendrá sentido en
Europa.
El euro se convertirá en una
moneda desprestigiada, reversible y frágil, en un nuevo marco con apodo falso,
incapaz de cumplir con los valores de unidad, solidaridad y prosperidad que
inspiraron su defectuoso y tramposo nacimiento.
Y una vez que todos nos demos
cuenta de que el juego de la moneda única era en realidad una estafa, la propia
idea de Europa se habrá hecho añicos. No hay nada más desechable que un
juguete, un bolígrafo o una idea que funcionó un tiempo y de repente deja de
funcionar.
Si Grecia se va, Italia también
querrá marcharse en cuanto pueda, y Lampedusa ganará sin duda su merecido Nobel
de la Paz –-aprovechemos este momento de despiste para apoyar su candidatura--.
Portugal volverá al Atlántico, la saudade, el fado y el escudo. Y la España de
la Gürtel, la Púnica, los desahucios, la desnutrición, los trabajos de una hora
semanal y los EREs será declarada insolvente y poco fiable –lo que es desde
hace mucho, en realidad-- y viajará de vuelta a las futuras pesetas.
Esto es lo que nos jugamos en
las próximas semanas. Aunque a veces sucede lo inesperado, y el péndulo da la
vuelta en el último segundo, la potra raras veces funciona cuando gobiernan la
incompetencia y la mediocridad. Confiemos en que Merkel reaccione, al fin, y
evite el tercer suicidio de Europa. Pasar a la historia como la enterradora del
proyecto político más admirable –y peor gestionado-- de la historia moderna
solo para contentar a un puñado de contables idiotas supondría un epílogo
calamitoso a su carrera.
Pero, como decía alguien en
Twitter el otro día, Alemania suele montar una gorda cada 50 años. Y ya le va
tocando. Así que preparen el diazepam, apaguen la radio y el móvil y pongan a
salvo niños, ahorros, enseres y huertos.
Bienvenidos al Titanic. O, si
lo prefieren, al Costa Concordia que tan bien profetizó Godard. E la nave va.