Vistas de página en total

22 mayo, 2015

El valor del trabajo

-->
Opinión
Por Juan Eliécer Ramírez
elieceramirez@gmail.com
“Toda persona tiene el derecho al trabajo y el deber de trabajar. El Estado garantizará la adopción de las medidas necesarias a los fines de que toda persona pueda obtener una ocupación digna y decorosa y le garantice el pleno ejercicio de este derecho. Es fin del Estado fomentar el empleo.” (Art. 87 C.R.B.V.) No hay dudas de que el constituyente fue inspirado por la divina providencia, a establecer en nuestra vigente carta magna el trabajo como “un hecho social” que debe gozar de la protección del Estado. (Art. 89 C.R.B.V.)(...)
Al quedar constituida Venezuela, entre otras cosas, como un Estado social de derecho y de justicia (Art. 2 C.R.B.V.), el constituyente dejó sobreentendida la supremacía y trascendencia del trabajo como hecho social inalterable e irrenunciable. (Art. 89, ords. 1 y 2). El incumplimiento o no materialización de lo anterior por parte del Estado, trae como consecuencia el incremento desproporcionado de un antivalor social: el desempleo, que a su vez sumerge en el oscuro laberinto del ocio a millones de personas, quienes en su inactividad se desvían de la justicia y no toman parte en las obras de rectitud.
Una debilidad humana que acarrea áspera reprensión por parte de Dios es del ocioso que vive del trabajo ajeno. Cuando dicha debilidad sobrepuja la ocupación productiva, las consecuencias no tardan en aparecer; incremento de los niveles de inseguridad y criminalidad, que en Venezuela, desde mucho tiempo sobrepasó los niveles de alarma social. Una de las formas en las que este problema del ocio se extiende más en nuestra sociedad hoy día es el amplio sistema de beneficencia gubernamental que reparte dinero y otros beneficios, sin requerir que se trabaje a cambio de lo que se recibe.
¿Cuál es el efecto que ha tenido y tiene sobre el pueblo este monstruo llamado asistencia del gobierno, programas sociales o misiones?
En Venezuela, tenemos poco más de un siglo, desde la aparición del petróleo, ensayando planes, programas sociales y misiones, que han convertido a generaciones de recipientes de esta asistencia; millones de compatriotas han aprendido a vivir de las migajas que les ofrecen gobiernos derrochadores y corruptos. Los niños crecen sin conocer el valor y la dignidad del trabajo honesto; muchas familias se han separado, y se fomentan la deshonestidad y el crimen. Es evidente que esta forma de ayuda gubernamental ha incidido en el nivel que ocupamos en el ranking de las naciones más corruptas e inseguras del mundo. Lo cual no se parece en nada al modelo de desarrollo sustentable tipificado el nuestra carta magna.
El poeta y escritor Andrés Eloy Blanco, en su inmortal poema titulado “dar”, escribió:  
“Trabajo es el que hay que dar
y su valor al trabajo,
y al que trabaja en la fábrica,
y al que trabaja en el campo,
y al que trabaja en la mina,
y al que trabaja en el barco,
lo que hay que darles es todo.”
Estamos en este punto preciso en el tiempo en que una era de 400 años se está extinguiendo, y otra está luchando por nacer –un cambio en la cultura, en la ciencia, la sociedad y las instituciones- tan enormemente grande como el mundo jamás lo había experimentado. Por delante está la posibilidad de una regeneración de la individualidad, la libertad, la comunidad, y la ética, tal como el mundo nunca lo había conocido. Y una armonía con la naturaleza, con el prójimo, y con la inteligencia divina tal como el mundo jamás lo había soñado. Desde la Fundación Safic seguiremos  trabajando con tales premisas en mente.