Opinión
Por Juan Eliécer Ramírezelieceramirez@gmail.com
“Toda
persona tiene el derecho al trabajo y el deber de trabajar. El Estado
garantizará la adopción de las medidas necesarias a los fines de que toda
persona pueda obtener una ocupación digna y decorosa y le garantice el pleno
ejercicio de este derecho. Es fin del Estado fomentar el empleo.” (Art. 87
C.R.B.V.) No hay dudas de que el constituyente fue inspirado por la divina
providencia, a establecer en nuestra vigente carta magna el trabajo como “un
hecho social” que debe gozar de la protección del Estado. (Art. 89 C.R.B.V.)(...)
Al
quedar constituida Venezuela, entre otras cosas, como un Estado social de
derecho y de justicia (Art. 2 C.R.B.V.), el constituyente dejó sobreentendida
la supremacía y trascendencia del trabajo como hecho social inalterable e
irrenunciable. (Art. 89, ords. 1 y 2). El incumplimiento o no materialización
de lo anterior por parte del Estado, trae como consecuencia el incremento
desproporcionado de un antivalor social: el desempleo, que a su vez sumerge en
el oscuro laberinto del ocio a millones de personas, quienes en su inactividad
se desvían de la justicia y no toman parte en las obras de rectitud.
Una
debilidad humana que acarrea áspera reprensión por parte de Dios es del ocioso
que vive del trabajo ajeno. Cuando dicha debilidad sobrepuja la ocupación
productiva, las consecuencias no tardan en aparecer; incremento de los niveles
de inseguridad y criminalidad, que en Venezuela, desde mucho tiempo sobrepasó
los niveles de alarma social. Una de las formas en las que este problema del
ocio se extiende más en nuestra sociedad hoy día es el amplio sistema de
beneficencia gubernamental que reparte dinero y otros beneficios, sin requerir
que se trabaje a cambio de lo que se recibe.
¿Cuál
es el efecto que ha tenido y tiene sobre el pueblo este monstruo llamado
asistencia del gobierno, programas sociales o misiones?
En
Venezuela, tenemos poco más de un siglo, desde la aparición del petróleo,
ensayando planes, programas sociales y misiones, que han convertido a
generaciones de recipientes de esta asistencia; millones de compatriotas han
aprendido a vivir de las migajas que les ofrecen gobiernos derrochadores y
corruptos. Los niños crecen sin conocer el valor y la dignidad del trabajo
honesto; muchas familias se han separado, y se fomentan la deshonestidad y el
crimen. Es evidente que esta forma de ayuda gubernamental ha incidido en el
nivel que ocupamos en el ranking de las naciones más corruptas e inseguras del
mundo. Lo cual no se parece en nada al modelo de desarrollo sustentable
tipificado el nuestra carta magna.
El
poeta y escritor Andrés Eloy Blanco, en su inmortal poema titulado “dar”,
escribió:
“Trabajo es el que hay que dar
y su valor al trabajo,
y al que trabaja en la fábrica,
y al que trabaja en el campo,
y al que trabaja en la mina,
y al que trabaja en el barco,
lo que hay que darles es todo.”
y su valor al trabajo,
y al que trabaja en la fábrica,
y al que trabaja en el campo,
y al que trabaja en la mina,
y al que trabaja en el barco,
lo que hay que darles es todo.”
Estamos
en este punto preciso en el tiempo en que una era de 400 años se está
extinguiendo, y otra está luchando por nacer –un cambio en la cultura, en la
ciencia, la sociedad y las instituciones- tan enormemente grande como el mundo
jamás lo había experimentado. Por delante está la posibilidad de una
regeneración de la individualidad, la libertad, la comunidad, y la ética, tal
como el mundo nunca lo había conocido. Y una armonía con la naturaleza, con el
prójimo, y con la inteligencia divina tal como el mundo jamás lo había soñado.
Desde la Fundación Safic seguiremos
trabajando con tales premisas en mente.