Nota de la redacción de Entre Todos Digital. A
continuación publicamos para nuestros lectores un artículo tomado de la revista
digital GUINGUINBALI ,especializada en temas africanos, sobre el genocidio en
Ruanda, la reflexión es oportuna en Venezuela, nuestro amado país, que hoy
también es víctima, en mucho menor medida que aquel, por supuesto, del
fanatismo. Que sirva de alerta, solo.
ANA HENRÍQUEZ
El 7 de abril es el día internacional de la reflexión
sobre el genocidio de Ruanda, desde GuinGuinBali,
queremos recordar lo que ocurrió en este país entre abril y julio de 1994.
Recordar para que no vuelva a suceder en ningún lugar del mundo.
El genocidio más rápido y de mayor
amplitud del siglo XX. Rápido porque se produjo en apenas cien días, los tres
meses que van de abril a julio. El de mayor amplitud por el número de muertes
diarias, unas 10.000, que dejaron un saldo total estimado por la ONU entre
800.000 y un millón de muertos—mayoritariamente, tutsis—. Pero, no es por el
número de víctimas por lo que se lo llama ‘genocidio’, sino porque se comete
con la intencionalidad de destruir un grupo nacional, étnico, racial o
religioso: los hutus querían acabar con los tutsis.(...)
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de abril de 1994. El avión donde viajan el presidente de Burundi y el
presidente de Ruanda, Juvénal Habyarimana, es abatido por dos misiles justo
antes de aterrizar en el aeropuerto de Kigali. Todavía hoy se ignora quiénes
fueron los culpables pero, entonces, los hutus desde el poder y los medios de
comunicación —valga recordar el lamentable ejemplo de la Radio
Televisión Libre de las Mil Colinas (RTLM), que deshumanizaba a los tutsis
mentándolos como ‘cucarachas’ y ‘serpientes’— no dudaron en señalar a los
tutsis como únicos responsables. Agitaron a la población haciéndoles creer que
el presidente había sido el primero pero que los tutsis querían exterminar a
todos los hutus. Acto seguido, repartieron armas, sobre todo, machetes. Al día
siguiente, 7 de abril, comenzaron las matanzas en Kigali.
Antecedentes
históricos
El derribo del avión presidencial fue el detonante de
la barbarie, pero este odio entre etnias venía de muy atrás. Antes de la
llegada de los europeos a finales del XIX, tutsis y hutus eran un solo pueblo,
con una historia común de siglos de antigüedad, mismas creencias y una lengua,
el kiniruanda. Fueron los alemanes y, posteriormente, los belgas los que
hicieron de ellos dos grupos étnicos diferenciados. Por un lado, los tutsis
fueron considerados por los colonos los “europeos negros”, dotados de una
inteligencia superior, simplemente, por la antropología racista de la época,
que destacaba como nobles sus rasgos físicos: cuerpo esbelto, piel negra clara,
nariz fina. Por otro lado, los hutus, discriminados como “negros bantúes” por
ser más bajos, tener la piel más oscura y una nariz más ancha. Así, durante la
ocupación colonial, los tutsis fueron privilegiados en detrimento de los hutus.
Sin embargo, con la independencia, cambiaron las tornas y los hutus, tras
décadas de discriminación, tomaron el poder y la emprendieron contra los
tutsis, llevando a que casi la mitad de estos, entre 1960 y 1973, emigrara a
los países vecinos.
Los
descendientes de los que se habían exiliado a Uganda crearon, en 1987, el Frente
Patriótico Ruandés (FPR) que, en octubre de 1990, iniciaba la guerra
civil. Oficialmente, la guerra terminaría en agosto de 1993, con la firma de
los acuerdos de paz de Arusha (Tanzania). Pero el odio no solo no había
terminado, sino que iba a más y las autoridades hutus empezaron a importar
mucho armamento y a confeccionar listas de personas a las que matar.
Llegado
este punto, conviene subrayar que lo que pasó en Ruanda en 1994 no se trató,
por tanto, de una guerra interétnica (a lo que, muy a menudo, se reduce, desde
Occidente, la violencia en África), sino de una exterminación planificada. Esta
diferencia es importante ya que implica, para los otros Estados, la obligación
de intervenir para atajarla. Y esto no pasó. Hubo pasividad —Bill Clinton
señaló su parálisis ante el genocidio ruandés como el mayor error de sus ocho
años en la Casa Blanca— y, peor aún, huida: muerto el presidente Habyarimana,
el 7 de abril, mataron a la Primera Ministra y a los diez soldados belgas que
la protegían; por lo que, ese mismo día, los Cascos Azules de la ONU pasaron de
ser más de 2.500 efectivos a solo 270. Esto por no hablar de la actuación de
Francia. Patrocinadora de los hutus en el poder durante la guerra civil, se
mantuvo cruzada de brazos desde la primera vez que se habló de genocidio, en
mayo, de boca del entonces Secretario General de las Naciones Unidas, Butros
Butros-Ghali, hasta que encabezó la polémica Operación Turquesa a
finales de junio, cuando ya habían transcurrido más de dos meses de masacres.
Esta supuesta complicidad entre la república gala y el poder hutu sigue
condenándose: Francia no acudió a Kigali el año pasado, para el 20º aniversario
del genocidio; y el inglés está desbancando al francés como idioma más empleado
en Ruanda.
21
años después
Hoy, Ruanda es el país africano con mayor densidad de
población: en un territorio algo más pequeño que Galicia, habitan 11 millones
de personas. Más del 60% de esta población es tan joven que no vivió el
genocidio. Esto puede ser positivo para olvidar las atrocidades cometidas y
alcanzar la ansiada reconciliación, pero las secuelas continúan vigentes.
Si
bien se reconocen mejoras en economía, sanidad o educación, y puede presumir de
tener el parlamento más femenino del mundo —el 64% de sus escaños lo ocupan
mujeres—, la Ruanda de Paul Kagame se tiene como un régimen
autoritario, donde se respira tensión en el ámbito político y en todo lo
referente a la libertad de expresión. La aparentemente beneficiosa política de
unión nacional, por la que se abolieron las tarjetas de identidad étnica y por
la que no se puede diferenciar entre hutus y tutsis, no impide que los puestos
de poder estén ocupados, en su amplia mayoría, por tutsis; volviendo a
reproducirse las discriminaciones que impusieron los colonos y, luego, se
apropiaron los hutus. Además, se restringe la identidad de las víctimas del
genocidio, como si solo hubieran sido tutsis, cuando también fueron
exterminados hutus moderados, aquellos que se negaban a derramar sangre tutsi.
En recuerdo a estas víctimas, cada 7 de abril, desde
que el ex Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, impusiera este
día en 2004, se guarda un minuto de silencio a las 12 del mediodía de los
distintos husos horarios, enviando, según el propio Annan, “un mensaje de
remordimiento por el pasado y de resolución de prevenir toda repetición de esta
tragedia en el futuro”.