Por Sandra Russo
El miércoles me encontraba
leyendo y marcando con resaltador algunos párrafos de varios artículos
europeos sobre las inminentes elecciones en Grecia, cuando apareció la
noticia del atentado terrorista contra la redacción de Charlie Hebdo.
Quedé estupefacta, como millones de personas, y luego estremecida por
los detalles. Primero, por el registro audiovisual del asesinato al
policía en la vereda por parte del comando vestido de negro que luego se
subió a un auto que partió a toda velocidad. La sangre fría con la que
lo remató. Ese goce de la muerte. (...)
Después, cuando fueron identificadas
las víctimas y supe quiénes eran, a qué distintas generaciones
pertenecían –qué legados llevaban generacionalmente a la práctica– los
dibujantes asesinados. Más tarde, por la reacción colectiva y espontánea
de los franceses que llenaron las calles siendo Charlie cada uno de
ellos, diciendo con esa pancarta sencilla que los valores que defendía
Charlie Hebdo –la libertad de expresar una posición anticlerical a
través de la sátira, la libertad de expresar esa o cualquier otra
posición– siguen vigentes y serán defendidos en Francia y en buena parte
del mundo, porque la libertad de expresión es una conquista
irrenunciable. Y luego, finalmente, también me estremecí porque por un
momento sentí que mi tema, que era Grecia, había sido corrido de eje por
el atentado. Era extraño, porque lo que estaba por escribir tenía que
ver con la inoculación del miedo en el electorado griego por parte del
“partido de las finanzas” que encabeza Berlín. Pero el atentado de París
redoblaba, multiplicaba por mil esa inoculación, y lo abría en mil
astillas: el miedo en cuestión dejaba de ser la amenaza profética de
siete plagas condenando al rebelde –es decir, al pueblo europeo que
desacate el orden de la troika–, para convertirse en el miedo físico que
dejó irradiando el atentado sobre medio planeta, y que derivará
seguramente, en sus versiones más radicales e irreflexivas –las que se
encargarán de rociar varias agencias de inteligencia de países
centrales–, en una nueva dicotomización prefabricada y demonizará una
vez más a los musulmanes residentes en Europa. Veremos si el dato se
confirma, pero si es cierto, como se publicó, que los tres comandos
fueron identificados tan rápidamente porque uno de ellos olvidó su
documento de identidad en el auto negro en el que huyeron, entonces
también hay que preguntarse qué tipo de entrenamiento reciben comandos
tan criminales como idiotas. En el mundo de hoy no hay que descartar
nada.
El 25 de enero habrá elecciones anticipadas en Grecia y, como se
sabe, los sondeos desde hace semanas dan como ganador a Syriza, el
partido que conduce Alexis Tsipras, y que junto con el Podemos español
son los portadores de un punto de vista que, de extenderse a otros
países europeos, hace peligrar el statu quo que hoy hace de Alemania el
capataz de la UE. Lo que se veía hasta el atentado era muy claro: un
chantaje descarado de funcionarios de la troika, con la señora Merkel a
la cabeza, asegurando lo que Alexis Tsipras viene negando
sistemáticamente: si resulta ganador en las elecciones griegas, no
abandonará el euro. Más bien, todo lo contrario: de acuerdo con el
Programa de Salónica, presentado en octubre para explicar cómo serían
sus primeros cien días de gobierno, Syriza no sólo no tiene la
pretensión de abandonar el euro, sino que tiene otra: que sea el Banco
Europeo el que absorba la quita de su deuda, que se propone renegociar
en la medida en que pueda ser pagada con su propio crecimiento. Algo así
como el “los muertos no pagan” de Néstor Kirchner. Algo así como la
necesidad de un nuevo New Deal para corregir el desastre de las recetas
neoliberales. Esto no lo sostienen solamente Syriza y Podemos. Hay un
sector del funcionariado europeo que empieza a escuchar a varios premios
Nobel, al Papa, a académicos y a organizaciones políticas emergentes
que creen que es mejor detener ya la sangría, porque si continúa la
teología de la austeridad, cada vez habrá menos torta que repartir. Eso
es lo que ningún burócrata alemán dice, y a lo que la troika se opondrá
con uñas y dientes: a que el Sur reclame lo que ya reclama, soberanía
política.
Los indicadores de Grecia dejan poco margen para que a los griegos
les vaya peor que obedeciendo a rajatabla al Banco Central Europeo, la
Comisión Europea y el Fondo Monetario Internacional. El desempleo
juvenil asciende al 50 por ciento. Los salarios reales han perdido entre
el 30 y el 40 por ciento de su poder adquisitivo bajo el peso de los
ajustes. Tres de cada cinco griegos se encuentran bajo la línea de
pobreza. El sistema educativo y el sanitario han sido desmantelados
después de las privatizaciones. Desde 2008, los cuatro principales
bancos que operan en Grecia han succionado 211 mil millones de euros de
dinero público –el que Grecia le pide prestado al FMI– en garantías y
efectivo. Y sin embargo, durante 2014, en un gesto de la hipocresía cada
vez más deshilachada, el Banco Central Europeo no sólo evaluó
positivamente a esas entidades bancarias, sino que no tuvo empacho en
hablar de “la recuperación griega”, pronosticando para este año un
crecimiento del 0,7 por ciento después de años de caída sin solución.
La inoculación del miedo al electorado griego no sólo estuvo a
cargo del funcionariado alemán y francés, sino que fue acríticamente
esparcido por medios de comunicación “serios” como Der Spiegel, que se
hizo eco de “la inminente salida de Grecia de la zona euro si Syriza
gana las elecciones”. Como contrapartida, los esfuerzos de comunicación
del partido griego –que ya tiene una década de existencia, pero cuyo
posicionamiento se fue fortaleciendo a medida que los ciudadanos
advertían que todo lo demás era mentira– eran insuficientes. No había
siquiera una pantalla partida entre Merkel diciendo “se irán del euro” y
Tsipras diciendo “no nos iremos nada”. Este es el eterno reproche a los
medios de comunicación, el que los periodistas de a pie no deberían
tomar como un reproche a sus personas. No es un ataque al periodismo,
sino en todo caso una interrogación sobre un trabajo que se desarrolla
en medios que tienen dueños y pautas comerciales que dependen
precisamente de los bancos.
“La amenaza al gobierno de Syriza no vendrá de los mercados sino
del Banco Central Europeo, de la UE y de Berlín”, había advertido días
antes Yanis Varoufakis, profesor de Política económica en la Universidad
de Atenas y consejero de Syriza. En una entrevista publicada esta
semana en la revista Sin Permiso, Varoufakis explicó la estafa a la
opinión pública que fue la difusión de esa presunta “recuperación
griega”, y que como mensaje intentó decirle al electorado “después de
tanto esfuerzo, ¿van a elegir otra cosa justo cuando todo empieza a
funcionar?”. Pues no: nada funciona.
“En los últimos dos años –decía Varoufakis–, la máquina
propagandística de la UE no ha dejado que se interpusiera ningún dato en
su marcha. Y hace aproximadamente dieciocho meses funcionó a pleno
rendimiento en un intento por apuntalar el gobierno (conservador) de
Samaras, aterrada por la perspectiva de un nuevo gobierno en Atenas que
porfíe en cantarle al poder las verdades.” Esa “recuperación” fue
propaganda “que se maquinó mediante dos nuevas burbujas: una, en el
mercado de bonos; y otra, en el mercado de acciones bancarias griegas.
Esas dos burbujas reventaron en el mismo momento en el que los griegos
obtuvieron su chance para elegir un nuevo gobierno”. Ahora lo que dicen
es que si gana Syriza, los griegos corren el riesgo de que la troika
cierre de un portazo el sistema bancario griego. Eso aquí hace más de
una década se llamó corralito.
En esa entrevista, el profesor griego apunta un dato absolutamente
relevante para comprender hasta qué punto le resultan revulsivos a la
troika partidos como Syriza o Podemos. No es casual que ayer el
economista Thomas Piketty se haya reunido con gente de Podemos. Piketty
es quien puso en la agenda mundial el tema de la desigualdad. Ni la
troika ni la hegemonía republicana en Estados Unidos quieren escuchar
hablar de eso. Además de reforzar la idea de que “la salida del euro no
es una idea que Syriza vaya a contemplar en ningún momento ni a utilizar
como estrategia negociadora”, Varoufakis insistía en que tampoco es la
hora de revisar ninguno de los tratados firmados con la UE, algo de lo
que también se los acusa por adelantado. La clave está en una cláusula
de la que no se habla y que consta en lo ya firmado en el Tratado de
Maastricht, cuando se creó la UE: en ella se habla de la llamada
“cooperación reforzada”, que permitiría a nueve o más Estados miembro
que se pusieran de acuerdo llevar a cabo por su cuenta la aplicación de
políticas de la UE que no serían vinculantes a los demás. Es decir: si
Grecia y España dan el ejemplo, si Portugal escucha, si en Gran Bretaña
el laborismo se abre, si los italianos toman nota del nuevo record de
desempleo batido esta misma semana, si un gran impulso político logra
perforar el hechizante y perverso pensamiento único que preconiza pestes
a cambio de pestes peores, Berlín podría llegar a quedarse sin sus
socios pobres, y se abriría el horizonte a una nueva hegemonía europea, o
al menos a una coexistencia. Pero Berlín no puede convivir: debe
ordenar.
Es esto lo que está en juego el 25 de enero. La posibilidad de un
tajo en el raso mugriento con el que Berlín y el FMI han envuelto a los
países del Sur. Aunque de un modo embrionario y como una apuesta más
todavía de fe que de puesta en acto real, se abriría una puerta y si se
abre, Berlín podría quedarse sin nadie a quien seguir chupándole la
sangre. Deben evitarlo cueste lo que cueste. El método es el de siempre:
el miedo. Vaya a saber uno de qué es capaz este poder sin nombre que
está gobernando Europa y medio mundo para preservar su propio sistema de
acumulación de riqueza: el atentado de París, cuyas víctimas directas
fueron un grupo de dibujantes que sostenían en sus sátiras posiciones a
las que tenían absoluto derecho, y cuyas víctimas indirectas son
naturalmente los musulmanes de buena fe que residen en Francia, vino a
correr muy oportunamente un gran eje de pensamiento. No hay que
descartar nada, porque los designios del dios dinero son hoy más
insondables que nunca.