La Contraarmada de Drake, la Invencible inglesa
Pedro Fernández Barbadillo
Los ingleses han sido
maestros en ensalzar lo propio y en denigrar y ocultar lo ajeno, pero los
españoles han colaborado con entusiasmo en esta tarea. Así, es un tópico entre
los historiadores españoles el afirmar que la victoria de Lepanto no
sirvió de nada y se desaprovechó; y cuántos compatriotas desconocen la batalla
de Cartagena de Indias y la figura del almirante vasco Blas
de Lezo. El bicentenario de la victoria de Bailén
sobre el ejército francés invasor pasó sin pena ni gloria; tanto la Corona como
el Ejército se olvidaron de su conmemoración.
Lo mismo ocurre con la Gran
Armada de 1588 y la Contraarmada de 1589. Como escribe el
historiador José Alcalá-Zamora y Queipo de Llano,
La versión
británica y más difundida del desembarco en Inglaterra proyectado por Felipe II
para el verano de 1588 constituye un claro ejemplo de fabulación y
mitificación, consolidada en el futuro distante por el poder imperial de Gran
Bretaña y por el alcance de su lengua.(...)
Entre las mentiras
inglesas, convertidas en verdades históricas, están el plan de Felipe II
para anexionarse Inglaterra como se había anexionado Portugal en 1580, cuando
el rey español sólo quería deponer a Isabel I y que cesasen la persecución a
los católicos, los ataques a las posesiones españolas y el apoyo a los rebeldes
holandeses; la inexistencia de un flota holandesa, que fue capital en la
batalla, y el desastre español, cuando la Gran Armada fue diezmada por los
temporales y el poderío naval filipino se restauró en los años posteriores.
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Tampoco es conocido, tanto
por la renuencia británica a hablar de ella como por el complejo de
inferioridad y la comodidad españoles, la existencia de la Contraarmada y
el desastre en que naufragó.
Una expedición de guerra como negocio
Una vez que en el verano
de 1588 la Armada española había desaparecido de las costas inglesas, en
Londres se planeó un golpe audaz: una flota mandada por Francis Drake y
John Norreys zarparía en dirección a España, destruiría los restos de la Armada
filipina que se creían en Santander y después levantaría a Portugal contra
Madrid y trataría de apoderarse de las Azores, para disponer de bases desde las
que atacar los convoyes de Indias.
La Armada inglesa se pagó
como solía hacerlo la oligarquía local, como una inversión en bolsa: la reina
Isabel aportó la cuarta parte y los holandeses un octavo; el pretendiente
portugués aportó también el dinero y las joyas de la Corona que había robado
antes de abandonar su país. En abril de 1589 zarpó la expedición, formada por
casi 150 buques, entre ellos seis galeones, y casi 25.000 hombres. - Seguir
leyendo:
http://www.libertaddigital.com/cultura/2014-05-11/pedro-fernandez-barbadillo-la-contraarmada-de-drake-la-invencible-inglesa-71525/
Antes, un consejo de
pastores puritanos había determinado que era legítimo que la reina Isabel
colaborase con el católico Antonio de Crato porque así debilitaba al gran
enemigo de la religión reformada que era Felipe II.
Drake y Norreys cambiaron
los planes y en vez de dirigirse a Santander desembarcaron en La Coruña en
mayo, donde se enzarzaron en una dura batalla con la pequeña guarnición y los
civiles, en la que se distinguió María Pita. Para hacerse una idea del
material humano que llevaban los aristócratas ingleses en sus armadas baste
saber que unas docenas de ingleses se emborracharon con barriles de vino que
encontraron en una casa. El 18 de mayo, ante las pérdidas sufridas (unos mil
hombres) y el miedo a la llegada de refuerzos españoles, la Contraarmada levó
anclas y se dirigió a Lisboa.
Un 70% de bajas
Los ingleses desembarcaron
en Peniche el 26 de mayo, pero no aparecieron los portugueses partidarios de
Crato y la guarnición de Lisboa defendió la ciudad en vez de unirse a los
invasores. Faltaban caballos, pólvora y alimentos, y además acudieron buques
españoles y portugueses y aparecieron las enfermedades.
Drake levantó el sitio a
mediados de junio y se dirigió a las Azores, donde sufrió una nueva derrota. Su
único éxito en la Península Ibérica fue el saqueo del pequeño puerto pesquero
de Vigo, donde desembarcó el 29 de junio. Los ingleses se
ensañaron con los conventos, la iglesia románica y el
hospital de peregrinos; también decapitaron a un
paisano y sustituyeron su cabeza por la de un cerdo para
tratar de frenar la resistencia. Sin embargo, los bravos gallegos causaron más
de 700 bajas a los que llamaban "luteranos".
En el Cantábrico y el
Golfo de Vizcaya, barcos españoles acosaron a los ingleses.
El 19 de julio Drake
regresó a Plymouth. Se calcula que el 70% de los embarcados murió, y,
por supuesto, el pequeño botín no cubrió los gastos. La escasa paga que
recibieron los alistados causó tumultos que las comprensivas autoridades
inglesas zanjaron ahorcando a varios de ellos.
Para muchos historiadores,
este desastre inglés sólo fue superado por el fracaso de la expedición
del almirante Vernon ante Cartagena de Indias. José Alcalá-Zamora asegura que
en 1588 y 1589 "los descalabros y falta de resultados vinieron a ser
similares por ambas partes y, en términos relativos, mayores inclusive los
ingleses".
Una guerra que se prolongó hasta 1604
En los años siguientes,
los enfrentamientos entre España e Inglaterra prosiguieron. Para 1591 la Armada
real española se había reconstruido y capturó el buque de Drake, llamado Revenge,
en las Azores. En su expedición de 1595-1596 a Canarias y el Caribe los piratas
Hawkings y Drake fracasaron y encontraron la muerte: ambos fallecieron de
enfermedad.
Sin embargo, en el verano
de 1596 una armada anglo-holandesa se apoderó de Cádiz; los defensores
españoles hundieron los buques españoles. Ese mismo año España se declaró en
quiebra, pero se recuperó enseguida. En 1601, a las órdenes de Felipe III, una expedición
desembarcó en Kinsale con el plan de sublevar a los
irlandeses contra Isabel I.
La muerte en marzo de 1603
de la reina inglesa, sin descendencia, condujo a la coronación del rey de
Escocia, Jacobo VI, hijo de María I de Estuardo, como Jacobo I de Inglaterra.
El nuevo monarca, que unía en sí las coronas de Inglaterra y Escocia, deseaba
la paz con España, al igual que un sector muy numeroso de los burgueses
londinenses.
España disponía de puertos
en la costa del Canal de La Mancha, de los que el más valioso era Dunquerque.
Además, la conversión del rey de Navarra Enrique III al catolicismo y su
ascensión al trono de Francia (como Enrique IV) habían llevado la paz a ese
país. El comercio estaba interrumpido y los únicos aliados que le quedaban a
Inglaterra en el Atlántico eran los separatistas holandeses. Por último, en
política interior la clase dirigente se enfrentaba a los irlandeses en una
guerra de conquista contra los oprimidos católicos ingleses, todavía
numerosos. Mejor una paz segura que una guerra incierta.
España, vencedora en la diplomacia
Las negociaciones fueron
rápidas y concluyeron en el Tratado de Londres, que se firmó en agosto de 1604.
Jacobo I se comprometía a que ni él ni ninguno de sus súbditos ayudaría a los
rebeldes holandeses, así como a reprimir la piratería. Se prohibía la venta de
armas, municiones y aparejos a los holandeses. Por otro lado, se abrían los
puertos ingleses a los barcos de guerra españoles, que podían entrar en ellos
sin necesidad de permiso si iban en escuadras de ocho o menos unidades; también
podían abastecerse en esos puertos y hacer reparaciones. Según Agustín
Rodríguez González, "se rozaba la colaboración naval". Por
último, Inglaterra reconocía a la infanta española Isabel Clara Eugenia como
soberana de los Países Bajos católicos.
Alcalá-Zamora sentencia de
la siguiente manera la evolución del reino inglés:
Pronto, tras
la muerte de Isabel, se integraría en la órbita española, con sueldo de Madrid
a muchos de sus funcionarios.
Amparado en el Tratado
de Londres, el Conde de Gondomar, embajador español en la corte de San
Jaime, consiguió que en 1618 se decapitase por piratería a Walter Raleigh.