Por Santiago Gamboa
Los hechos
ocurridos recientemente en la Alcaldía de Bogotá, el affaire Petro, pero
también el de Piedad Córdoba, hacen urgente un debate que no puede seguir
postergándose y que tiene que ver con el modo en que se juzga a la izquierda
democrática en Colombia, con la equidad que nuestro viejo y elitista sistema
está dispuesto a concederle a esa izquierda, que dejó muy atrás la lucha armada
y que está convencida de que el espacio para defender sus argumentos es el
hemiciclo del Congreso o la plaza pública, y sus armas más efectivas el
lenguaje y las ideas. Esa izquierda salió a la conquista de un espacio político
y lo obtuvo esgrimiendo argumentos, lecturas de la realidad y visiones del
porvenir transformadas en programas sociales. Los ciudadanos votaron por todo
eso y le dieron un lugar relevante. Pero justo ahí comenzó el problema.(...)
Vistas las
cosas desde arriba, se diría que nuestro sistema sí está dispuesto a convivir
con la izquierda, a dejarla respirar y agitar sus brazos, siempre y cuando sea
minoritaria, siempre que permanezca en un tono menor y ocupe papeles relevantes
pero secundarios. Siempre que su vuelo sea corto y vigilado y que su brazo no
alcance jamás hasta los centros neurálgicos donde está el verdadero poder. Da
la impresión de que con ella se aplica el principio de las vacunas, que
consiste en inocular un poco de la enfermedad para que el organismo aprenda a
resistirlo y evite males mayores. Pero nada más. Porque si esa izquierda
democrática llega a levantar la cabeza y sus músculos electorales se
desarrollan, entonces truena y caen rayos. Como en las películas de submarinos,
una luz roja se enciende y por los altavoces se escucha: ¡Alerta! ¡Alerta!
No dudo de
los argumentos legales que llevan a justificar todo lo ocurrido, pues basta que
alguien se ponga en ello para encontrar, buceando entre decretos e incisos, lo
que se requiere para lo que sea. Si se encontró la cuadratura del círculo legal
que permitió a los jefes paramilitares hablar en el Congreso, ¿qué no podrán
encontrar nuestros fieros e implacables leguleyos? Si se lo proponen, serían
capaces de demostrar que el Sol gira alrededor de la Tierra. Estos
experimentados sabuesos olfateadores saben muy bien qué deben hallar cuando se
trata de suprimir a una peligrosa bacteria que entró al organismo y que es
ajena a él.
Porque, en
el fondo, de eso se trata: las iniciativas de la izquierda, en Colombia, siguen
siendo percibidas como ajenas a la vida política habitual, y por eso la
sensación es que un representante de esa izquierda debe remar el triple que sus
contradictores para obtener lo mismo, y que si llega a obtenerlo necesita otro
tanto para mantenerse, pues de inmediato caen sobre él todas las sospechas.
Mucho más cuando a esto viene a sumarse el elemento oligárquico criollo, que es
una de las claves de nuestra política. Al igual que para los aborígenes de la
Amazonia —según Lévi-Strauss—, las relaciones de parentesco son fundamentales
en la supervivencia de nuestro sistema, en donde un apellido “raro” puede ser
un agravante. Por eso si la verdadera intención es llevar a término un proceso
de paz, creando un nuevo país que incluya a todos, estas sospechas deben
esclarecerse de una vez y para siempre.