Por Jon Lee Anderson

En cada uno
de estos lugares la fórmula es más o menos la misma: miles de manifestantes
toman las calles para denunciar los diversos grados de corrupción, inseguridad
y la falta de transparencia democrática —todas quejas ciudadanas justificables.
La respuesta de los líderes combativos ha sido descalificar a sus oponentes
(llamándolos “fascistas” financiados por la CIA., en el caso de Ucrania y
Venezuela, y “terroristas” en el caso de Egipto, Libia y Siria), agazaparse,
pelear y, en algunos casos, desatar el terror. Lo hacen bajo la lógica de que
estallidos de violencia, breves pero agudos, atomizarán a la oposición,
atemorizando a los manifestantes hasta un punto en que decidan rendirse y se
vayan a casa.
En Egipto
—este Egipto donde los generales “salvaron” al país de “terroristas” islamistas
al derrocar a un gobierno libremente electo— la táctica ha tenido éxito. Son
cada vez menos los egipcios que protestan abiertamente contra el nuevo
gobierno por temor a ser fichados como terroristas y terminar torturados en una
celda. En Libia la táctica falló. El uso de la violencia que hizo Gadafi para
defenderse no hizo más que expandir la rebelión en su contra —e incluso provocó
que la OTAN se involucrara en el conflicto— hasta que, eventualmente, la
insurgencia se lo tragó. En Siria, de manera similar, la decisión del régimen
de Assad de abrir fuego contra multitudes pacíficas provocó una viciosa guerra
civil que ha destruido gran parte del país, matando alrededor de ciento
cuarenta mil personas. Sin embargo, la intransigencia de Assad también le ha
funcionado a él y a su cúpula gobernante —aunque no a su país—, entendiendo que
él sigue allí, en el cargo. La moraleja de esta historia no es moral en
absoluto, sino una fría y desolada lección a aquellos que ejercen el poder y
esperan preservarlo: si usted puede resistir, pase lo que pase, podrá
sobrevivir a sus enemigos —y no necesita temer retaliaciones de parte de unos
Estados Unidos ahora vacilantes ni de la OTAN.
En Ucrania,
el presidente apoyado por los rusos, Viktor Yanukovych, cuyos francotiradores y
secuaces balearon a numerosos opositores la semana pasada en la Plaza de la
Independencia, en Kiev, sigue fugitivo tras haber huido del palacio
presidencial el pasado viernes por la noche. Las especulaciones sobre su
paradero abarcan desde un monasterio hasta una base militar ocupada por los
rusos en Crimea, incluyendo la posibilidad de que esté en su lujoso yate,
oportunamente llamado Bandido. Durante su ausencia, el Parlamento
ucraniano ha declarado su presidencia como nula y sin efecto, y ha
emitido una orden de captura en su contra bajo el cargo de asesinato masivo.
Antes de desaparecer, Yanukovych denunció un intento de golpe de Estado en su
contra y reclamó que todavía era el presidente electo. Los rusos, aunque con un
desprecio evidente por la incompetencia de Yanukovych como gobernante (y
probablemente también por su cobardía), se han hecho eco de esos sentimientos.
Putin todavía podría llevar adelante un movimiento militar como hizo con
Georgia en 2008. O, algo más probable, apoyar un movimiento secesionista desde
Crimea (Rusia tiene una base militar en Sebastopol, en el Mar Negro). También
hay algo de verdad en lo que dice Yakunovych, aunque la palabra rebelión puede
ser un término más exacto para referirse a lo que pasó en Maidan, en lugar
de golpe de Estado. Lo que generó el alzamiento fue el ánimo del
pueblo en gran parte del país contra su gobierno, la corrupción y sus lazos con
Rusia.
Durante el
año pasado, desde que tomó la conducción de Venezuela dejada por Hugo Chávez,
Nicolás Maduro ha intentado —y fallado— gobernar imitando a su carismático
predecesor. Al confrontar a sus oponentes, Maduro parece estar siguiendo las
instrucciones de un manual del autoritarismo, esto en la medida en que sepa lo
que está haciendo. Recientemente, Maduro ha intentado cortarle el oxigeno a lo
que queda de los medios de comunicación independientes en el país, al ponerle
obstáculos a los canales de televisión con demasiado librepensamiento y
dificultar la importación del papel necesario para mantener a los periódicos
circulando. También ha encarcelado a un destacado y popular líder de la
oposición, Leopoldo López. López, en respuesta al espiral de descontento
público ocasionado por la economía en picada y la creciente inseguridad,
convocó a la protesta. Y en esas manifestaciones varias personas fueron
asesinadas a tiros y, en los días siguientes, otras más han muerto y las
protestas han continuado. Ahora, a causa de esas mismas muertes, es probable
que las protestas se mantengan.
Inicialmente,
Maduro culpó a unos “fascistas” que no identificó y a Leopoldo López en
particular, tanto por las protestas como por la violencia. Dijo que ellos eran
parte de un “golpe en proceso” dirigido en su contra. Pero unas imágenes en
video demuestran que, de hecho, los disparos fueron obra de la policía
venezolana y de agentes vestidos de civil. (En Venezuela, la policía trabaja en
aparente cooperación con unos milicianos que forman parte de colectivos radicales
que operan desde los barrios de la ciudad y que han atacado a los
manifestantes). Maduro ha reconocido públicamente que algunos miembros del
servicio de inteligencia han infiltrado las protestas y despidió al director de
ese cuerpo policial en respuesta a los videos que muestran a un agente
disparándole a los manifestantes.
Maduro habla
constante e incesantemente de los Estados Unidos. En una rueda de prensa que
dio el pasado viernes en Caracas, en la que habló durante tres horas, Maduro
invitó con grandilocuencia al presidente Obama a “dialogar” cara a cara. En un
aparente intento de hermanarse con Obama, dijo que amaba “el blues” y
que a menudo se ha sentido como si hubiera sido “del Mississippi en una vida
pasada”. Sin embargo, ayer designó a Maximilien Sánchez Arveláiz, un asesor de
alto nivel, como Embajador de Venezuela en Washington. (La visa del último
embajador fue revocada por Estados Unidos en 2010, después de que el
funcionario asignado por el gobierno de Obama como embajador en Venezuela fuera
rechazado por el gobierno de Hugo Chávez. Desde entonces, no ha habido
diplomáticos de alto nivel). El nombramiento de Sánchez Arveláiz es una
jugada inteligente y un buen comienzo. Los abusos de la semana pasada han
demostrado de lo que el régimen de Maduro es capaz cuando decide quitarse los
guantes —o cuando pierde el control. (Puede acusarse de cualquier cosa a la
“Revolución Bolivariana” durante estos quince años, pero bajo la dirección de
Chávez rara vez fue violenta contra sus oponentes en el sentido tradicional de
la palabra; Chávez prefirió socavar las instituciones públicas y gobernar dando
discursos que animaran a las multitudes). Es posible que Maduro se haya
asustado con lo que vio y busque un camino de regreso desde el borde del
abismo. Ahora los diplomáticos latinoamericanos más capaces deberían hacer
agotadores esfuerzos —incluyendo a los cubanos, quienes tienen un rol clave de
asesoramiento en Venezuela. Los diplomáticos en Washington también deben
ayudar.
Como sucedió
en Ucrania, hoy Venezuela, a su manera, tambalea al filo de algo peligroso y
nuevo. Ucrania también necesita toda la atención de los diplomáticos
regionales. Ambos países están confrontando las decepciones y desilusiones de
las alguna vez vertiginosas revoluciones.
Hace poco
más de un año, mientras Hugo Chávez estaba en su lecho de muerte enfermo de
cáncer, escribí en El Poder y la
Torre que ”después de casi una generación, Chávez deja
a sus compatriotas con muchas preguntas sin respuestas y sólo una certeza: la
revolución que trató de llevar a cabo nunca sucedió. Comenzó con Chávez, y lo
más probable, es que con él termine”. No hay duda de que su revolución
terminó, y no es la única. Lo que se necesita encontrar es una salida del
desastre actual para que, poco a poco, Venezuela, Ucrania y otros países que
están en el borde puedan dar con su camino de regreso a algún tipo de
normalidad funcional. Deben convertirse en estados gobernables, con
economías que funcionen y algo que se aproxime a un orden cívico. Pero también
deben ser incluyentes y mostrar respeto por el estado de derecho. Si esto no
sucede, probablemente las consecuencias serán catastróficas. En 2001, Chávez me
dijo que si él no fuera capaz de conseguir una “verdadera revolución”, según
sus palabras, como presidente del país, “el pueblo” seguramente saldría a las
calles como él lo había hecho una vez, “con armas, a la media noche”.
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Traducción de Rodrigo Marcano
Arciniegas