1. Lee a los cada vez más peligrosamente desdeñados autores
llamados clásicos. El encuentro con las novelas y los relatos de Guy de
Maupassant, Fiodor Dostoievski, Jane Austen, Katherine Mansfield, Thomas
Mann, Juan Rulfo, Yasunari Kawabata y Marguerite Yourcenar, entre muchísimos
otros, no te convertirá en un gran escritor, pero te será de gran utilidad para
descubrir por qué las obras de esos narradores han cautivado, a lo largo de los
años, a generaciones de lectores, y todavía continúan haciéndolo. Determinar lo
que ha hecho perdurables sus textos puede resultarte más útil de lo que
imaginas, además de que quizás te ayude a entender de dónde vienes y a dónde
quieres ir. Probablemente te des cuenta de que el agua tibia ya se descubrió (y
hace mucho más tiempo del que imaginabas).(...)
2. Cada libro que caiga en tus manos puede convertirse en una
oportunidad de perfeccionar tu trabajo literario si haces de él una lectura crítica,
que te permita entender los recursos estilísticos y composicionales elegidos
por su autor. Este ejercicio funciona incluso con los libros malos, que son
inmejorables para tomar conciencia de los errores y proponerse no incurrir en
ellos. Por supuesto, no tendría sentido que leyeras siempre de ese modo, pues
entonces estarías renunciando al placer de entregarte plenamente, como un
simple y gozoso lector, a los poderes de la ficción.
3. No le tengas temor a la página en blanco, pero, por favor,
tampoco la irrespetes.
4. Cada historia pide su forma, sé humilde e intenta, antes de
sentarte a tratar de convertirla en un cuerpo verbal, descubrir lo que quiere
esa que te está dando vueltas en la cabeza.
5. Durante el proceso de escritura, cuando un personaje realmente
funciona termina por cobrar vida propia y trata de imponerte sus decisiones. No
permitas que haga su voluntad, recuerda que tú eres su creador; pero reflexiona
acerca de lo que te está pidiendo y, eso sí, permítele que diga los diálogos a
su manera. Al fin y al cabo, es tu personaje, no tu marioneta. A veces es
preferible aceptar sus exigencias y limitarse a transcribir al pie de la letra
lo que hace y, sobre todo, lo que dice.
6. La perfección en la escritura difícilmente se alcanza, pero hay
que tratar de acercarse a ella lo más posible, con paciencia, empeño y
persistencia. A menudo, a no ser que se trate de alguien con ego desmedido (lo
cual es bastante frecuente en el gremio de los escritores, sean estos
consagrados o noveles), cuando escribimos una escena tenemos la sensación de
que lo que hemos conseguido es apenas un boceto, una desvaída aproximación a lo
que pretendíamos lograr. Imaginada resultaba mucho mejor. Por suerte, nada te
impide seguir trabajando para intentar acercarte un poco más a ese ideal.
7. Enamórate de una mujer, de un hombre, de un elefante, de un
iPad o de lo que se te antoje, pero, por favor, haz lo posible y lo
imposible por tratar de no enamorarte de lo que escribas. Los enamorados suelen
ser ciegos o ignorar benévolamente los defectos y las imperfecciones del objeto
de su afecto. Eso es algo que los buenos autores no suelen permitirse. Si te
parece maravillosa cada página que terminas de escribir y sientes deseos de
darte palmaditas de felicitación en el hombro o cariñosos pellizquitos en la
mejilla cuando la lees, me temo que algo funciona mal.
8. Hazle una primera corrección a tu texto y destiérralo a la
Siberia (es decir, engavétalo) durante el mayor el mayor tiempo posible.
Mientras más te distancies de él, mejor podrás juzgar sus aciertos y percatarte
de sus errores cuando lo retomes. Pocas cosas hay tan convenientes como enfrentarte
a tu texto cuando está completamente “frío”, con distancia temporal y afectiva
de por medio, con ojos implacables, como si no lo hubieras escrito tú.
9. No quiero ser impertinente, pero… ¿realmente vale la pena que
dediques tu valioso tiempo a leer recomendaciones como estas? En tu caso, yo lo
emplearía en tratar de perfeccionar y actualizar tu conocimiento del idioma
(que es un organismo vivo, escurridizo, difícil de domeñar y siempre
cambiante), en leer Literatura con mayúscula y, sobre todo, en escribir
y corregir y reescribir y volver a corregir… Es decir, en lo que han hecho –y,
por lo general, continúan haciendo durante el resto de su vida profesional–
muchos de los escritores competentes que alguna vez se propusieron llegar a
serlo.
(Texto escrito para el libro Bestsellers 2.0, a solicitud de su autora Marlene Moleón.)