JESÚS FRANCISCO GÓMEZ
¡ME VOY PÁ MARGARITA, SE CASA MI HERMANA!
¡Y
llegó el día! Era un pandemónium antes de las 8:00 de la mañana de aquel
viernes 15 de noviembre. Mi mujer y
yo, nos tropezábamos y nos
recordábamos que cosa faltaba_ ¿La maleta está lista? ¿Dónde colocaste los
pasajes del avión y el “RV” del Renta Car? ¡Ten presente que la gente de AEROPOSTAL nos dijo que teníamos
que estar dos horas antes del vuelo y éste sale a las 12:45 y eso significa las
10:45!_. Creo que, con nuestras angustias nos desquiciamos mi pobre mujer y yo:
Crisis nerviosa causada por el stress al cumplir las normas de la línea aérea y
el dejar las cosas para última hora.(...)
Llegamos
al Arturo Michelena a las 9:00, gracias a mi hermano “Juanceto” _quien también
iba al matrimonio, acompañado de su esposa; él dejaría el carro en el
aeropuerto_ Si no, habríamos pagado 250.00Bs, tarifa solicitada por los
taxistas, ¡Especulación, de La Isabelica al aeropuerto!_ Llegamos temprano, primeros y únicos de
la cola, para confirmar el vuelo y nos encontramos la oficina de AEROPOSTAL, cerrada_.
Poco a poco, llegaban los demás
pasajeros. A las 9:30 abrieron la Oficina y luego de un tiempo, a las 10:45, uno de los empleados se
dejó escuchar en alta voz, anunciando
que el vuelo, VH204, el cual saldría a las 12:45 sufre retraso y se postergó
para las 3:45 pm y el de ésa hora, el VH205, a las 7:45 pm… Un murmullo
colectivo envuelto con algunas mentadas de madre recorrió el salón donde estábamos.
¡Comenzaba a sufrir Cristo!
Con
impotencia eché la mirada hacia el fondo detrás del mostrador y vi pintado a todo lo ancho de la pared a un Bolívar _semejante a las facciones
del difunto, sin afeitar, mestizo y malandro, acompañado de un Chávez cara é
plasta quienes nos observaban desde lo alto_. Entre tanto, el empleado seguía notificando que aún
así, los interesados, deberían confirmar pasaje; la cola hervía en
murmuraciones. ¡Teníamos que resignarnos!
Las
horas pasaban y la gente comenzó a sentarse en el suelo y a sentir hambre: No
habían sillas en el recinto principal y no nos permitían entrar a la Sala de
Espera. Los Kioscos especulaban con los precios de alimentos, bebidas y chucherías:
“Todos, sin distinción de sexo y edad fuimos humillados”.
Mientras,
algunas veces sentados y otras caminando, mi vista se paseaba por las paredes
del recinto. ¡El colmo del narcisismo! Cada dos metros estaba tapizado con el rostro de Chávez. Salí al jardín del
edificio para limpiar la mirada de tanta basura. Desde allí, a lo lejos, se podía
ver el cerro de San Blas y cerca, la vía de entrada y salida, en la que de vez
en cuando, pasaban las camioneticas que van a La Isabelica, y se me prendió el
bombillo: ¿Por qué no ir a almorzar a la Espiga de Oro y volver? Eran las 2:00 y
aún faltaba casi dos horas y mi estómago gruñía. Se lo comuniqué a mi hermano,
lo convencí, tomamos a nuestras mujeres y nos fuimos a La Isabelica.
Luego
del almuerzo, como a las 3:00 de la tarde nos arrearon a la Sala de Espera. La
gente con el hambre y el cansancio reflejado en el rostro no dejaban de sonreír
y bromear_ AEROPOSTIN ya está por llegar, se acerca la hora_. Me sentía
sometido, los demás acostumbrados ¡Peligroso! Pasó la hora señalada y nada. Ni
un murmullo se escuchó. El llanto de algún niño rompía el silencio. El calor agobiante,
el aire acondicionado no era suficiente para tanta gente. Como a las 4:00
repartieron un duro y frío sándwich más refrescos, los cuales no demoraron en
devorar. Yo me uní al festín, por si acaso me agarraba la cena fuera de base.
Cerca
de mí, a dos asientos de donde me encontraba, una linda niña morena de unos
veinte añitos hablaba, quizás con
algún pariente. Preciosa la muchacha, envuelta en una tela naranja que dejaba ver
su hermosa silueta de diosa: Unas bien torneadas piernas que salían de unas
caderas esculpidas desde una cinturita sin igual bajo unos hermosos bustos, un
fresco cuello sosteniendo su cabecita, de la que se desprendía una azabache
cabellera adornada con una discreta flor. Su carita con sus ojos achinados,
nariz aguileña y una boquita tentadora, como las de esas llaneritas de Barinas. Igual a la de mi
primera esposa. Ella, de vez en cuando me sonreía y a mi edad, algo por dentro
me estremecía. Por momentos, quería quitarme veinte años para lograr un “40 y
20”. Logramos conversar, al rato preguntó _ ¿estas dispuesto a protestar pacíficamente
para hacernos respetar?_ Lo que usted diga, le respondí de inmediato. En eso,
se le cayó la cédula de identidad al recogérsela pude leer “María Virginia Chávez”
(sin segundo apellido), se la entregué, agradeciéndome me dijo _Soy margariteña
y disidente a mi padre_. ¡Quede boquiabierto! Luego, de unos segundos, me
preguntó _ ¿Protestamos?_, Le respondí de inmediato, _ ¡Protestamos!_. Ya eran
las 5:00 de la tarde.
CONTINUARÁ……