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07 diciembre, 2013

LA ISABELICA EN UNA CAMIONETICA


JESÚS FRANCISCO GÓMEZ
                                 
¡ME VOY PÁ MARGARITA, SE CASA MI HERMANA!

¡Y llegó el día! Era un pandemónium antes de las 8:00 de la mañana de aquel viernes 15 de noviembre. Mi mujer y  yo,  nos tropezábamos y nos recordábamos que cosa faltaba_ ¿La maleta está lista? ¿Dónde colocaste los pasajes del avión y el “RV” del Renta Car?  ¡Ten presente que la gente de AEROPOSTAL nos dijo que teníamos que estar dos horas antes del vuelo y éste sale a las 12:45 y eso significa las 10:45!_. Creo que, con nuestras angustias nos desquiciamos mi pobre mujer y yo: Crisis nerviosa causada por el stress al cumplir las normas de la línea aérea y el dejar las cosas para última hora.(...)


Llegamos al Arturo Michelena a las 9:00, gracias a mi hermano “Juanceto” _quien también iba al matrimonio, acompañado de su esposa; él dejaría el carro en el aeropuerto_ Si no, habríamos pagado 250.00Bs, tarifa solicitada por los taxistas, ¡Especulación, de La Isabelica al aeropuerto!_  Llegamos temprano, primeros y únicos de la cola, para confirmar el vuelo y nos encontramos la oficina de AEROPOSTAL, cerrada_. Poco a poco,  llegaban los demás pasajeros. A las 9:30 abrieron la Oficina  y luego de un tiempo, a las 10:45, uno de los empleados se dejó  escuchar en alta voz, anunciando que el vuelo, VH204, el cual saldría a las 12:45 sufre retraso y se postergó para las 3:45 pm y el de ésa hora, el VH205, a las 7:45 pm… Un murmullo colectivo envuelto con algunas mentadas de madre recorrió el salón donde estábamos. ¡Comenzaba a sufrir Cristo!

Con impotencia eché la mirada hacia el fondo detrás del mostrador y vi  pintado a todo lo ancho de la pared  a un Bolívar _semejante a las facciones del difunto, sin afeitar, mestizo y malandro, acompañado de un Chávez cara é plasta quienes nos observaban desde lo alto_. Entre tanto,  el empleado seguía notificando que aún así, los interesados, deberían confirmar pasaje; la cola hervía en murmuraciones. ¡Teníamos que resignarnos!

Las horas pasaban y la gente comenzó a sentarse en el suelo y a sentir hambre: No habían sillas en el recinto principal y no nos permitían entrar a la Sala de Espera. Los Kioscos especulaban con los precios de alimentos, bebidas y chucherías: “Todos, sin distinción de sexo y edad fuimos humillados”.

Mientras, algunas veces sentados y otras caminando, mi vista se paseaba por las paredes del recinto. ¡El colmo del narcisismo! Cada dos metros estaba tapizado con  el rostro de Chávez. Salí al jardín del edificio para limpiar la mirada de tanta basura. Desde allí, a lo lejos, se podía ver el cerro de San Blas y cerca, la vía de entrada y salida, en la que de vez en cuando, pasaban las camioneticas que van a La Isabelica, y se me prendió el bombillo: ¿Por qué no ir a almorzar a la Espiga de Oro y volver? Eran las 2:00 y aún faltaba casi dos horas y mi estómago gruñía. Se lo comuniqué a mi hermano, lo convencí, tomamos a nuestras mujeres y nos fuimos a La Isabelica.

Luego del almuerzo, como a las 3:00 de la tarde nos arrearon a la Sala de Espera. La gente con el hambre y el cansancio reflejado en el rostro no dejaban de sonreír y bromear_ AEROPOSTIN ya está por llegar, se acerca la hora_. Me sentía sometido, los demás acostumbrados ¡Peligroso! Pasó la hora señalada y nada. Ni un murmullo se escuchó. El llanto de algún niño rompía el silencio. El calor agobiante, el aire acondicionado no era suficiente para tanta gente. Como a las 4:00 repartieron un duro y frío sándwich más refrescos, los cuales no demoraron en devorar. Yo me uní al festín, por si acaso me agarraba la cena fuera de base.

Cerca de mí, a dos asientos de donde me encontraba, una linda niña morena de unos veinte añitos  hablaba, quizás con algún pariente. Preciosa la muchacha, envuelta en una tela naranja que dejaba ver su hermosa silueta de diosa: Unas bien torneadas piernas que salían de unas caderas esculpidas desde una cinturita sin igual bajo unos hermosos bustos, un fresco cuello sosteniendo su cabecita, de la que se desprendía una azabache cabellera adornada con una discreta flor. Su carita con sus ojos achinados, nariz aguileña y una boquita tentadora,  como las de esas llaneritas de Barinas. Igual a la de mi primera esposa. Ella, de vez en cuando me sonreía y a mi edad, algo por dentro me estremecía. Por momentos, quería quitarme veinte años para lograr un “40 y 20”. Logramos conversar, al rato preguntó _ ¿estas dispuesto a protestar pacíficamente para hacernos respetar?_ Lo que usted diga, le respondí de inmediato. En eso, se le cayó la cédula de identidad al recogérsela pude leer “María Virginia Chávez” (sin segundo apellido), se la entregué, agradeciéndome me dijo _Soy margariteña y disidente a mi padre_. ¡Quede boquiabierto! Luego, de unos segundos, me preguntó _ ¿Protestamos?_, Le respondí de inmediato, _ ¡Protestamos!_. Ya eran las 5:00 de la tarde.
CONTINUARÁ……