Si una palabra define hoy al país esa es
desesperanza. La inmensa mayoría de la sociedad se siente abrumada por los
problemas que agobian a los venezolanos comunes y corrientes: el hampa
desbordada sigue imponiendo su ley (setenta y tres homicidio por cada cien mil
habitantes es un cifra escandalosa y el aumento de los secuestros, también), la
realidad carcelaria es cada vez más escalofriante, el poder judicial, en su
conjunto, está absolutamente partidizado, los servicios públicos empeoran todos
los días (acceder a una buena atención medica es complicado y caro y de la
calidad del servicio de energía eléctrica y de agua potable, ni hablar), la corrupción campea a todos los
niveles de la administración pública y paremos de contar. Pero, probablemente,
el peor problema que padece la nación es el tipo de liderazgo político que
tiene. Son los líderes y las instituciones los que le dan calidad a la
democracia. En Venezuela pues, los que detentan el poder y los que se les
oponen, en general pero con sus excepciones, están caracterizados por una
enorme ignorancia que se expresa en la carencia casi total de ideas nuevas. Y
si de las instituciones se trata, es cada vez más evidente que nuestra
institucionalidad esta por el piso. Este cuadro es el que explica la enorme
desesperanza que hoy se percibe a lo largo y ancho de la nación venezolana. Sin
embargo, y esa es la buena
noticia, se empieza a notar, (lo revelan algunas encuestas) en la ciudadanía
una búsqueda de nuevas propuestas y nuevos líderes; un ejemplo de esto que
decimos, es que, tanto en
sectores oficialistas como en grupos vinculados a la oposición, se produjeron
rebeliones que hicieron posibles más de ciento veinte (120) candidaturas a
diferentes alcaldías y varios centenares más a escaños en los concejos
municipales. Parece que se abre una nueva esperanza, que no solo se expresa,
que quede claro, en el ámbito electoral, también se percibe en la lucha
sindical y gremial, en las reivindicaciones de los habitantes de los sectores populares,
en la pelea diaria por el derecho a la vivienda, en la lucha contra la
corrupción y en otras esferas. Al país le hace falta recuperar la esperanza,
eso haría posible construir una nueva y poderosa fuerza política que se plantee
derrotar la polarización, ese mal que le ha hecho tanto daño a la nación, y,
sobre todo, que sea capaz de hablarles a los venezolanos con la verdad por
delante. Es la hora de los patriotas verdaderos.