Ojos llorosos, sonrisas del recurso y una experiencia repetida o
un nuevo sentimiento de que parte de la familia se va muy lejos. Sensaciones
para un ‘hasta luego de diez meses’, el que hoy han dado los niños saharauis
que han pasado este verano sus ‘Vacaciones en Paz’ en Ciudad Real. Dos meses,
alejados del infierno que supone el desierto en verano, con temperaturas que
alcanzan los 55 grados, y en los que aprovechan algunos para engordar,
otros para pegar el estirón y otros para recuperarse de las heridas que
deja el vivir rodeado de arena y sol en tiendas de lona.(...)sigue
Larussi es uno de estos niños que por primera vez ha sentido la
experiencia de meter sus pies en una piscina. Ángel Turrillo ha sido su ‘papa’,
como él lo ha terminado llamando, durante julio y agosto, entre carreras,
juegos en la piscina,… Tanto uno como otro son primerizos en este modelo de
convivencia Sahara-España que suponen las Vacaciones en Paz. “Lo traje por la
experiencia”, afirma Ángel cuando se le pregunta las razones que lo llevaron a
acogerlo. Una experiencia compartida por Larussi, que entre juegos en
el campo, aprender a montar en bicicleta o baños en la piscina con manguitos, jamás se había
metido en el agua a nadar, se le ha pasado el periodo de calor en un segundo.
Ángel indica que si puede repetirá el próximo año, “se les coge
mucho cariño”, comenta, mientras mira como Larussi se sienta en el autobús, a
la espera de poder hablar con él por teléfono o de volverlo a ver sentado ahí
dentro de diez meses, en julio del año que viene cuando repita experiencia.
“Este ya lleva tres años y anteriormente ya habíamos tenido
otro”, comenta Crescencia Pérez, mientras, su marido va asintiendo. “Nosotros
tenemos dos hijos mayores y están encantados con él, lo recomiendo”, explica,
mientras recuerda que no es sólo el calor sino que aquí pueden recibir
tratamientos médicos. Él se llama Salama, y es el segundo niño saharaui que
viene a esta familia de Villarrubia de los Ojos. Con el anterior se perdió
el contacto fruto de números de teléfono perdidos y la imposibilidad de tener
acceso a ellos en los campamentos del desierto. A pesar de esta falta de
contacto, se les quiere “como a un hijo”, y en estos meses de separación se
piensa en ellos a la hora de comer, “si tendrán lo suficientemente”,
mientras parece que un integrante de la familia está en “un campamento de
muchos días”.
De esa experiencia, de los juegos, de la alegría, los abrazos y
las palabras en un español mucha veces hablado como ‘indios’, queda hoy el
sabor amargo de la despedida. “Este último día se pasa mal”, comenta una de las
familias, mientras va dejando la bolsa en el maletero del autobús. Una mochila,
plastificada, con la foto de su dueño, su nombre y el nombre de la familia con
la que ha pasado este tiempo. “En ella llevan ropa nuevas, zapatillas nuevas,
cuadernos, bolígrafos,…”, un pequeño avituallamiento y ayuda para pasar este
tiempo en el desierto.
“Llegó echa un palo y aquí está tras su estirón”, comentaba una
madre a otra mientras esperaban la salida del autobús, pensando en cómo la verá
la familia real de la niña, cuando llegue al Sahara. Su llegada está prevista
para esta noche, tras un viaje en bus a Alicante y coger el avión a Tindouf,
en Argelia, donde se encuentran los campamentos en los que vive este pueblo sin
tierra.
“El verano ha ido bien este programa lleva en marcha muchos años
en Ciudad Real”, explica Felipe Jiménez de la asociación Madraza (escuela en
árabe), que gestiona las familias de acogida en Ciudad Real capital. Este año
han venido 21 niños a la ciudad, más que el pasado año, aunque el balance de
las crisis es negativo con menos familias de acogida tanto en la provincia como
en la región, comenta el encargado de la organización. Ellos gestionan más allá
de eso están las historias de cada menor, que se queda en la familia de
acogida, con vidas que van desde padres que viven en España a menores cuyos
hermanos han desaparecido, o familias repartidas en varios campamentos y si
verse, historias íntimas que se quedan en estos dos meses guardados.
Ahora, tras salir el autobús y finalizar, la experiencia queda
en la mente muchas respuestas que dar a las familias ciudadrealeñas, ante la
duda que tienen que responder en varias ocasiones. ¿Merece la pena que vengan
por dos meses? Cuestión que todo el mundo hace a quien tiene un niño en acogida
en verano. “Merece la pena ir a Punta Cana un mes, claro que merece la pena”,
responde Jiménez, porque esto no se trata sólo de acoger o de sacar del Sahara
a los menores, sino de ver la “cara de contentos” con la que ocupan su asientos
y de la mochila llena de “regalos y experiencias” que se llevan al
desierto, porque hay que recordar que el sol y la arena es su territorio y
aunque se pueda “pensar” que aquí estén mejor “aquello es su casa”.