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02 septiembre, 2013

En España: Se despiden los niños saharauis...


Ojos llorosos, sonrisas del recurso y una experiencia repetida o un nuevo sentimiento de que parte de la familia se va muy lejos. Sensaciones para un ‘hasta luego de diez meses’, el que hoy han dado los niños saharauis que han pasado este verano sus ‘Vacaciones en Paz’ en Ciudad Real. Dos meses, alejados del infierno que supone el desierto en verano, con temperaturas que alcanzan los 55 grados, y en los que aprovechan algunos para engordar, otros para pegar el estirón y otros para recuperarse de  las heridas que deja el vivir rodeado de arena y sol en tiendas de lona.(...)sigue


Larussi es uno de estos niños que por primera vez ha sentido la experiencia de meter sus pies en una piscina. Ángel Turrillo ha sido su ‘papa’, como él lo ha terminado llamando, durante julio y agosto, entre carreras, juegos en la piscina,… Tanto uno como otro son primerizos en este modelo de convivencia Sahara-España que suponen las Vacaciones en Paz. “Lo traje por la experiencia”, afirma Ángel cuando se le pregunta las razones que lo llevaron a acogerlo. Una experiencia compartida por Larussi, que entre juegos en el campo, aprender a montar en bicicleta o baños en la piscina con manguitos, jamás se había metido en el agua a nadar, se le ha pasado el periodo de calor en un segundo.
Ángel indica que si puede repetirá el próximo año, “se les coge mucho cariño”, comenta, mientras mira como Larussi se sienta en el autobús, a la espera de poder hablar con él por teléfono o de volverlo a ver sentado ahí dentro de diez meses, en julio del año que viene cuando repita experiencia.
“Este ya lleva tres años y anteriormente ya habíamos tenido otro”, comenta Crescencia Pérez, mientras, su marido va asintiendo. “Nosotros tenemos dos hijos mayores y están encantados con él, lo recomiendo”, explica, mientras recuerda que no es sólo el calor sino que aquí pueden recibir tratamientos médicos. Él se llama Salama, y es el segundo niño saharaui que viene a esta familia de Villarrubia de los Ojos. Con el anterior se perdió el contacto fruto de números de teléfono perdidos y la imposibilidad de tener acceso a ellos en los campamentos del desierto. A pesar de esta falta de contacto, se les quiere “como a un hijo”, y en estos meses de separación se piensa en ellos a la hora de comer, “si tendrán lo suficientemente”, mientras parece que un integrante de la familia está en “un campamento de muchos días”.
De esa experiencia, de los juegos, de la alegría, los abrazos y las palabras en un español mucha veces hablado como ‘indios’, queda hoy el sabor amargo de la despedida. “Este último día se pasa mal”, comenta una de las familias, mientras va dejando la bolsa en el maletero del autobús. Una mochila, plastificada, con la foto de su dueño, su nombre y el nombre de la familia con la que ha pasado este tiempo. “En ella llevan ropa nuevas, zapatillas nuevas, cuadernos, bolígrafos,…”, un pequeño avituallamiento y ayuda para pasar este tiempo en el desierto. 
“Llegó echa un palo y aquí está tras su estirón”, comentaba una madre a otra mientras esperaban la salida del autobús, pensando en cómo la verá la familia real de la niña, cuando llegue al Sahara. Su llegada está prevista para esta noche, tras un viaje en bus a Alicante y coger el avión a Tindouf, en Argelia, donde se encuentran los campamentos en los que vive este pueblo sin tierra.
“El verano ha ido bien este programa lleva en marcha muchos años en Ciudad Real”, explica Felipe Jiménez de la asociación Madraza (escuela en árabe), que gestiona las familias de acogida en Ciudad Real capital. Este año han venido 21 niños a la ciudad, más que el pasado año, aunque el balance de las crisis es negativo con menos familias de acogida tanto en la provincia como en la región, comenta el encargado de la organización. Ellos gestionan más allá de eso están las historias de cada menor, que se queda en la familia de acogida, con vidas que van desde padres que viven en España a menores cuyos hermanos han desaparecido, o familias repartidas en varios campamentos y si verse, historias íntimas que se quedan en estos dos meses guardados.
Ahora, tras salir el autobús y finalizar, la experiencia queda en la mente muchas respuestas que dar a las familias ciudadrealeñas, ante la duda que tienen que responder en varias ocasiones. ¿Merece la pena que vengan por dos meses? Cuestión que todo el mundo hace a quien tiene un niño en acogida en verano. “Merece la pena ir a Punta Cana un mes, claro que merece la pena”, responde Jiménez, porque esto no se trata sólo de acoger o de sacar del Sahara a los menores, sino de ver la “cara de contentos” con la que ocupan su asientos y de la mochila llena de “regalos y experiencias” que se llevan al desierto, porque hay que recordar que el sol y la arena es su territorio y aunque se pueda “pensar” que aquí estén mejor “aquello es su casa”.