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Se estima que en torno a 21 minutos es el tiempo máximo que se mantiene intacta la capacidad de atención (Reloj de la Torre de La Seo en Zaragoza, imagen: “Wikipedia“). |
Autor: Eduard Punset
El título de esta conferencia que estoy dando este finde en El Ser Creativo
es absolutamente verdad. Por lo menos hasta que no se demuestre lo contrario.
Son seis resoluciones. Un poquito más de la mitad de los diez mandamientos que,
según los creyentes, iban a transformar el mundo.
La primera me la descubrió un amigo primatólogo, Jordi
Sabater Pi, en Barcelona, un día en que me recordaba sus juegos
malabares para traer al primer gorila albino al zoo de la ciudad, Copito
de Nieve. “No somos muy distintos de los chimpancés” – me dijo-
“Nos abrigamos algo mejor que ellos de la lluvia y fabrican utensilios peores
que nosotros, pero somos muy parecidos”.
Apenas diez años después un gran neurólogo norteamericano me
dijo absolutamente lo contrario: “los humanos somos totalmente distintos del
resto de los animales”. ¿Por qué me dices esto? –le pregunté yo-. “Porque
aprendemos todo gracias a las redes sociales”- fue su respuesta. Era
el primer gran mandamiento de la época moderna.
El segundo me lo descubrió John Bargh
el gran psicólogo que, sin que él lo supiera, hizo llorar a la dama de 70 años
que, en plena calle madrileña, me paró para agradecernos a los dos que le
hubiéramos devuelto la confianza en la intuición, que se la
habían machacado toda la vida a favor de la razón.
El tercer y cuarto mandamiento fue el poder sorprendente,
inenarrable y desconocido de la experiencia individual:
podía con todo. ¡Ríete tú de los genes! –me dijo-. “Estamos programados,
pero para ser únicos” –me repitió dos veces-
El quinto mandamiento. Lo he descubierto hace muy poco viajando
por el mundo: está lleno de biólogos cuánticos. ¿Saben lo que es esto?
Sencillamente son biólogos que, además, decidieron estudiar todo lo que se
sabía sobre ordenadores porque los necesitaban tanto o más que la biología para
saber lo que pasaba por el mundo.
Por ello, todos nos hemos acordado de la famosa frase de Marx
cuando al criticar a los que se especializaban excesiva y solamente en lo suyo,
les echó en cara “sabéis cada vez más de menos hasta que lo sabéis todo de
nada”. Desde entonces todos los jóvenes saben que hay que adentrarse en
diferentes universos, aprender varios idiomas y dominar varias asignaturas.
Por último, hemos descubierto que las viejas competencias
típicas de la sociedad que fue el fruto de la revolución industrial no sirven,
necesariamente, para conseguir trabajo o aumentar la productividad en la nueva
economía basada en el conocimiento. Básicamente, las antiguas competencias
estaban demasiado jerarquizadas y en las nuevas no se concedía el valor
necesario a la creatividad.
Los sistemas educativos del futuro conceden a los mecanismos
para fomentar la creatividad un valor insospechado, desarrollando el aprendizaje social y emocional; además
de afianzar las nuevas competencias como saber, por fin, conciliar
entretenimiento y conocimiento, profundizar en el talento y controlarlo,
fomentar la colaboración en lugar de la competitividad, dominar
las técnicas de concentración de la atención y familiarizarse con el mundo
digital.