Por Patricia Ramírez
La mayoría de los padres consideran que educar es una
tarea difícil
El comportamiento de los hijos exige perseverancia y
unas técnicas básicas de disciplina
Carloooos! Que te he dicho que te duches, te
sientes a la mesa y recojas tu cuarto… ¡YA! No entiendo por qué no me haces
caso a la primera, siempre tengo que gritarte y ni por esas, me tienes
hartísima. Cuando venga tu padre, se lo digo. Me desesperas. Si es que no puedo
contigo, un día de estos te voy a dar un bofetón”.
Después de esta escena, algunas madres dan un
portazo, incluso lloran de desesperación. No entienden que su hijo no haga lo
que se le pide a la primera. La explicación que dan es que el niño es
desobediente, malo, y que no hay nada que hacer por conseguir paz en casa.
Terminan por juzgarse como malas madres e ineficaces en la educación de sus
hijos. En la escena podemos encadenar varios errores para que Carlos no
obedezca: dar voces, órdenes contradictorias, comunicarle que ha perdido la
batalla (“puedes conmigo, me desesperas”) y amenazarle con hablar con su padre
demostrando que su autoridad es nula.
“El propósito de la educación es
lograr que los niños quieran hacer lo que deben hacer” (Howard
Gardner)
La mayoría de padres ve la
tarea de educar como algo difícil. Pero si anticipa todo lo que puede fallar,
que su hijo no estudiará, se relacionará con amigos que resten, no comerá… esto
le desesperará y caerá en la profecía autocumplida. (...)
Lo más importante en la
educación es establecer unas reglas que no se salte ni usted. Trabaje para que
se cumplan desde edad temprana. A partir de los seis meses los niños entienden
muchas cosas; no se expresan, pero empiezan a diferenciar entre “esto sí se
puede y esto no”. No trate de educar a un joven de 15 años al que lleva
consintiendo todo este tiempo, será tarde. Cuanto antes sepan sus hijos que hay
normas, que los premios van asociados al cumplimiento de responsabilidades, que
todos tienen que colaborar, antes conseguirá tener hijos educados, responsables
y con autonomía.
La mejor prevención en
educación es la intervención temprana. Muchos padres se quejan de que los niños
no vienen con un manual bajo el brazo, pero si siguen estas reglas básicas,
seguramente le allanarán el camino que supone educar.
Primero. Volumen y
tono conversacionales. Conseguir que le hagan caso no es cuestión de hablar alto.
El poder está más en lo que se dice, en las consecuencias que conllevará no
hacerlo a la primera, en la coherencia y en ser muy disciplinado con las
rutinas. Si quiere que sus hijos le respeten, empiece por respetarles a ellos.
Nadie quiere obedecer a alguien que no se muestra seguro y relajado.
Segundo. No dé
órdenes contradictorias. Si le dice a su hijo que se duche, que recoja su
cuarto y que se siente a la mesa, sin indicarle el orden, igual lo bloquea.
Dígale lo primero que tiene que hacer, y cuando haya finalizado, lo segundo. Si
su hijo tiene edad para memorizar varias órdenes, enuméreselas, dígale cuál es
su prioridad. No espere que él la sepa, porque tiene las sus propias.
Tercero. Imaginación.
Haga un concurso por semana para que jueguen “a hacer lo que deben”; puede ser
sobre cualquier comportamiento a corregir. Los domingos lo puede anunciar: “A
partir de mañana, se celebra el fantástico concurso de ‘Quién tiene la
dentadura de caballo más limpia’. Las bases son estas: limpiarse los dientes
tres veces al día y pasar revista. Las puntuaciones de papá y mías se sumarán,
y el viernes anunciaremos ganador”. Si quiere que los niños se lo tomen en
serio, haga lo mismo. Y tenga paciencia, hasta que se convierta en rutina
necesita tiempo. El juego genera un ambiente relajado en el que apetece más
aprender y obedecer.
Cuarto. No quiera
modificar en su hijo todo lo que le molesta de una vez. Si se pasa el día
diciéndole lo que hace mal, terminará por cargarse su autoestima. Elija una
conducta a modificar y céntrese en ella siguiendo las pautas de este artículo.
Cuando lo consiga, siga con otra.
Quinto. Cuando
corrija o muestre su enfado con ellos, no los ningunee, ni ridiculice, ni haga
juicios de valor. Si lo hace, terminarán por comportarse conforme a las
expectativas que se han puesto en ellos y les afectará a la autoestima. Es
mejor decir: “No me gusta ver tu cuarto desordenado; por favor, guarda los
juguetes en las cajas”, a decirles: “Eres un cochino, qué asco de dormitorio”.
No consiga que se cumpla la profecía autocumplida. Si les transmite que no
confía en ellos y que no espera nada, puede que se cumpla.
Sexto. Sea
constante. Aquello muy importante, basta con que lo argumente una vez, no
busque más razonamientos porque su hijo no los necesita. Simplemente busca
ganar tiempo para no hacer lo que debe. Dígale: “Esto no es negociable; cuanto
antes empieces, antes podrás disfrutar de lo que más te gusta”. Negocie lo que
sea negociable y no siente precedente con lo que no lo es.
“Educad a los niños, y no tendréis
que castigar a los hombres” (Pitágoras)
Séptimo. Paciencia y
calma. Las personas que transmiten con paciencia son más creíbles y generan un
ambiente cálido y relajado. Cuando introduce cambios en la manera de educar, al
principio los niños reaccionan con incertidumbre: “¿Qué significa que mi
madre/padre ahora están calmados y no me gritan?”. Deles tiempo, necesitan
acostumbrarse a esta nueva forma de comunicarse.
Octavo. No se
contradiga con su pareja. Los niños tienen que saber que la filosofía y la
escala de valores parten de los dos. Si no, estarán chantajeando a uno y a
otro, fomentando el engaño para conseguir lo que quieren. Terminará por tener
muchas discusiones con su pareja por eso. No se descalifiquen, ni ridiculicen,
ni contradigan delante de ellos. Todo aquello en lo que no estén de acuerdo,
háblenlo en la intimidad y negocien.
Noveno. Nunca
levante los castigos. Es preferible aplazarlo, pero que sea efectivo y lo
cumpla, que imponer uno muy duro fruto de la ira y que luego deshará
convirtiéndose en alguien a quien se puede chantajear. Dígale: “Esto merece un
castigo, ya te diré qué va a pasar”.
Décimo. Mejor que
el castigo, el refuerzo. Significa prestar atención a lo que hace bien,
cualquier cambio, y decírselo. Si continuamente centra la atención en lo que
hace mal y le corrige y se enfada, su hijo aprenderá que esta es la manera de
llamar su atención. Todo lo que se refuerza, se repite. Al niño le gusta que
sus padres estén orgullosos de él, pero tiene que decirle de qué se siente
usted orgulloso, porque él no lo va a adivinar.
Recuerde lo más fundamental:
hasta la adolescencia, no hay figuras más importantes que los padres. Si trata
de educar en una dirección, pero se comporta en otra, será inútil. Los hijos
copian, son esponjas. Educar con acciones tiene mucho más impacto que con
palabras.