Medio siglo después del Concilio Vaticano
II, el movimiento progresista resiste
“La liberación es un ideal, no de los
vencedores, sino de los vencidos, un
movimiento de resistencia al exilio" Alejandro Rebossio
(Tomado de ADITAL)
El recordatorio de los 50 años del Concilio
Vaticano II también es momento de reflexión
en Latinoamérica, donde más fieles tiene la
Iglesia católica, pero donde también avanzan
otras confesiones cristianas, creencias
posmodernas y el agnosticismo. Así como el
concilio iniciado por Juan XXIII supuso en
Europa el inicio del diálogo del catolicismo con
el "mundo moderno”, en América Latina
significó el comienzo del diálogo con el "mundo
de los pobres”, según Pedro Ribeiro de
Oliveira, sociólogo y profesor en la maestría en
Ciencias de la Religión de la Universidad
Católica de Minas Gerais (Brasil). "Pero en estos
50 años esa opción ha ido perdiendo fuerza.
Los miembros de la Iglesia no se sienten más
comprometidos y la jerarquía tiene más
preocupación por sumar fieles que por el diálogo
con los pobres”, advierte Ribeiro.
Al finalizar el Concilio Vaticano
II (1962-1965), los obispos latinoamericanos manifestaron
esa opción por los pobres en la Conferencia
General del Episcopado regional en Medellín
en 1968. A partir de entonces cobraron
mucha fuerza la teología de la liberación, las
comunidades eclesiales de base (CEB),
formadas por laicos, la lectura popular de la Biblia,
el compromiso cristiano contra las
estructuras sociales consideradas injustas, los religiosos
defensores de los pobres y los numerosos
mártires de las dictaduras militares y de
poderosos intereses económicos, aunque
ninguno de ellos ha sido hasta ahora canonizado
por Roma.
Con el papado de Juan Pablo II (1978-2005),
con Joseph Ratzinger (actual Benedicto XVI)
a cargo de la Congregación de la Doctrina
de la Fe (ex Tribunal de la Santa Inquisición),
comenzó un "franco proceso de
involución eclesial, de invierno en la Iglesia, de noche
oscura”, opina el teólogo y profesor de la
Universidad Católica de Curitiba (Brasil) Agenor
Brighenti.
Fueron los tiempos en que Ratzinger tachó
de marxista a parte de la teología de la
liberación, que dejó de enseñarse a los
seminaristas, y en los que los obispos vertieron
sospechas y críticas hacia las CEB por su
supuesta politización, recuerda Pablo Richard,
sacerdote y teólogo chileno que da clases
en la Universidad Nacional de Costa Rica. Pero
la minoría católica que aún mantiene viva
esa fe referida a los pueblos crucificados...
y a
la Iglesia construida desde la base no se
mortifica por su situación actual. "La liberación
es un ideal, no de los vencedores, sino de
los vencidos, un movimiento de resistencia al
exilio”, comenta Brighenti.
Este movimiento renovador de la Iglesia
latinoamericana tampoco fue en su momento
algo mayoritario. "Hay que desmitificar
la imagen que en muchos lugares se ha tenido
de la Iglesia latinoamericana de los años
setenta y ochenta”, advierte el jesuita español
Víctor Codina, profesor emérito de la
Universidad Católica Boliviana de Cochabamba. "Ni
las comunidades de base florecieron en
todas las diócesis, ni todos los obispos fueron
como Hélder Cámara, [Óscar] Romero,
[Enrique] Angelelli o [Pere] Casaldáliga, ni la
teología de la liberación se enseñaba en
todos los seminarios y facultades de Teología.
Este movimiento liberador fue
significativo, pero minoritario”, expone Codina.
Pese a todo, el teólogo jesuita considera
que la Iglesia latinoamericana avanza "entre
luces y sombras”. Por ejemplo, en la
reunión regional de obispos de Aparecida (Brasil) en
2007, los prelados abogaron por la opción
por los pobres, la renovación litúrgica, bíblica
y pastoral, pero Codina también detecta
"intentos de volver a una Iglesia anterior al
Vaticano II, cierto debilitamiento de la
vida cristiana, falta de clero, pérdida del sentido de
trascendencia y abandono de la Iglesia para
adherirse a otras confesiones religiosas”. El
sacerdote español argumenta que estos
movimientos contradictorios no son ajenos a los
cambios sociales, políticos y económicos
que están viviendo Latinoamérica y el mundo en
general.
Ribeiro, Brighenti y Codina destacan que la
corriente "liberadora” de la Iglesia
latinoamericana sigue vigente y como prueba
de ello citan el reciente congreso continental
de teología, en Brasil, con la presencia de
muchas mujeres, jóvenes y 30 obispos. "La
Iglesia liberadora de América Latina está
viva, pero es brasa bajo cenizas”, opina
Brighenti.
"Nuestra opción no es solo por la
supervivencia de la Iglesia, sino por la de los pobres que
necesitan de la Iglesia para sobrevivir”,
propuso Richard. "No nos interesa una Iglesia que
necesita del poder y del dinero para
sobrevivir”, concluyó el sacerdote, que se exilió de
Chile tras el golpe militar de Augusto
Pinochet en 1973.