La primera persona que recibió el Premio Nobel de la Paz
“Después del verbo amar, el verbo ayudar es el más
hermoso del mundo”
(República
Checa, 1843 – 1924) Nacida en el seno de la aristocracia austriaca, desde muy
joven se opuso con audacia al horror de la guerra. En uno de los países más
militarizados de Europa, ella no paró de reivindicar de forma incansable “abajo
las armas”. Así lo reconoció el comité que le otorgó el Premio Nobel de la Paz
en 1905, que destacó la gran influencia que la baronesa Von Suttner había
tenido en el crecimiento del movimiento pacifista internacional. Junto a su
mmarido, el barón von Suttner, se trasladó a Paris, donde a través de un
anuncio en el que se buscaba a una secretaria, Bertha conoció a Alfred Nobel.
Sólo trabajó con él una semana, pero afianzaron una amistad que duró 20 años.
El trabajo realizado a lo largo de su vida por la baronesa a favor de la paz
fue lo que inspiró al filántropo sueco a la creación del Nobel de la Paz, hoy
uno de los galardones con más prestigio en el mundo. Bertha von Suttner fue la
primera en recibirlo. “Es extraño lo ciega que está la gente. Se horrorizan
ante las cámaras de tortura de la Edad Media, pero están orgullosos de tener
sus arsenales llenos de armas”, aseguraba esta mujer librepensadora y
agnóstica.
Su
labor fue incansable. Pero lo que le convirtió en un referente del movimiento (...)
pacifista internacional fue la publicación en 1889 de su novela Abajo las
armas. Nadie hasta entonces había denunciado, de una manera tan rotunda y tan
gráfica, el dolor, la maldad, la crueldad de la guerra, la soledad de los
soldados heridos y abandonados, la pesadilla del campo de batalla, el pánico a
la muerte. “Una de las verdades eternas”, afirmaba, es “que la felicidad se
crea y se desarrolla en paz, y uno de los derechos eternos es el derecho de la
persona a la vida. El instinto más fuerte” asevera, “es el de la conservación,
este derecho, ratificado y santificado por el viejo mandamiento que dice no
matarás”.
Bertha
von Suttner fue también una europeísta. En el Congreso de la Paz, celebrado en
Londres en 1908, repitió hasta la saciedad que Europa es una y que la
unificación del viejo continente era el mejor remedio para evitar las
catástrofes mundiales que empezaban a intuirse.
Austria le ha rendido homenaje
grabando su retrato en las acuñaciones de la moneda de dos euros. Sus esfuerzos
a favor de la paz no cesaron hasta el final de su vida. La “generalísimo“ del
movimiento por la paz, como se la ha llamado, murió dos meses antes del
estallido de la Segunda Guerra Mundial. No pudo detener la guerra, pero sí creó
las bases para la construcción de un movimiento pacifista internacional sólido
y para la difusión de estos ideales entre los ciudadanos de todo el mundo. Como
bien dijo entonces, “los defensores del pacifismo son conscientes de la
influencia los valores que defienden. Saben que todavía son pocos, pero son
conscientes de que sirven a la mejor de las causas posibles”.