Luis Fuenmayor Toro
Un verdadero pandemónium de información y desinformación tuvo lugar en
la segunda semana del mes en curso, como resultado de las actividades de
conmemoración de lado y lado, de los hechos ocurridos en abril de 2002. Estamos
a diez años del golpe de Estado de Carmona, en cuya planificación y ejecución
participaron los grandes medios de información venezolanos, dirigentes
políticos, empresariales y sindicales y el sector militar del país. Fue un
golpe cívico militar, (...)
con gran apoyo por parte de un sector de la población
que, independientemente de haber sido utilizado sin tener conciencia de ello,
apoyó con posterioridad la intentona de derrocamiento por la fuerza del
presidente Chávez.
Ocurrió, en este último sentido, lo mismo que pasó el 4 de febrero de
1992, cuando una parte de la población, sin haber participado en el golpe de
Chávez y sus muchachos ni sabido de su posibilidad, apoyaron posteriormente el
mismo y al teniente coronel dirigente, que luego es llevado a la Presidencia de
la República. Se trata de dos golpes de Estado, en cuya interpretación juega un
factor fundamental la posición política de los involucrados. Para unos, el
golpe de Carmona fue “un acto artero y criminal que pretendía privatizar PDVSA
y entregarla a las empresas transnacionales, así como embestir contra las
instituciones democráticas y el Estado de derecho”.
Para otros fue “el derecho a rebelarse del pueblo ante una conducta
autoritaria y antidemocrática de un Gobierno, dispuesto a imponer por la fuerza
su voluntad dictatorial y contraria a la de la mayoría”. Unos lo condenan y
otros lo celebran y cada quien da sus versiones acomodadas de la forma en que
se produjo, los muertos y heridos habidos, sus autores y los presos por estas
acciones. Curiosamente, el Ejecutivo ni mencionó al general Baduel, en el
pasado siempre glorificado en estas fechas por sus acciones militares de
rescate del Comandante en Jefe. Parecería que, una vez caído en desgracia, su
decisiva participación nunca ocurrió. Si así se manejan los hechos políticos,
que tienen testigos vivos, me imagino qué no se hará con los históricos, donde
los testigos están muertos.
Lo cierto es que los organizadores y ejecutores del golpe en absoluto
tuvieron la valentía que le reclaman al Presidente, pues abandonaron
cobardemente el campo de batalla, dejando a los manifestantes como carne de cañón
de los francotiradores, que nadie pudo nunca identificar ni castigar. Otra
verdad, que la realidad nos ha dado con posterioridad, es que no se necesitaba
ningún golpe para privatizar la industria petrolera, tal y como el Gobierno nos
ha demostrado con su neoapertura, sus empresas mixtas y su venta de acciones de
PDVSA en las bolsas internacionales. Sobre las visiones del 4 de febrero, tenemos
la imagen en espejo de la que acabo de describir para abril de 2002; para el
Gobierno: un acto liberador lleno de heroísmo; para los otros: un golpe
sangriento aún sin castigo.