Arq. Marisol Formoso
Eva vive en el barrio Carpintero de Petare, Caracas, más o menos contenta de ir mejorando su casa poco a poco. No sabe lo que es un arquitecto, como una de cada cuatro personas que vive en un barrio y como 250 millones de pobres del mundo, Eva no sabe quién construye las ciudades pero sabe lo que es un barrio. En nuestro país, más del 60% de la población vive en tugurios y en el mundo hay mil millones de personas como Eva.
Frente a la ciudad formal, que primero legaliza y luego construye; la ciudad informal invade, ocupa, habita, construye, presiona y, solo al final, trata de legalizar. Los planes para “sanear” la casa de Eva no pueden ser a largo plazo porque además de esto, la esperanza de vida en Dinamarca es de 78 años, en Sierra Leona de 5 y en nuestro país (fuera de un barrio en donde baja considerablemente) de 73,7 según fuentes del Banco Mundial en el año 2009.
En nuestro país se agrava el asunto ya que definitivamente, y a los hechos me remito, la vivienda no se considera importante y cuando lo és, se emplean réplicas de lo que se entiende por vivienda para la clase media.
Los estándares de las famosas “viviendas dignas” son demasiado altos, son para poca gente y no es una opción realista para que toda la población de nuestras ciudades tenga un cobijo. Y es que ese modelo no nos llevará nunca a la cobertura que necesitamos que está (según los últimos cómputos), entre dos y tres millones de unidades, así que, más vale orientar el proceso que ignorarlo.
La gente de nuestros barrios sabe construir casas buenas y con menos dinero; y por qué entonces no aprovechar esa capacidad de la gente para hacer una mejor?
A mi entender, fundamentalmente por dos cuestiones:
Las reglas para construir viviendas las ponen los sectores de la construcción, no los pobres. A los constructores les interesa entre otras cosas, que los pobres despejen el terreno para hacer apartamentos y poder venderlos a quien pueda pagarlos.
Aunque usted no lo crea, en muchos países africanos, por ejemplo, la forma más rápida de desalojar es “el fósforo”: queman los tugurios por la noche mientras los habitantes duermen y tan grande es el problema, que para remediar eso se han promovido viviendas de chapa metálica que miden unos tres metros y tienen una plaquita para captar energía solar en el techo capaz de acumularla para conseguir una hora de luz “para que los chicos hagan sus tareas de la escuela” y para enchufar los teléfonos móviles… ¡parece increible! pero es cierto.
La otra cuestión es una situación que agrava realmente el problema y es que, en nuestro país, la gente está perdiendo poco a poco la capacidad de construir. De un tiempo para acá la humilde gente de nuestros barrios están cubiertos por esa nube de ilusiones que los hace inmóviles esperando que les resuelvan a ver si con suerte les toca una casita, si el gobierno se la hace o si el amigo del cuñado del tío que es suegro del tipo que tiene un contacto en el Ministerio, ….les hace el favor.
Y cómo no van a pensar así ? Hemos visto en la television, cómo se le han “adjudicado” delante de una “maqueta” a familias de damnificados que se encuentran actualmente en refugios (millón y medio de personas, aproximadamente) apartamentos equipados, de dos y tres habitaciones, dos baños; con número de piso, de torre y todo? Grave verdad ? Ante esto, ellos pierden fuerza y la ciudad, posibilidad de sanearse.
A pesar del panorama, creo que afortunadamente contamos con al menos dos ingredientes importantísimos y que no se han tomado hasta ahora en cuenta en la mayoría de los planes de dotación de viviendas para los más desposeídos.
En primer lugar, los pobres son muchos y luego, tienen sentido de comunidad, son menos individualistas. Los tecnócratas pueden decidir cómo debe ser la ciudad pero en los barrios, el “mi” (mi proyecto, mi organización, mi país) desaparece.
Ante esta realidad, urge incluir a la comunidad en la toma de decisiones y lo mas importante, necesitamos arquitectos que les enseñen a otros a ser arquitectos. No he encontrado profesional mejor para mirar más allá del caso y ligar situaciones entre sí.
Es urgente pues, abrir alternativas realistas para ofrecer viviendas a los más pobres, a los que no “calzan” en ningún programa habitacional existente, sea público o privado por no cumplir los requisitos mínimos exigibles.
Importante también es el llamado a la conciencia de fundaciones y empresas privadas, hay algunos ejemplos en el mundo, Selavip es uno de ellos con muy buenos resultados además, para que pongan el hombro y aborden sobre todo la extrema emergencia social promoviendo la construcción de viviendas modestas que permitan a los más pobres solucionar el problema del techo con la urgencia requerida.
Una reflexión a mis colegas: Frente a la arquitectura de la torre de cristal, debemos hablar de una arquitectura de comunidades; con clientes pobres, en lugar de importantes; con referencias locales, no occidentales; y con satisfacción personal, en lugar de fama.