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27 abril, 2011

La Primavera Árabe y la Nomenclatura Imperial

Omar José Hassan Fariñas

Desde que el régimen de Ben Ali fue derrocado por el heroico pueblo tunecino en enero de este año, ciertos aspectos de la nefasta nomenclatura conservadora de los EEUU empieza a surgir para desvincular las luchas de los pueblos árabes de su contexto socioeconómico y político. Entre estas encontramos la famosa “teoría de dominó” y las “Revoluciones de Colores”. La primera es ejemplo de como la “inteliguentsia” estadounidense sigue viviendo en los tiempos de George Keenan y Henry Kissinger, congelados en una guerra fría que nunca termina. El término se utilizó extensamente durante el conflicto bipolar como un crudo mecanismo ahistórico que indicaba que la “caída” de un país en el sureste asiático en las “garras” del Comunismo necesariamente implica la caída de otros, como una serie de dominós. La única forma de impedir la caída de los dominós era la intervención militar norteamericana, por lo cual explica las aventuras imperiales durante ese periodo. Ahora, en el Mundo Árabe, las caídas de los regímenes de Túnez y Egipto, las agitaciones en el Bahréin, el Yemen, Jordania, y ahora Siria, son indicativas de otro “efecto dominó”. Como todas las teorías del imperio, el efecto dominó ignora por completo las particularidades internas de los países, la naturaleza política, económica y social de los mismos, y por supuesto las políticas internacionales de las instituciones financiera internacionales y los países del Norte, todos factores vitales en la creación de las condiciones para las revueltas en el Mundo Árabe. En vez, es más fácil tomar la teoría de los dominós y asumir que se debe intervenir militarmente en donde es conveniente, pero apoyar a los regímenes que no se quieren que desvanezcan. Por eso es que la intervención en Libia para derrocar al gobierno de turno es “adecuada”, mientras que la intervención para apoyar otros gobiernos de turno, como el de Baharein y el Yemen, no es para nada adecuada.

Aunque existen aspectos semejanzas entre las revoluciones de colores y las Revoluciones de Túnez y Egipto, el factor que se hace ausente en las mismas, y que forman parte integral de las revoluciones de colores, es la participación y planificación del poder imperial estadounidense en estas últimas. No se pueden considerar revoluciones de colores sí no las inicia los EEUU, y mucho menos si derrocan gobiernos aliados a los mismos. El gobierno de Ben Alí en Túnez fue un fiel aliado de los EEUU y Francia, mientras que el gobierno de Mubarak era la pieza principal, junto al Reino de Arabia Saudita, de la política estadounidense en el Medio Oriente. A los EEUU le convenía una transición pacífica y ordenada dentro del marco del status quo, que herede las políticas de estos gobiernos y continúen con el “business as usual” de los intereses internacionales. Lo menos que les conviene a los poderes imperiales es una verdadera expresión popular en los países aliados que pueda perturbar la hegemonía occidental en una zona tan estratégica como el Medio Oriente. El Medio Oriente vive hoy en día el mismo espíritu de la Primavera de los Pueblos de 1848, o del Mayo Francés de 1968. Es la tarea del “Leviatán” imperial, como siempre, sofocar los esfuerzos de los Pueblos para apropiarse de las luchas de los Pueblos para sus propios intereses, y esa es la única nomenclatura que se puede aplicar a esta zona hoy en día