Iba a comenzar diciendo que “hasta en la historia hay que poner las
cosas en su sitio”, pero
sería una verdad de Perogrullo. Es
más, es quizás en la historia donde más hay que poner las cosas en su sitio,
pues la verdad histórica es usualmente distorsionada y acomodada a los
intereses de la clase o grupos dominante o de la élite gobernante. En nuestros
países casi siempre es esto último: la élite gobernante. Es decir el o los
grupos de individuos que, a través de distintos mecanismos, se hacen con el
poder nacional, regional o de ciertos ámbitos sectoriales y lo utilizan para
mantenerse en dicha posición y disfrutar de las ventajas y privilegios que ésta
les garantiza.
En el pasado llegué a pensar que quienes se llaman comunistas eran
distintos, que el poder les interesaba como un medio para poder actuar y
liberar de la explotación capitalista a la sociedad toda, para terminar con las
lacras sociales existentes y construir la sociedad de la abundancia, equidad,
justicia y paz. Idealismo del más puro, pues mi creencia no tenía nada que ver
con la realidad. Eran sólo intensos deseos. El primer error fue creer que
quienes se llamaban comunistas realmente lo eran y que los partidos comunistas
eran eso que decían ser. La práctica social mundial, regional y nacional,