Donald Trump asume que no puede imponerse en un conflicto
bélico con la Federación Rusa. Esa es la verdadera razón por la que abandona a
Europa Occidental a su suerte. Tampoco pudo someter en términos geopolíticos a
la República Popular China. Las negociaciones comerciales que sus funcionarios
mantienen con Beijín, en Madrid, no exhiben la rendición que el magnate devenido en
mandatario promocionó al inicio de su segundo mandato. Estados Unidos, en la
cosmovisión trumpista, necesita verse triunfante en alguna guerra. La
megalomanía trumpista no puede verse sin doblegar a otros pueblos. Se siente
obligado a ofrendarles, a sus seguidores supremacistas, la figuración de una
potestad que la multipolaridad empieza a resquebrajar.
La nueva piratería caribeña ha sido desplegada para presionar, intimidar y amenazar a la República Bolivariana de Venezuela con el objetivo estratégico de generar las condiciones para apropiarse de las reservas de petróleo más cuantiosas del mundo. Para lograr este cometido, Washington apela a la figura del narcoterrorismo, advirtiendo al resto del mundo que el Hemisferio Occidental –su denominado patio trasero–, sigue siendo una posesión de predominio exclusivo. Estados Unidos es el mayor consumidor de energía fósil a nivel global. Según las evaluaciones oficiales, sus reservas le alcanzan aproximadamente para los próximos quince o veinte años. Una gran parte de esos recursos energéticos, Washington los extrae mediante el fracking, una técnica onerosa comparada con la perforación vertical u horizontal. Venezuela, por su parte, cuenta con la mayor reserva de hidrocarburos probada, calculada en 300 mil millones de barriles, superando a Arabia Saudita.
Acorde con los planes de guerra híbrida, Washington ha
dispuesto en forma paralela dos mecanismos de presión y amedrentamiento,
enmarcados en la vieja alternancia del "palo y la zanahoria". De un
lado, el beligerante jefe del Departamento de Estado, Marco Rubio, encargado de
atizar la amenaza bélica. Por el otro, el protagonizado por el enviado de Trump
para misiones especiales, el exintegrante de la CIA, Richard Grenell. Este
último insiste en que se puede evitar la guerra con acuerdos diplomáticos,
mientras que el primero ordena el despliegue de una flota militar en la
frontera caribeña. Según conjeturas divulgadas por el New York Times, Grenell habría asegurado en un informe la
imposibilidad de invadir Venezuela, dada su geografía, la capacidad de
respuesta militar del chavismo y la conflictividad que generaría en toda
América Latina y el Caribe. En el informe, que aún no está desclasificado,
Grenell habría señalado que cualquier ofensiva militar: a) empoderaría al
chavismo; b) produciría una corriente de unidad interna frente a la agresión;
c) ubicaría a Venezuela como un país agredido, generando solidaridad en la
Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, CELAC; y d) contribuiría a
consolidar los vínculos de la región con Beijing y Moscú.
Una invasión militar requeriría –señalan los analistas del
Pentágono– un número de efectivos que la actual realidad política interna de
los Estados Unidos no podría sostener. Según el analista Christopher Sabatini,
investigador del centro de estudios británico Chatham House, "nadie en su
sano juicio piensa que con 4.500 marines se puede invadir un país con montañas,
selva y múltiples centros urbanos". La invasión a Vietnam, a fines de los
años sesenta, requirió 450 mil efectivos para un territorio de 332 mil
kilómetros cuadrados. La incursión de 1989 en Panamá necesitó 30 mil
uniformados para 75 mil kilómetros cuadrados. La de Irak, alrededor de 160 mil
uniformados para 440 mil kilómetros cuadrados. Invadir un territorio de más de
900 mil kilómetros cuadrados, con una geografía que incluye montañas y selvas,
requeriría un número superior a la cantidad de uniformados desplegados en Irak.
Además, convertiría a América Latina y el Caribe en un incendio continental.
En la actualidad, Trump solo cuenta con cuatro títeres
gubernamentales: Nayib Bukele en El Salvador, Daniel Noboa en Ecuador, Santiago
Peña en Paraguay y Javier Milei en Argentina. Los tres últimos sufren una
paulatina pérdida de aprobación, mientras que Claudia Sheinbaum y Lula da Silva
–claros opositores a cualquier intervención militar– se ubican entre los
mandatarios más valorados. El resto de los presidentes cuestiona, entre
bambalinas, cualquier atisbo intervencionista, tanto por principios
soberanistas como por las consecuencias de desestabilización doméstica que
acarraría. Esta impugnación se suma a la opinión dominante, existente al sur
del Río Bravo, acerca de las cuestionables prácticas racializadoras, ejecutadas
por las autoridades migratorias al interior de los Estados Unidos. Si a esta
realidad se le suma la proliferación de discursos xenófobos multiplicados desde
las usinas MAGA, la situación puede ser descripta como una guerra abierta
contra todos los latinoamericanos y caribeños.
Frente a esa realidad, se producen lógicos realineamientos.
En la última semana, la Asamblea Nacional de Venezuela aprobó el Tratado de
Asociación Estratégica y Cooperación con la Federación Rusa, que aumentará una
colaboración militar que ya ha permitido la apertura de la primera fábrica de
Kaláshnikov, en la región de Maracay, en convenio con la corporación estatal
rusa Rosoboronexport, para la producción de 70 millones de cartuchos anuales
para los fusiles de asalto AK 103. Los acuerdos con Moscú también viabilizaron
el desarrollo conjunto de los sistemas alternativos de navegación satelital
(GPS), autónomos respecto de los manipulados por Estados Unidos. Caracas hoy
dispone del sistema ruso Glonass, que permite geolocalizaciones autónomas
respecto del monitoreo controlado por el Comando Sur. Los movimientos corsarios
por el Caribe también motivaron declaraciones de encumbrados funcionarios de la
República Popular China. Su ministro de Defensa, Dong Jun –que no acostumbra a brindar declaraciones
públicas– instó a no aceptar las lógicas intervencionistas: "…la
mentalidad de la Guerra Fría aún no se ha disipado (…) La memoria histórica
debe servir como advertencia constante para reconocer y oponerse a la lógica
hegemónica y a los actos de intimidación disfrazados bajo nuevas formas".
Dong también señaló que la fuerza del Sur Global es "imparable,
impulsando firmemente las ruedas de la historia hacia adelante", y
prometió cooperación con estos países en el ámbito de la seguridad. En 1961
fracasaron en la invasión a Bahía de los Cochinos en Cuba. En la década del ´70
impusieron a sangre y fuego el Plan Condor. En los ´80 financiaron a la Contra
nicaragüense e impulsaron el genocidio en Guatemala. En 1983 invadieron
Granada, y en 1989 Panamá. Aunque la frase haya sido repetida hasta el
hartazgo, continuará siendo necesario memorizarla: "Los Estados Unidos
parecen destinados por la Providencia –escribió Simón Bolívar– a plagar la
América de miserias en nombre de la libertad.”
Tomado de Página 12 / Argentina. Imagen de archivo.
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