Eso significaba vivir con usencia de ciudadanía
plena. Mengua sobre la que adquiere conciencia por hechos y estudios.
La carencia cívica es inherente a la colonización de América
por España: los derechos; condicionados, limitados y dictados por lo que
disponga el Rey, no son universales.
La supremacía del monarca se revela en la existencia de dos
clases de súbditos, unos con mando parcial y otros destinados solo a obedecer
por fidelidad.
*Al servicio de Dios y el rey*
Simón Rodríguez constata esta configuración de poder interno y la describe como separación desigual entre “los que ayudan a mandar... amigos del que manda porque participan de su condición” y la gran masa de los obedientes que “… protege las ideas del que manda”.
La observación, formulada en su obra "Sociedades
Americanas de 1828", retrata una relación de inferioridad real, recubierta
por una apariencia de igualdad.
En la sombra de la idea, se oculta que ni unos ni otros
pueden dejar de ser súbditos dentro de un sistema que al reglamentar la
libertad, la hace irreal.
La contradicción se representa socialmente, primero como un
sentimiento de incomodidad; aflora después como antipatía y finalmente se
asienta en una clara conciencia: el súbdito puede pensar como hombre libre,
pero no vivir como tal.
Las relaciones sociales regidas por un poder condensado en el
Rey condena a la pérdida perpetua de ciudadanía y al castigo severo a
quienes protesten tal amputación humana.
Mientras siguió los dogmas del poder colonial, Simón
Rodríguez recibe loas.
En la propuesta número 27 de su Informe al Cabildo de Caracas
aún reproduce con normalidad que: “Sólo los niños blancos podrán ser
admitidos…presentando certificación de su Bautismo” Asi mismo resalta que
"los maestros deben servir a Dios, al Rey, a la patria y al Estado”.
Para entonces la Patria era España, llamada madre patria y el
Estado la monarquía.
*Un reformador ilustrado*
Sus reflexiones sobre la situación de la escuela pública en
Caracas fundamentan un plan minucioso de reforma educativa integral.
Pero algunas de sus observaciones se salen de carril y
lo hacen sospechoso de deslealtad al régimen.
Hay en sus análisis, solturas que incomodan y recomendaciones
que alarman al pensar mantuano, como la de crear una escuela para niños pardos.
Aun proponiendo que ella funcione separada de la de los blancos.
Por esa clase de ideas comenzaron a llamarlo excéntrico.
Paradójicamente la burla protegió, en cierto modo, su condición de novador. Su
visión de cambio pasaba como cosas de loco.
Resultaba evidente que quienes no simpatizaban con sus
“Reflexiones sobre el estado actual de la Escuela y nuevo establecimiento de
ella” escrito en 1794, lo hacían porque incluía reformas que ya se emprendían
en Madrid. Pero además de este patrón conservador, principalmrnte por
referencias como las que hace sobre los niños pardos y morenos: “Ellos no
tienen quien los instruya; a la escuela de los niños blancos no pueden
concurrir: la pobreza los hace aplicar desde sus tiernos años al trabajo y en
él adquieren práctica, pero no técnica”.
Otros desaprueban el Informe porque desdeñan la necesidad
de sustituir con escuelas y maestros con método, lo que Rodríguez
califica de “escuelas fingidas” establecidas en una barbería o una pulpería en
las que el niño recita en voz alta una cartilla o el Manual de forasteros. El
oído del barbero o el pulpero alerta a que no se apague la voz.
Los más se oponen con el pretexto de la falta de dinero para
aumentar a cuatro las escuelas, llevar el sueldo de los maestros a 500 pesos
anuales y el de Director a 800. Rodríguez defiende el aumento de sueldo “porque
la recompensa es la que anima el trabajo” y porque se requiere que los maestros
“ocupen en él todo el tiempo y no les quede arbitrio para subsistir de otra
cosa”.
Simón Rodríguez siente la Escuela y propone la formación de
maestros que puedan asumir la responsabilidad de moldear con
calidad, utilidad y sentido social el proceso de enseñanza aprendizaje en el
que deben guiar a sus pupilos.
No es docente por graduación. Cuando el Cabildo de Caracas lo
nombra maestro de primeras letras, su asignación salarial anual es de 100
pesos, más las contribuciones que pudiera recibir de los padres y
representantes. En esa época tal nombramiento equivalía a un título porque no
existían Escuelas Normales o Institutos Pedagógicos.
El maestro Simón Rodríguez, hijo expósito, con solo las
primeras letras cursadas y unos años como auxiliar de aula del maestro Pelgrom,
fue su propio educador.
La pasión por conocer y entender se revela en su
solicitud a Don Feliciano Palacios, para quien trabajaba como amanuense, a que
le anticipe y descuente del sueldo el costo de una lista de libros que le traen
de Madrid con un importe de2088 reales de vellón. Es el año de 1792.
*El maestro de El libertador*
Es don Feliciano Palacios quien le encomienda que atienda la
formación, en su casa, del niño Simón Bolívar.
Su nombre aparece también inscrito en la Escuela pública, en
la lista de alumnos de 1793, según Archivo del Concejo Municipal, con una
contribución de ocho reales.
El niño pasa a estudiar como interno en la residencia
de Simón Rodríguez a consecuencia de un juicio.
A los 12 años, en 1795, huye de la casa de su tutor interino,
don Carlos Palacios para refugiarse en casa de su hermana María Antonia, casada
con Pablo de Clemente y Francia.
Esta fuga ocasiona que don Carlos Palacios pida a la Real
Audiencia de Caracas la restitución de su tutoría y solicita también que se
transfiera al niño a la casa de Don Simón Rodríguez. A según, residencia amplia
y cómoda, aunque tendría que compartir habitación con otro interno.
Así lo decide la Real Audiencia. Pero a las 8 de la noche,
cuando se presentan a ejecutar la decisión en casa de los Francia Bolívar, el
niño Simón se resiste” asiéndose a mí, don Pablo, con gritos y lágrimas para
que no permitiese que lo sacasen, en cuya vista don Carlos le echó la mano y le
llevó hasta la calle arrastrando”, por cuatro cuadras en manos de un esclavo
que lo sujeta. El dramático episodio lo atestiguan don Pablo Francia y María
Antonia Bolívar.
El niño no quería vivir con su tutor ni asistir a la escuela.
No era un alumno aplicado y más bien se reunía con malas juntas.
Sin embargo, en octubre de 1795, el niño cede en su rebeldía:
acepta volver al hogar de su tío Carlos y a la escuela pública. Es
probable que este cambio de actitud se deba a la persuasión del maestro.
En un segundo encuentro en 1804 en Francia, ya ambos adultos,
la relación magisterial y amistosa se hace más fecunda.
Simón Bolívar se reconoce como el fruto de la semilla que
sembró aquel maestro severo, con mala cara y buen afecto: en su estadía europea
el libertador, atendiendo algunas de las indirectas alusiones de su maestro,
devora a pensadores cuya lectura y estudio le amplían entendimiento.
Veinte años después, en cama en Pativilca, el héroe Bolívar
personaliza en su maestro de vida, su espléndido elogio a los educadores: “¡Oh
mi Maestro! ¡Oh mi amigo! ¡Oh mi Robinson! ...Sin duda es usted el hombre más
extraordinario del mundo… ¡Con qué avidez habrá seguido usted mis pasos
dirigidos muy anticipadamente por usted mismo! Usted formó mi corazón para la
libertad, para la justicia, para lo grande, para lo hermoso”.
*La paideia criolla de la independencia*
Cuando el Cabildo de Caracas, en su Acta del 19 de octubre
1795, admite la renuncia de Simón Rodríguez éste vive un punto de inflexión en
sus ideas políticas.
El viejo mundo va rumbo a la morgue. En Estados Unidos y
Francia estallan dos revoluciones, separadas por algo más de un decenio, que
abren los portones de la era contemporánea.
La radical alteración de realidades encuentra terreno
fértil en un territorio joven y mestizo en el que se debilitan los pilares
ideológicos del declinante imperio español.
Frente a la paideia colonial se conforma, insurgente,
la paideia criolla articulada principalmente en torno a la idea y los valores
de la independencia de Hispanoamérica.
Simón Rodríguez es uno de sus artífices. Su punto de partida
es una pregunta: ¿Qué puede aprender de España la élite criolla que tiene un
saber igual o mayor que la de allá?
Desde esta interrogante, con el amoroso cuidado del maestro
que construye conocimientos, Simón Rodríguez elabora una paideia cuyo núcleo
reside en la educación. Un empeño que lo acredita como maestro de América.
Un primer elemento de su paideia es la disposición a crear
futuro. Vive en el imaginar de “Cómo serán y como podrían ser los siglos
venideros…en Esto han de pensar los Americanos, no en pelear unos contra
otros”. Este es el subtítulo de la primera edición de “Sociedades Americanas de
1828” publicada en Arequipa.
En ella señala que “a fines del siglo XV Colón descubrió un
nuevo mundo para poblarlo…de esclavos i vasallos. A principios del siglo 19 la
razón lo reclama para fundar una Sociedad de hombres libres sometidos a las
leyes”.
Y concluye: “La américa es en el día, el único lugar donde
convenga pensar en un gobierno VERDADERAMENTE Republicano”.
Un segundo elemento es la originalidad de su pensamiento, en
estrecho vínculo con respuestas que se correspondan con lo específico del
continente americano.
En su “Extracto de la obra Educación Republicana”, publicada
en 1849 en Bogotá, escribe: “…los acontecimientos irán probando que es una
verdad muy obvia: la América no debe imitar servilmente sino ser
ORIGINAL”.
Para Simón Rodríguez no hay que buscar modelos en Estados
Unidos o Europa, solo existe una y única disyuntiva, la cual resume en cuatro
palabras: “O Inventamos o erramos”.
Si se quiere hacer República, que en sur-américa están
establecidas, pero no fundadas, opina que: “debemos emplear medios tan nuevos
como es nueva la idea de ver por el bien de todos”.
La obra de Simón Rodríguez, que es mucho más que un sistema
pedagógico, tiene un norte que deriva de su visión política y social.
Su fe política es republicana porque ya “... no piensa en
ninguna especie de Rey ni jefe que se le parezca”.