Desde hace años no va a Venezuela, pero cuando piensa en la
Universidad Simón Bolívar, mermada a lo largo de una década de emergencia
humanitaria, se siente agradecido.
"Fue allí donde aprendí a pensar científicamente y a
persistir en mis ideas. El legado de la Simón Bolívar me acompaña cada
día", señaló Schnell.
Valentina Oropeza – Tomado de BBC News Mundo
Cuando Santiago Schnell tuvo edad para decidir qué carrera
quería estudiar, ya había sufrido enfermedades autoinmunes e incluso cáncer.
Durante la primaria había gravitado entre dos fuerzas: las
computadoras de su padre y los experimentos de ciencias naturales de su vecino,
el profesor Serafín Mazparrote, autor de los libros escolares de Biología con
los que se estudiaba en Venezuela.
Pero entre su padre y el profesor Mazparrote, las
computadoras y las ciencias naturales, otra fuerza incontrolable se interponía
en su rutina de aprendizaje: la batalla de su cuerpo contra sí mismo.
"Desde que nací tuve una salud frágil: alergias terribles, urgencias para ir al baño que no podía controlar. Y nadie entendía qué me pasaba", cuenta Schnell, de 53 años, mientras se prepara para convertirse en el rector de la Universidad de Dartmouth el primero de julio.
Dartmouth se encuentra en Nuevo Hampshire, en la costa este
de Estados Unidos. Es una de las ocho universidades que integran la Ivy
League, junto con Harvard, Yale, Brown, Columbia, Cornell, Pennsylvania y
Princeton, un grupo de instituciones privadas de educación superior reconocidas
por su excelencia académica.
Una computadora y un profesor
Mientras su madre acudía a médicos en Caracas para obtener un
diagnóstico, el padre intentaba que Schnell se familiarizara con la
computación, convencido de que sería la disciplina del futuro.
"Mi papá me regaló una Sinclair ZX 81, una máquina
inglesa que fue una de las primeras computadoras personales, mucho antes que
las de Apple o IBM, para que yo aprendiera a programar y a pensar
lógicamente".
Era 1981 y Schnell tenía 10 años.
"Casi nadie tenía una computadora personal en casa en
esa época, mucho menos en Caracas. Eso causó un cambio muy rápido en mi vida,
porque comencé a pensar en procedimientos algorítmicos para resolver
problemas".
Durante los paseos familiares, Schnell abandonaba la Sinclair
ZX 81 y acompañaba al profesor Mazparrote en las expediciones para recolectar
muestras de sus experimentos y tomar fotos para ilustrar sus libros.
"Me sorprendía muchísimo que él pudiera predecir cosas
haciendo una observación inesperada. Por ejemplo, íbamos caminando en la selva
y cuando veía unas hormigas, podía predecir que en 10 o 20 metros íbamos a
conseguir el tipo de aves que comían esas hormigas".
"Tener esa habilidad mental de ver más que cualquiera,
de ser un Sherlock Holmes de la naturaleza, combinado con las computadoras de
mi papá, me despertó la pasión por las ciencias".
Diagnósticos inesperados
Pero cuando Schnell llegó a bachillerato, ya no solo le
asaltaban las alergias y los dolores de estómago. También le salían costras
rojizas en el cuero cabelludo, que le picaban y le dolían, hasta desprender
escamas blancas que lucían como ataques de caspa.
Los médicos le diagnosticaron psoriasis, una enfermedad
autoinmune crónica que provoca un aumento anormal en la producción de células
de la piel. El efecto que no esperaban era que el tratamiento que suprimía su
sistema inmunitario le propiciaría un cáncer a los 15 años.
"Las enfermedades autoinmunes se pusieron incluso más
agresivas después del cáncer. Casi no vivo para contarlo, pero los problemas de
salud lo que hicieron fue empujar mi curiosidad cada vez más hacia las ciencias
medicinales".
En la búsqueda de un diagnóstico que explicara las alergias,
la psoriasis y el cáncer, los médicos detectaron la enfermedad de Crohn, una
inflamación crónica del intestino que lo obligaba a ir al baño a cada momento.
Después de superar el cáncer, Schnell adquirió una conciencia
diferente sobre su propósito y sus intereses. "La salud me había castigado
tanto que pensé que quizás con mi mente podría ayudar en algo".
El primer laboratorio
En 1991, Schnell comenzó la licenciatura de Biología en la
Universidad Simón Bolívar, creada para formar ingenieros, arquitectos y
científicos que participaran en los grandes proyectos de desarrollo de
Venezuela, como la represa hidroeléctrica de Guri o el metro de Caracas.
En sus ratos libres, entre una clase y otra, visitaba el
Instituto de Estudios Avanzados (IDEA), un centro dedicado a la innovación
científica y tecnológica al que Schnell podía llegar a pie en unos 15 minutos
desde la Simón Bolívar.
Para permitirle el acceso al laboratorio, el médico e
investigador venezolano Raimundo Villegas, quien había sido ministro de Ciencia
y Tecnología, le impuso un reto: limpiar los tubos de ensayo, las pipetas y
demás instrumentos de vidrio durante cuatro meses.
"Villegas me dijo: 'Si puedes hacer este trabajo bien,
de manera excepcional, te daremos algo diferente", recuerda Schnell.
"Esa experiencia me enseñó a cuidar los detalles",
cuenta en una videollamada con BBC Mundo. "Limpiar los vidrios es quizás
una de las tareas más importantes porque los experimentos de biología molecular
fallan si hay contaminación en los vidrios".
En el laboratorio también aprendió a seguir sus ideas sin
copiar a otros, aunque con frecuencia lo llamaran "loco".
"A nadie le importa si los científicos nos equivocamos.
Planteamos la hipótesis, hacemos el experimento y si no funciona, comenzamos de
nuevo. ¿Qué tengo que perder? Déjame fallar".
Aunque Schnell solo era un estudiante de pregrado, Villegas
le permitió participar en investigaciones sobre el desarrollo del cerebro e
inseminación artificial para crear embriones en el laboratorio.
"En ese proceso me di cuenta de que yo disfrutaba más
las mediciones en las computadoras. Pero para dedicarme a eso, necesitaba que
alguien me entrenara para pensar como un teórico".
La fascinación por las enzimas
Villegas refirió a Schnell con Claudio Mendoza, un físico
computacional que trabajaba en el Instituto Venezolano de Investigaciones
Científicas (IVIC), un ente que coordinaba varios centros dedicados a las
ciencias básicas y aplicadas en Venezuela.
Desde la astrofísica, Mendoza participaba en proyectos para
estudiar "las estrellas, los planetas y el polvo cósmico, para entender
cómo se originó el universo y la vida desde la perspectiva química en el
espacio", explica Schnell.
De aquella colaboración surgió la ecuación Schnell-Mendoza,
una fórmula matemática que facilita el estudio de procesos bioquímicos a través
de las enzimas, proteínas que aceleran las reacciones químicas en los
organismos vivos.
"Simplificamos la velocidad con la que se pueden medir
las reacciones enzimáticas tanto en el laboratorio como en la clínica",
dice Schnell.
"Claudio me enseñó que tiene que haber belleza en los
modelos matemáticos computacionales, que la ecuación se vea como una ley
universal porque es bella y simple".
Mientras las alergias y los dolores se agravaban, Schnell
decidió dedicarse a la Biología Matemática y Computacional, una disciplina que
no existía formalmente ni en Venezuela ni en la mayoría de las universidades
del mundo.
Sin embargo, a finales de los noventa había un centro
dedicado a su estudio en la Universidad de Oxford, en Reino Unido. Aunque no
tenían contactos allí, Mendoza le prometió a Schnell que lo ayudaría a llegar a
Europa.
Medir el continuo
Con el proyecto de ampliar el alcance de la ecuación que
había diseñado con Mendoza, Schnell llegó en 1998 a Oxford, donde conoció a
Philip Maini, un matemático británico que iniciaba su carrera como profesor de
Biología Matemática y estaba dispuesto a ser su tutor de tesis en el doctorado.
"Yo me sentía completamente inadecuado, porque veía a
esta gente con una formación cultural y científica de calibre que yo no tenía.
Por eso todavía no me creo que vaya a ser el rector de una Ivy".
Durante los 27 años de carrera académica que Schnell ha
desarrollado en Europa y Estados Unidos, se ha enfocado en el continuo entre
salud y enfermedad, un modelo que reivindica que ambos estadios no son
opuestos, sino que más bien forman parte de un espectro.
"Con toda la tecnología que tenemos aún no somos capaces
de medir el continuo", asegura. "Por ejemplo, tener un smart
watch (reloj inteligente) que pueda medir la presión arterial y
predecir que vas a tener una urgencia antes de que suceda".
Schnell habría querido disponer de esa tecnología para evitar
las peores crisis de la enfermedad de Crohn, cuando iba 40 veces al baño en un
día en medio de sus jornadas académicas como profesor de la Universidad de
Michigan.
O la cirugía en la que le removieron el intestino grueso y
que hizo que ahora derive sus desechos a una bolsa que lleva consigo dentro de
la camisa.
O los vestigios del síndrome de Haddad, un trastorno genético
raro que le obliga a dormir con respiración asistida todas las noches para
evitar ahogarse.
O la artritis autoinmune que le provoca inflamación de las
articulaciones, especialmente cuando juega a tenis.
Aunque no ha investigado métodos de diagnóstico relacionados
con las enfermedades que padece, reivindica la importancia de las actividades y
logros que ocupan las 50 páginas de su currículum.
"En lo que tengo más reconocimiento es en desarrollar
ecuaciones matemáticas, software y técnicas estadísticas para que la gente
pueda medir, tanto en el laboratorio como en la clínica, factores que son
proporcionales a la salud, como la eficiencia de enzimas que pueden causar una
enfermedad cuando fallan".
El desafío de Dartmouth
Santiago Schnell no considera que las decisiones del
presidente Donald Trump contra la Universidad de Harvard o la suspensión de
visas para estudiantes extranjeros en Estados Unidos sean el mayor reto que
afrontará cuando asuma el rectorado de Dartmouth.
Está convencido de que su mayor desafío será contribuir a
recuperar la confianza de la sociedad estadounidense en los científicos.
"La noción de neutralidad y de que los profesores
universitarios y los investigadores son servidores públicos se perdió. Tenemos
que regresar nuevamente a esa noción, estamos para mejorar a la población por
la educación que proveemos y por la tarea investigativa que hacemos".
Desde hace años no va a Venezuela, pero cuando piensa en la
Universidad Simón Bolívar, mermada a lo largo de una década de emergencia
humanitaria, se siente agradecido.
"Fue allí donde aprendí a pensar científicamente y a
persistir en mis ideas. El legado de la Simón Bolívar me acompaña cada
día".