La Organización del Atlántico Norte (OTAN) fue creada en 1949
para contener a la Unión Soviética. La globalización neoliberal triunfante
reconvirtió su misión, en la década del ´90, en policía global. Una de sus
tareas prioritarias, desde hace casi cuatro décadas, consistió en debilitar e
intentar fragmentar a la Federación Rusa. Dicho objetivo se vio desafiado por
la determinación soberana de Moscú de limitar su radio de influencia en
Ucrania. La Operación Militar Especial dispuesta por Vladimir Putin resintió
los consensos internos dentro de la OTAN al fragmentar y disociar los objetivos
estratégicos de muchos de sus socios. La cumbre realizada en La Haya durante la
última semana (foto) reunió a los 32 integrantes de esa
organización militar con el objetivo central de elevar su gasto desde el 2 por
ciento del Producto Bruto Interno actual, al 5 por ciento en 2035. Eso supone
un monto aproximado de unos 800 mil millones de dólares anuales.
La divisoria de aguas al interior de la Alianza se vincula con la elección de los enemigos prioritarios: Estados Unidos busca resquebrajar a la República Popular China, mientras que Europa Occidental insiste en demonizar a la Federación Rusa, instituyéndola como su amenaza estratégica. El hegemonismo occidental siempre ha necesitado contar con hipótesis de conflicto. Ese modelo de vinculación ha influido de forma decisiva en las relaciones internacionales durante la modernidad. La identidad expansionista, supremacista, colonial e injerencista requiere de espectros maléficos para legitimar la dominación.
Por otra parte, la OTAN nunca se comportó como una alianza
defensiva y validó sus títulos de gendarme global en Yugoslavia, Afganistán,
Irak y Libia, instalando bases en la cercanía de todos los pasos oceánicos,
como el caso de Malvinas. Para fundamentar sus operaciones se apeló en
ocasiones a amenazas inexistentes, como las “armas de destrucción masiva” de
Sadam Husein mientras se legitimaba su esfera de operaciones a todas las
latitudes del mundo, tal como quedó expresado en el documento de OTAN
360 grados aprobado en Madrid en 2023.
La Cumbre que finalizó en La Haya disimuló sus grietas
internas al aceptar las exigencias de la administración estadounidense. Desde
que asumió el gobierno, en enero último, Donald Trump ha promovido políticas
erráticas basadas en la instauración de aranceles enmarañados y confusos,
amenazas de invasión a Panamá y Groenlandia, promesas de pacificación
incumplidas en relación al conflicto en Europa Oriental, promoción de limpieza
étnica contra latinoamericanos al interior de Estados Unidos, y apoyo a las políticas
genocidas de Benjamín Netanyahu en Gaza.
La razón estructural de la crítica trumpista al orden
globalista neoliberal es su incapacidad por superar la competitividad y la
productividad exhibida por el Sudeste Asiático, específicamente por la
República Popular China. El comunicado final de la cumbre atlantista de La Haya
nombra una única vez el conflicto en Ucrania. En el encuentro anterior,
realizado en Washington, las menciones a Rusia se repitieron 43 veces.
Con esa concesión, la administración de Trump ya se siente
habilitada para redirigir sus cañones hacia el mar meridional de la China,
donde cree que puede disciplinar a Xi Jinping. Por su parte, la vieja Europa
insistirá en atemorizar con la potencial invasión de Putin para justificar el
lastre económico que deberá sostener. Las autoridades de la Unión Europea
vienen advirtiendo que es imprescindible triplicar los gastos militares o, en
su defecto, empezar a enseñar ruso a sus infancias. La historia se repite. No
sabemos si como tragedia o como farsa. La "amenaza rusa" fue un
concepto central en la ideología nazi utilizada para emprender la Operación
Barbarroja.
Esta realidad explica el aumento del gasto militar global. En
2024, según el Stockholm International Peace Research Institute (SIPRI), la compra de armas ascendió a los 2718 mil millones
de dólares, exhibiendo una década de aumento consecutivo, siendo Estados Unidos
y Europa Occidente quienes ostentan un mayor incremento. La OTAN representa aproximadamente el 53 por ciento del
gasto total, comprendiendo solo el 16 por ciento de la población global. Como
contrapartida, China, Rusia y la India –en conjunto– expresan aproximadamente
el 20 por ciento, concentrando a más de un tercio de la demografía total.
El presidente estadounidense se promociona como un pacifista
bastante original. Convoca a un alto al fuego entre Israel e Irán días después
de haber bombardeado tres plantas nucleares. Exige el aumento de gastos en
defensa al tiempo que impulsa equívocas medidas de guerra comercial. La declaración final de la Cumbre exige a sus firmantes
que deberán “eliminar las barreras al comercio de defensa entre los Aliados y
aprovechar nuestras asociaciones para promover la cooperación industrial de
defensa”. Eso supone, taxativamente, que las futuras empresas europeas deberán
competir con el Complejo Militar Industrial estadounidense,
con ínfimas posibilidades de desarrollar una industria militar dominada desde
Bruselas.
Esta ampliación del gasto en aparatología bélica está
condicionada, además, por profundos cambios tecnológicos relacionados con las
recientes experiencias militares. Las cuatro áreas de desarrollo militar estratégico se
vinculan con: (a) los drones de vigilancia; (b) los Vehículos Aéreos de Combate
No Tripulados (UCAV, por su sigla en inglés); (c) los sensores oceánicos para
detectar submarinos nucleares; y (d) la constelación de satélites articulados
con la Inteligencia Artificial. En los últimos dos años los países europeos
compraron aparatología bélica a empresas estadounidenses por un valor de 61 mil
millones de dólares. Eso supone el 34 por ciento de todo lo gastado en el bienio.
Desde 2020, los integrantes de la OTAN –no americanos–, han duplicado el número
de armas que le compran al CMI, desgarrando sus inversiones sociales y sus
programas para el desarrollo.
En esa línea, el premier británico Keir Starmer anunció la
adquisición de 12 aviones Lockheed Martin F-35 con capacidad de traslado de
ojivas nucleares B61-12, también provistas por Estados Unidos, que próximamente
podrán posarse en las Islas Malvinas. Para el incremento del gasto militar
británico, el premier decidió recortar programas sociales, entre ellos los
dedicados a los discapacitados. Aunque Starmer no se desdijo de la
adquisición de la docena de monoplazas, debió anular los recortes ante la posibilidad de una moción
de censura planteada por su misma bancada laborista. En el debate parlamentario
que obligó al primer ministro a eliminar los recortes anunciados, quedó
expuesta la encrucijada que los agobia mientras insisten en la demonización de
Rusia: la vulnerabilidad energética, la merma de la competitividad, el bajo
crecimiento económico, la inflación y los problemas ligados a la racialización
negativa de los migrantes. Siempre es más fácil buscar las fragilidades en la frontera
externa: el fantasma del oso ruso es un buen destinatario de esa tentación. Lo
fue para la Grande Armée en 1812 y para la Wehrmacht en 1941. Europa occidental
parece que no aprende.
Texto tomado de Página 12 / Argentina. Imagen: AFP.